Las luces de la oficina se habían atenuado, y el reloj en la pared marcaba las nueve de la noche. Natalia recogía los papeles dispersos sobre la mesa, intentando ordenar su mente tanto como la superficie de aquel escritorio, que horas antes había sido testigo silencioso de uno más de sus encuentros secretos. Su relación con Adrián no era amor, pero tampoco era solo una aventura. Era algo intermedio, una mezcla confusa de deseo y costumbre, y Natalia sabía que, al menos para él, no era más que un acuerdo tácito. Nada más.
Ella había pasado la última semana dándole vueltas a cómo se lo diría. El test de embarazo había confirmado lo que sus síntomas ya le insinuaban, y por más que quisiera convencerse de que podría manejar la situación por su cuenta, una parte de ella sentía que él debía saberlo. Que debía tener, al menos, la opción de ser parte de esa decisión que ella ya estaba tomando.
La puerta del despacho se abrió, y Adrián apareció, ajustándose el reloj en la muñeca. Se sentó en el borde del escritorio y le dedicó una mirada despreocupada, como si lo que fuera a decirle no pesara tanto.
-Natalia, he tomado una decisión -anunció, sin siquiera notar la seriedad en sus ojos-. Han cambiado muchas cosas en la empresa, y parte de esa transformación es reducir personal. Lamento decirte que hoy será tu último día.
Natalia sintió que el aire se le escapaba. Cada palabra caía con un peso que le oprimía el pecho. Era como si el suelo se desmoronara bajo sus pies. Sin embargo, lo más extraño fue la calma con la que él continuó, sacando de su bolsillo un sobre y colocándolo frente a ella.
-Aquí tienes tu liquidación y un extra, cien mil dólares, por el tiempo que has dedicado a la empresa. También una carta de recomendación. -Sus ojos se entrecerraron en una sonrisa fría-. Me aseguro de que te irá bien.
El sobre parecía arder entre sus manos. Natalia lo miró, luchando por encontrar la voz que ahora le temblaba. Quería decirle, quería gritarle la verdad. Pero algo en su mirada despreocupada, en la indiferencia que él mostraba, le hizo quedarse en silencio. Quizás era mejor así. Quizás no tenía sentido decirle algo que, claramente, él no deseaba saber.
Y mientras se giraba para irse, Natalia supo que dejaría atrás no solo un trabajo, sino todo el peso de su pasado y el secreto más profundo de su vida.