La noticia cayó como una helada sobre La Rioja: León "El Cicatriz" Vargas, el temido líder del cartel, quería una esposa, y su mirada se posó en la hija de mi padre.
Los rumores hablaban de un monstruo desfigurado, moribundo, cuyas siete esposas anteriores habían desaparecido o muerto en menos de un año.
Mi prometido, Javier, me juró protegerme y me propuso una boda secreta para evitar mi destino.
Acepté, mi corazón lleno de gratitud, y brindamos por nuestro futuro con una copa de vino antes de que todo se volviera negro.
Desperté encerrada, y horas después, mi padre y Javier entraron, sus rostros desprovistos de cariño, revelando la espantosa verdad: me habían drogado.
No me habían elegido a mí, sino a mi delicada hermanastra Sofía, y yo era solo un peón en su plan: debía hacerme pasar por ella, humillarme ante El Cicatriz, y regresar golpeada pero viva.
Javier sonrió cruelmente al decir que, si me portaba bien, podría ser su amante mientras Sofía, bajo mi nombre, heredaría todo.
La traición me golpeó como un huracán, aniquilando toda mi existencia.
¿Cómo mi propio padre, mi supuesto protector, podía condenarme a tal humillación, y mi prometido, a quien amaba, ofrecerme ser una concubina sin valor?
Pero cuando mi padre amenazó con dejar morir a mi madre si no accedía, la desesperación dio paso a una furia fría y cortante: me casaría con El Cicatriz, pero lo haría bajo mis propios términos, como una reina, no como un cordero de sacrificio, y nadie me detendría.