Ellos, en cambio, solo deseaban más poder.
-Tú me has robado el corazón... y hoy no queda nada -le dijo el chico de ojos negros, tomándola lentamente por la cintura-. Si tú no estás... yo me volveré loco.
La vida de los tres cambiará para siempre cuando descubran que la de ella pende de un hilo.
Solo si se unen, podrán salvarla.
Ella les robó el corazón sin siquiera saberlo; ellos se lo entregaron sin ser conscientes.
Los secretos que arrastran buscarán separarlos. Una nueva vida cambiará el juego... pero si la reina cae, todo acabará.
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Capítulo 0
Narrador omnisciente
Primer encuentro
-¡No soy una maldita muñeca de cristal a la que debas cuidar todo el tiempo! -gritó ella a la persona del otro lado del celular.
-¡No voy a cambiar de decisión! -también gritó la voz al otro lado-. ¡Así que no irás a esa fiesta, y punto! -añadió con dureza.
-¡Pues me importa una mierda! -respondió ella aún más enojada-. ¡Y no te atrevas a rastrear mi celular! -espetó, colgando de inmediato.
Quién lo diría: años atrás, Angélica habría estado con la nariz metida en los libros en la universidad, pero por cosas del destino, hoy solo quería una cosa: irse de fiesta.
A veces, las pequeñas acciones pueden traer grandes cambios.
Así que allí estaba Angélica, sin importarle lo que su hermano dijera, más que dispuesta a salir.
La inocente, tímida, ingenua y "buena" Angélica había quedado enterrada en el pasado.
-Vestido... listo -dijo, mirándose en el espejo de cuerpo entero-. Cabello... listo -añadió, evaluando su reflejo.
Era curioso lo que la pubertad podía hacer en una mujer, y no hablaba solo de atributos físicos. Lo más importante era la capacidad de ver las cosas desde otra perspectiva.
Con su vestido negro de cuero, pegado al cuerpo como un guante, tacones de aguja de 10 centímetros, maquillaje ligero y cabello lacio suelto, estaba lista.
Mientras admiraba su reflejo, el sonido de su celular la sacó de su burbuja.
-¿Qué? -contestó con fastidio.
-Tranquila, guapa, en un rato pasamos por ti -dijo una voz divertida al otro lado.
Angélica suspiró al reconocer la voz de Ricardo. Por un momento había pensado que era su hermano, intentando fastidiarla otra vez.
-Más les vale, ya saben que no me gusta esperar -le advirtió.
-Lo sé, nena, así que deberías salir ya -respondió él antes de colgar.
En ese instante, una bocina sonó afuera de su casa.
Desde la ventana de su habitación en el segundo piso, vio un Camaro amarillo. Sonrió divertida.
Bajó corriendo y, al llegar a la sala, vio a Marta, la mujer que su hermano había contratado para tenerla controlada.
-Me voy, Marta -le avisó, caminando hacia la puerta.
-¿Tu hermano te dio permiso? -preguntó la mujer, deteniéndola.
Los labios de Angélica se fruncieron de molestia. Solo el nombre de su hermano en boca de Marta bastaba para irritarla.
-No tengo por qué pedirle permiso -dijo seca.
-Pues no podrá salir sin que él lo apruebe. Y ya estoy enterada de que no fue así -replicó Marta, presionando un botón en su tableta.
Puertas y ventanas cerradas.<<
Se oyó por toda la casa.
Angélica frunció el ceño. Odiaba más que nada el control que su hermano ejercía a través de la tecnología.
-Así que no podrá salir. Le recomiendo que regrese a su habitación -dijo Marta, tablet en mano-. Y deje de frecuentar a ese chico.
Sin más, se dio la vuelta para ir a la cocina.
Angélica, lejos de amedrentarse, sonrió y soltó una pequeña risa que detuvo a Marta.
-Creo que no entendiste -murmuró mientras revisaba su reloj inteligente, presionando unos botones-. No estoy preguntando si puedo salir; te estoy informando.
Puertas y ventanas abiertas.<<
Se oyó otra vez.
La mujer la miró furiosa al ver su sistema de seguridad vulnerado. Más aún, ahora Angélica lo controlaba.
-Y no voy a dejar de ver a ese chico, que por cierto se llama Ricardo -añadió Angélica antes de abrir la puerta.
Se detuvo un momento, viendo cómo Marta escribía furiosa en su celular.
Sacó el suyo de su bolso.
-Ten -dijo, arrojándolo de forma que golpeó la cara de Marta.
-Dile a mi hermano que se puede ir a la mierda -añadió con una sonrisa antes de salir sin importarle la expresión de la mujer.
Sabía que su teléfono estaba interceptado y rastreado, así que dejarlo en casa era lo más lógico... pero tirárselo a la cara de Marta había sido mucho más satisfactorio.
-¿Por qué tardaste, guapa? -preguntó Ricardo al verla entrar en el auto.
-Lo mismo de siempre -respondió ella.
-¿Marta? -preguntó, y Angélica asintió.
-¿No me digas que instalaron otro sistema de seguridad y lo volviste a burlar? -preguntó divertido. Ella hizo una mueca culpable.
-Además, le tiré el celular en la cara -añadió con una inocente sonrisa que de inocente no tenía nada.
-¿A Marta? -repitió Ricardo antes de soltar una carcajada.
