Mi pueblo se moría, y solo un hombre podía salvarnos: Máximo Castillo, mi amor de la infancia.
Pero Máximo, consumido por el odio que creía justificado, me encerró en una jaula de oro.
Cada día, me obligaba a usar mi energía vital para curar a su prometida, Sabrina, ignorando que mi propia conexión con la tierra se desvanecía.
Soporté el tormento, sabiendo que mi silencio protegía a sus padres y, sin él saberlo, a él mismo.
El colmo llegó cuando Sabrina, con una crueldad que helaba la sangre, atacó brutalmente a mi joven hermano.