Me estaba ahogando en la piscina, el cloro me quemaba los pulmones como ácido, pero mi compañero destinado, Javi, pasó nadando justo a mi lado.
Levantó en brazos a Catalina, la capitana del equipo de natación que fingía un calambre, y la llevó a la orilla como si estuviera hecha de cristal de azúcar.
Cuando logré arrastrarme fuera del agua, temblando y humillada, Javi no me ofreció una mano. En su lugar, me fulminó con sus fríos ojos color avellana.
-¡Deja de hacerte la víctima, Eliana! -escupió frente a toda la manada-. Solo estás celosa.
Él era el Heredero Alfa, y yo, el fracaso que aún no se transformaba. Rompió nuestro vínculo pedazo a pedazo, culminando en el sagrado Árbol de la Luna, donde destrozó nuestras iniciales talladas para reemplazarlas con las de ella.
Pero el golpe final no fue emocional; fue letal.
Catalina arrojó las llaves de mi auto a un estanque infestado de Acónito. Mientras el veneno paralizaba mis extremidades y me hundía en el agua oscura, incapaz de respirar, vi a Javi de pie en la orilla.
-¡Deja de jugar! -le gritó a las ondas del agua.
Me dio la espalda y se alejó, dejándome morir.
Sobreviví, pero la chica que lo amaba no. Finalmente acepté el rechazo que él nunca tuvo las agallas de pronunciar.
Javi pensó que volvería arrastrándome en una semana. Pensó que yo no era nada sin la protección de la manada.
Se equivocó.
Me mudé a la Ciudad de México y entré en un estudio de danza, directo a los brazos de un Alfa Verdadero llamado Darío.
Y cuando finalmente me transformé, no fui una Omega débil.
Fui una Loba Blanca.
Para cuando Javi se dio cuenta de lo que había tirado a la basura, yo ya era una Reina.
Capítulo 1
POV de Eliana:
El agua de la piscina estaba helada, pero la realidad que golpeaba mi pecho era aún más fría.
Me debatía, con las extremidades pesadas como plomo, el pánico cerrándome la garganta mientras el cloro me abrasaba la nariz. No era una buena nadadora. Todos en la Manada Sierra Norte lo sabían. Yo era la chica sin transformar, el fracaso de dieciocho años que aún no conocía a su loba. Para ellos, yo era apenas mejor que una humana, una mascota glorificada.
-¡Ayuda! -logré ahogar un grito, tragando una bocanada de agua tratada químicamente.
A través del caos de salpicaduras de la fiesta del Solsticio de Verano, lo vi. Javi.
Estaba de pie al borde, su cabello oscuro brillando bajo las luces festivas. Era el Heredero Alfa, el más fuerte de nuestra generación y el chico que tenía mi corazón en sus manos. Era mi Mate. No habíamos completado la ceremonia de marcado, pero nuestras almas lo sabían. Mi loba interior, aunque dormida, siempre vibraba cuando él estaba cerca.
Pero no me estaba mirando a mí.
-¡Javi! -gritó Catalina desde el otro lado de la piscina.
Estaba agitándose, sus manos perfectamente manicuradas golpeando el agua. Catalina era una estudiante transferida, una hembra Beta que había llegado hacía dos meses. Era hermosa, con curvas peligrosas y olía a vainilla cara y a problemas. También era la capitana del equipo de natación.
Ella no necesitaba ser salvada. Yo sí.
Javi no dudó. Ni siquiera miró en mi dirección. Con un gruñido que vibró a través de la cubierta de concreto, se zambulló. Pero nadó alejándose de mí.
Nadó hacia ella.
El dolor no fue solo un corazón roto; fue una amputación física, un desgarro irregular en el vínculo que nos conectaba. Vi cómo levantaba a Catalina en sus poderosos brazos, llevándola al borde de la piscina como si fuera de porcelana fina.
