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Bajo la Lluvia de Londres

Bajo la Lluvia de Londres

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img 5 Capítulo
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Acerca de

Emma Blake, una restauradora de arte con una vida cuidadosamente estructurada, se muda a Londres para trabajar en la renombrada galería Wren & Co., donde se enfrenta al encargo más importante de su carrera: restaurar un cuadro del siglo XIX que oculta un misterioso mensaje oculto. En medio de la lluvia constante de la ciudad, conoce a Alexander "Alex" Hale, un enigmático aristócrata convertido en fotógrafo urbano, que vive entre sombras del pasado y secretos familiares. Sus caminos se cruzan por casualidad, pero el destino los empuja juntos una y otra vez. Mientras Emma desentraña el mensaje oculto del cuadro, se ve arrastrada a una historia que mezcla arte, amor y secretos del viejo Londres... y lo que empezó como una atracción pasajera se convierte en un amor profundo que desafía el tiempo y los miedos del corazón.

Capítulo 1 Una Ciudad Nueva, Una Vida Antigua

La lluvia caía como un velo sobre Londres, constante y suave, como si la ciudad misma no supiera vivir sin ella. Emma Blake sostenía con fuerza el asa de su maleta mientras el taxi avanzaba lentamente entre los coches bajo el cielo gris. Observaba los edificios antiguos desde la ventanilla empañada, reconociendo las formas neogóticas que tantas veces había visto en fotografías, aunque ahora le parecían menos románticas y más pesadas. Como si cada ladrillo cargara con una historia que aún no estaba lista para contar.

Era el primer día de su nueva vida. O al menos, así se lo había repetido desde que tomó el vuelo desde Nueva York. "Un nuevo comienzo", decía su hermana por teléfono, como si cambiar de continente pudiera borrar los restos de un corazón roto. Emma no estaba tan convencida. Aún sentía el peso de las palabras no dichas, de los silencios incómodos, de la traición que la había dejado en ruinas hacía menos de un año.

El taxi se detuvo frente a un edificio de ladrillos oscuros en South Kensington, adornado con una pequeña marquesina negra. Una placa discreta junto a la puerta anunciaba: Wren & Co. Fine Arts – Restoration Division.

-Aquí es, señorita -dijo el conductor con un acento londinense cerrado.

Emma le pagó, agradeció con una sonrisa cansada y descendió del coche. El aire era frío, pero no cortante. Más bien húmedo, como una caricia que no pediste. Arrastró su maleta hasta el umbral y pulsó el timbre.

La puerta se abrió y apareció una mujer delgada, de rostro anguloso y gesto rápido. Llevaba gafas colgando del cuello y una bata blanca manchada de pigmentos y barniz.

-Emma Blake -dijo la recién llegada con entusiasmo-. Justo a tiempo. Soy Margaret, la directora de restauración.

-Un placer -respondió Emma, tratando de sonar segura. Sus dedos estaban helados.

Margaret no era del tipo que perdía tiempo en presentaciones largas. En menos de diez minutos, Emma ya estaba recorriendo los pasillos de la galería, donde el aroma a óleo, madera vieja y papel envejecido le devolvió una sensación de pertenencia que no sentía desde su último año en el Instituto Metropolitano de Arte.

-Este será tu espacio -anunció Margaret, abriendo una puerta al final del pasillo-. Y aquí tienes tu primer proyecto.

Sobre una mesa de roble había un cuadro cubierto con una tela beige. Margaret la retiró con teatralidad.

Emma dio un paso adelante. El lienzo tenía al menos un metro de ancho y estaba visiblemente deteriorado. En la imagen, apenas discernible por la suciedad acumulada, se podía distinguir una escena de jardín, con una figura femenina sentada en un banco y un hombre de pie a unos metros, ambos envueltos en sombras.

-No sabemos mucho del autor -explicó Margaret-. La pieza fue adquirida en una subasta privada. Lo intrigante es que hay indicios de modificaciones bajo la pintura original. Posiblemente un mensaje oculto, símbolos... Es todo tuyo.

Emma asintió, aunque su mente ya estaba sumida en el análisis técnico: pigmentación oscurecida, posible craquelado, zonas repintadas. El tipo de reto que le encantaba. El tipo de reto que le recordaba quién era.

Después de instalarse en un apartamento modesto en Notting Hill -amueblado con sobriedad británica, más elegante que cálido-, Emma regresó al día siguiente a la galería. Durante horas, se dedicó a limpiar la primera capa superficial del lienzo. Su concentración era casi hipnótica, y por momentos, olvidaba que estaba en un país nuevo, sin amigos ni afectos.

Esa misma noche, la ciudad la obligó a salir. Necesitaba comprar papel japonés y alcohol isopropílico para una técnica que había aprendido en Florencia, así que caminó hasta una librería especializada en arte. El cielo seguía lloviznando, y los adoquines mojados brillaban bajo la luz cálida de los faroles.

Al entrar, un leve sonido de campanillas marcó su presencia. El aire olía a libros viejos y café mal hecho. Justo lo que necesitaba.

Mientras buscaba un manual sobre pigmentos del siglo XIX, escuchó una voz masculina detrás de ella.

-¿Sabías que algunos pintores usaban sangre de res para intensificar el rojo carmesí?

Emma giró lentamente. Frente a ella, un hombre de cabello castaño oscuro, ligeramente revuelto, la miraba con una sonrisa torcida. Tenía una cámara colgando del cuello y los ojos más grises que el cielo londinense.

-¿Y tú sabías que eso es un mito mal interpretado del barroco flamenco? -respondió ella sin dudar, arqueando una ceja.

Él rió suavemente. No con burla, sino con sorpresa.

-Vaya. Me has pillado. No suelo encontrar gente que sepa más que yo en este tipo de lugares.

-Entonces estás en los lugares equivocados -contestó ella, volviendo la vista al estante.

El hombre no se movió.

-Alex Hale -dijo, tendiéndole la mano.

Emma dudó un segundo, luego aceptó.

-Emma.

-¿Solo Emma?

-Por ahora -dijo ella, devolviéndole una media sonrisa.

Ese intercambio breve, trivial en apariencia, dejó una extraña vibración en el aire. Como si dos frecuencias hubieran coincidido por accidente. Él no insistió. Ella no lo detuvo. Pero algo había comenzado, sin nombre ni promesa.

Esa noche, de regreso a casa, Emma abrió una libreta de tapas duras que solía usar para anotar ideas durante restauraciones. Escribió una sola frase:

"Londres tiene voz baja, pero no deja de hablar."

No sabía si era un pensamiento propio o parte del mensaje escondido en aquel viejo cuadro. Solo sabía que, por primera vez en mucho tiempo, sentía curiosidad. No por el pasado, ni siquiera por el futuro. Por el presente.

Por la historia que quizás, lentamente, acababa de comenzar.

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