Mi pesadilla no era solo un sueño, era una premonición. Embarazada de siete meses, vi con vívidos detalles a los "Sombras" masacrar mi aldea: la señora Elena, los niños, y a mí misma, desangrándome.
Desesperada, rogué a mi esposo Mateo, capitán de la guardia, que no dejara el pueblo indefenso. Pero su orgullo, avivado por su amante Camila, lo cegó. Él partió con todos los hombres armados, abandonándonos a mujeres y niños.
El horror se desató. Los "Sombras" atacaron, masacrando a los indefensos. Cuando los hombres regresaron, Camila me acusó de traidora. Y Mateo, ¡mi propio esposo!, me pateó el vientre brutalmente, arrebatándome a nuestro bebé.
¿Cómo mi sincera advertencia, mi amor por el pueblo, me condenó a tal infierno? Fui arrastrada, rota y sangrando, al poste de la vergüenza, acusada por aquellos a quienes intenté salvar. La injusticia era insoportable.
Justo cuando iban a lincharme, Sofía, la hermana de Mateo, emergió de las ruinas con niños supervivientes. Su voz desgarradora reveló la cobardía y negligencia de Mateo y Camila. El odio de la multitud se desvió. Mi desesperación se transformó en fría determinación. Me levanté. La venganza sería mi único consuelo.