Logré agarrarme de la escalera, arrastrando mi cuerpo tosiendo y temblando fuera del agua. Nadie me ofreció una mano. La música se había detenido. Toda la manada estaba mirando.
Javi depositó a Catalina en el suelo. Ella se aferró a su camiseta mojada, temblando dramáticamente, mirándolo con ojos grandes y temerosos.
-¿Estás bien? -preguntó Javi, con voz tierna.
-Me... me dio un calambre -gimió ella.
Me quedé allí, con el agua goteando de mi vestido barato, temblando violentamente.
-Javi -susurré-. Me estaba ahogando.
Se volvió hacia mí entonces. Sus ojos, usualmente de un cálido avellana, eran duros y fríos. No había preocupación en ellos. Solo molestia.
-Basta, Eliana -espetó.
Parpadeé, aturdida. -¿Qué?
-Deja de hacerte la víctima -dijo, alzando la voz para que todos pudieran oír-. Catalina estaba en problemas. Solo estás celosa porque le presté atención a ella.
-¡No sé nadar, Javi! ¡Tú lo sabes!
Dio un paso hacia mí, su aura de Alfa estallando. Era una presión pesada y sofocante que forzó el aire fuera de mis pulmones.
-Suficiente.
La palabra no fue hablada; fue martillada directamente en mi cráneo.
*Deja de usar estos trucos patéticos para llamar la atención,* proyectó a través del enlace mental, su voz retumbando en mi cabeza como un trueno. *Me estás avergonzando.*
El comando se estrelló contra mi cerebro. Mis rodillas cedieron. Como una loba sin transformar -una Omega por estatus hasta que demostrara lo contrario- no tenía defensa contra el comando de un Alfa.
Caí sobre el concreto, raspándome las rodillas.
La risa se extendió por la multitud.
Eso fue todo. La nonagésima novena vez que me ponía en segundo lugar. La nonagésima novena vez que me miraba con decepción en lugar de amor.
Dentro de mí, algo se rompió.
Mi loba interior soltó un único y agudo gemido de dolor. Y luego, silencio.
Un silencio sepulcral.
Lo miré. Javi estaba envolviendo una toalla alrededor de los hombros de Catalina. No volvió a mirarme.
Me puse de pie. Mis piernas temblaban, pero ya no por el frío.
-Está bien -dije suavemente.
No me escuchó. Estaba demasiado ocupado susurrando consuelo a la chica que había fingido ahogarse.
Me di la vuelta y me alejé. Caminé pasando los ojos juzgadores de los miembros de la manada, pasando las risitas de los adolescentes, pasando la vida para la que pensé que estaba destinada.
No me detuve hasta llegar a la casa de mis padres en el borde del territorio.
Mi habitación estaba oscura. No encendí las luces. Me senté en mi escritorio, con el agua formando un charco en el suelo, y abrí mi laptop.
La pantalla brilló, iluminando la carta de aceptación que había estado ignorando durante semanas.
La Academia de Artes de la Ciudad de México.
Estaba en la capital. Territorio humano. Terreno neutral. Lejos de la Manada Sierra Norte. Lejos de los bosques donde se suponía que correría con Javi.
Había aplicado al Tec de Monterrey porque ahí es donde iría Javi. Había planeado todo mi futuro en torno a ser su Luna.
Mové el cursor.
*Aceptar Oferta.*
Hice clic.
Luego me levanté y miré alrededor de mi habitación. Estaba llena de él. Las flores secas del baile de graduación, las sudaderas enormes que me dejaba robar, el oso de peluche que ganó para mí en la feria del condado hace tres años.
Recogí el oso. Solía oler a él, a pino y lluvia. Ahora, solo olía a polvo y mentiras.
Agarré una bolsa de basura.
No lloré. Creo que se me habían acabado las lágrimas en la piscina. Simplemente comencé a tirar cosas. Cada recuerdo, cada regalo, cada rastro de Javier "Javi" Garza.
Había terminado de esperar.