Llevaba diez años con Javier, diez años y diez abortos. Cada vez que perdía a nuestros hijos, él se arrodillaba ante mí, con los ojos llenos de un arrepentimiento que creía sincero. Qué ingenua fui.
La noche de Día de Muertos, Javier debería haber estado a mi lado. En cambio, lo encontré en la bodega, besando a otra mujer. Estaba embarazada. El mundo se detuvo. Javier me humilló frente a todos, rompió mi huipil y me vació una botella de tequila en la cabeza. "Una pequeña purificación", dijo, anunciando públicamente el fin de nuestra relación.
Luego, con una frialdad escalofriante, me recordó el juramento de sangre que hicimos. Nuestras almas estaban atadas, y si me iba sin su permiso, lo perdería todo y la mala suerte me perseguiría de por vida. Sus amigos me aseguraron que nadie en la Ciudad de México se atrevería a ayudarme. Me sentí atrapada, sin salida, caminando sola en la oscuridad.
Caí en la calle, y al despertar, estaba en una habitación desconocida, con Mateo, mi primer amor, a mi lado. Me entregó un pasaje a Sevilla, un rayo de esperanza inesperado. Pero la pesadilla no había terminado. Cuando intenté recuperar mis cosas, Camila me empujó por unas escaleras.
Desperté en el hospital, donde me dieron la peor noticia de mi vida: me habían extirpado el útero. Antes de que el shock me consumiera, Javier se inclinó sobre mí y reveló la verdad más cruel: me había hecho abortar diez veces porque sospechaba que el primer bebé era de Mateo. Diez vidas sacrificadas por su celosía paranoica. ¿Cómo pudo haberme mentido así, destruir mi cuerpo y mi alma por una sospecha enfermiza que me mantuvo cautiva en esta tortura sin fin?
Entonces, Javier decidió subastarme. Sí, subastarme. Como un objeto, una "obra de arte viviente". Drogada y desnuda, fui exhibida en una vitrina de cristal para la élite de México. Mi humillación era la culminación de su crueldad. Pero justo cuando la oferta subía, una voz se alzó: "¡Compro todos los lotes!" Y un hombre se acercó, diciendo: "¿Lo oyes, Isabela? Tu bailarín te ha abandonado".
Pero lo que no sabían era que ese no era el final de mi historia, sino el comienzo de mi venganza.