Si algo amaba de Angélica era su espíritu rebelde, que no se dejaba de nadie.
-Se lo buscó. Iba a avisarle a Daniel, así que simplemente actué -explicó despreocupadamente.
-Seguro mañana estará en tu casa esperándote -dijo Ricardo.
Ella asintió. Era muy probable. Daniel, su hermano, era un obsesivo del control.
Aunque, gracias a eso, Angélica había desarrollado un gran interés en la tecnología. Con apenas 20 años, era capaz de vulnerar los sistemas de seguridad que su propio hermano diseñaba. No por nada había logrado infiltrarse en el sistema de defensa de su casa sin ser detectada.
-¿Dónde será la fiesta? -preguntó ella, cambiando de tema.
Ricardo pensó un momento.
-En el suburbio. Es un nuevo local que abren hoy -informó.
Ella miró por la ventana. La noche estaba más oscura que nunca, sin estrellas.
Un escalofrío extraño le recorrió la espalda.
-¿Tu padre sigue insistiendo en que te vayas con él? -preguntó ella.
-Sabes cómo es -respondió Ricardo, encogiéndose de hombros-. Quiere que lidere el grupo y aprenda cómo hacerlo.
-¿Por qué no aceptas? -preguntó ella, curiosa.
No era secreto que el padre de Ricardo lideraba un clan muy peligroso en la ciudad. Pero Ricardo siempre había evitado seguir ese camino, aunque el instinto estuviera en su sangre.
Desde que se conocieron, su amistad se había consolidado de una manera fuerte, casi irrompible. Sí, habían tenido algunos encuentros casuales, pero nunca mezclaron sentimientos.
-Si acepto, tendría que irme al otro lado del mundo para entrenar. No podría dejarte aquí -admitió Ricardo.
Ella le apretó suavemente la mano, sonriendo.
Aunque sabía que eventualmente él tendría que irse, ella no lo presionaría.
-Sabes que no me pasará nada -le dijo.
Él la miró, con esa mezcla de dulzura y preocupación que siempre reservaba para ella.
-Lo sé, guapa. Pero aun así, no soy capaz de irme y dejarte a merced de tu hermano... y de Marta -añadió, divertido.
Ella sonrió más ampliamente.
-Ya no soy una niña. Sé cuidar de mí misma -aseguró con una sonrisa prepotente-. Gracias a ti.
Él sonrió.
Había sido él quien le enseñó defensa personal, entrenándola tan bien que, si quisiera, ella podría patearle el trasero.
-Lo sé. Pero aun así, no te desharás de mí -dijo él, guiñándole un ojo.
Ella negó divertida.
-Eres la mejor casualidad que pudo pasarme -dijo ella con dulzura.
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Al llegar al "Blue Bar", ambos bajaron del auto.
-Tiene buena pinta -comentó Angélica.
Ricardo asintió, aunque ambos miraron con desagrado la larga fila.
-Parece que tendremos que esperar -comentó él.
Angélica levantó una ceja divertida, se acomodó el escote y caminó sensualmente hacia los porteros.
Cuando quería pasar desapercibida, lo lograba. Pero cuando quería llamar la atención... bueno, era imposible ignorarla.
Los ojos de los porteros se clavaron en ella apenas dio dos pasos.
Sacó el dinero de la entrada, deslizándolo lentamente desde su muslo hasta su cuello, mientras sus ojos no perdían contacto con los de ellos.
Dejó el dinero en el bolsillo de uno y, sin problemas, les abrieron paso. Ella tomó a Ricardo del brazo.
-Eres excelente -dijo él, ignorando los gritos de los que quedaron fuera.
-Te lo dije: no me gusta esperar -respondió ella con una inclinación de cabeza, divertida.
Una hora más tarde, ya con algunas copas encima, decidieron ir a bailar.
El calor y el alcohol creaban una atmósfera intensa en la pista.
-¡Tengo que ir al baño! -le gritó ella a Ricardo.
Él asintió, ocupado bailando ahora con una voluptuosa rubia.
Angélica rió y se abrió paso entre la multitud.
Cinco minutos después encontró un pasillo oscuro.
Rogando encontrar un baño, avanzó hasta una puerta. Con suerte, estaba abierta.
Entró de inmediato, sin fijarse mucho, solo buscando desesperadamente otro baño.
Finalmente, lo encontró, justo a tiempo.
Pero su tranquilidad se esfumó cuando las luces comenzaron a parpadear.
Terminó rápido, se lavó las manos y, cuando iba a salir, escuchó pasos apresurados.
Tragó saliva, nerviosa.
Su reloj inteligente estaba inservible y no tenía su bolso, así que buscó algo para defenderse.
En el lavabo, un depósito de cepillos llamó su atención: estaba movido. Al inspeccionarlo, encontró una memoria USB negra, con las iniciales "E.R.".
La guardó rápidamente en su sostén justo cuando la puerta del baño se abrió.
El hombre que había entrado no la había notado aún.
Pensó en salir sigilosamente, pero al dar un paso, su tacón se rompió, provocando un pequeño ruido.
El hombre se giró de inmediato, apuntándola con un arma.
Angélica solo pudo ver sus helados ojos azules, tan hermosos como letales.
Y en ese momento, su vida cambió para siempre.