¿Una mujer siempre debe entregar su primera vez al hombre que ama?
En el momento en que un fuerte dolor la atravesó, Katherine Clarke se dio cuenta de que había perdido esa oportunidad para siempre.
Frente al desconocido que la violaba, lloró tan fuerte que su visión se nubló. Su instinto le decía que debía huir, pero su cuerpo, débil y desorientado, no podía moverse. Todo lo que pudo hacer fue rendirse ante la pesadilla y hundirse en la desesperación.
Cuando finalmente aceptó que no había escapatoria, apretó la mandíbula e intentó ocultar su miedo. "Al menos usa protección", murmuró secamente, con la voz quebrada.
El hombre encima de ella se detuvo por un segundo, pero no dijo una palabra. Instantes después, sus embestidas se volvieron más violentas.
La joven no supo cuánto tiempo pasó hasta que todo terminó. Completamente exhausta, perdió el conocimiento.
A la mañana siguiente, cuando despertó, encontró la suite silenciosa y vacía. El desorden en la cama y el dolor en su cuerpo le dejaron claro que no había sido una pesadilla. Eso de verdad había sucedido.
Y lo peor era que todo había sido planeado. Lo que se suponía que sería una simple cena de negocios resultó ser una trampa. La habían instado a beber copa tras copa, y cuándo quedó al borde de la inconsciencia, la enviaron a esa habitación para aprovecharse de ella.
Anoche, cuando se dio cuenta del engaño, a pesar de su estado, pensó en Julian Nash, su esposo, quien acababa de regresar de un viaje de negocios. Le envió un mensaje tras otro y lo llamó sin parar.
"Estoy ocupado. Llama a la policía", dijo él, cuando finalmente respondió, con una voz helada y distante.
A pesar de que ya habían pasado varias horas, esas palabras seguían resonando en sus oídos. Con esa escueta respuesta, su esposo había hecho trizas no solo el amor que aún le guardaba, sino también el poco orgullo que le quedaba.
Katherine soltó una amarga carcajada, mientras el dolor en su corazón se extendía por su ser, insensibilizándola. Lentamente, salió de las sábanas y se levantó de la cama.
Mientras lo hacía, una tarjeta de presentación se deslizó de la cama y cayó al suelo.
Ella se detuvo en seco y la recogió lentamente. En el momento en que vio el logotipo, se le heló la sangre. Era del grupo Nash.
La habitación había estado a oscuras, así que nunca vio el rostro de su agresor, pero jamás se habría imaginado que este trabaja en la empresa de su marido.
¿Sería posible que Julian tuviera algo que ver con eso?
......
Cuando Katherine regresó a casa, vio un par de zapatos que conocía demasiado bien: su marido había vuelto. Se detuvo unos segundos, inhaló profundamente y subió las escaleras.
Julian salió del baño, vestido únicamente por una bata de baño limpia. Incluso con algo tan sencillo, su confianza innata y su apariencia lo hacían irresistible: tenía el pelo húmedo, facciones definidas, y se movía con su habitual y distante frialdad.
Al verla, frunció ligeramente el ceño, mientras la indiferencia se extendía por sus ojos. Y quizás también había un dejo de desprecio.
"¿Qué pasa?", preguntó con desinterés.
Katherine simplemente lo miró. Sabía que nunca debieron terminar juntos, pues prácticamente pertenecían a mundos diferentes. Tres años atrás, cuando el padre de su esposo estaba muriendo, ella lo salvó al donarle de su médula ósea. A cambio, él prometió concederle un deseo; lo usó para casarse con Julian.
En aquel entonces, era joven e ingenua. Creía que, con esfuerzo, incluso un hombre emocionalmente cerrado podría abrirse con el tiempo.
Sin embargo, Julian la veía como una oportunista, así que la despreciaba. Durante los tres años de matrimonio, jamás la vio como su esposa; solo disfrutaba de que lo atendiera y cuidara.
Katherine había soportado todo sin quejarse. Después de que su familia se desmoronó, no solo se aferró al hombre por un techo, sino por amor: quería que él la amara. Así que, sin importar la frialdad con la que la tratara, seguía encontrando formas de convencerse de que todo estaba bien.
Pero después de lo ocurrido anoche, ya no tenía motivos para seguir engañándose. Aún no sabía si Julian estaba involucrado en aquel suceso tan atroz, pero tenía el presentimiento de que, al menos, su familia sí lo estaba. Por eso había entrado en esa casa con la intención de enfrentarlo, pero al tenerlo frente a frente, comprendió que ya nada tenía sentido. Y hacerlo solo significaría acabar con el orgullo hecho pedazos.
"Julian...", empezó, con la voz áspera, por todo lo que había pasado.
Él ni siquiera la miró. Caminó directamente hacia el clóset y sacó la camisa y la corbata que ella le había preparado con anticipación, como si esa solo fuera otra mañana más.
"No te quedes ahí. Por favor, ve a preparar mi desayuno, que me voy en media hora", soltó, de espaldas a ella, con un tono frío e indiferente.
Katherine no se movió. Se mantuvo firme, y declaró con voz tranquila y decidida: "Julian, quiero el divorcio".