El aroma a romero y a carne asada llenaba la enorme casa de los Del Valle, donde, como cada mes, soportaba la cena familiar por el amor de Sofía, mi novia desde hacía diez años, mi futura esposa.
La sonrisa engreída de Eduardo, su primo, y las palabras despectivas de su tía, me hacían sentir como un empleado, un "gatito" sin importancia.
Mi restaurante, Fuego Lento, mi pasión, mi esfuerzo de años, que tontamente puse a nombre de Sofía como prueba de amor y confianza antes de la boda, era solo un "restaurancito" que podía ser usado como banco personal para el vago de su primo.
Mi mundo se detuvo cuando vi a Eduardo tocar a Sofía de una forma inaceptablemente íntima, y ella no se apartó, incluso se inclinó hacia él, revelando la farsa.
"No hay detalles de qué hablar", les dije, "se cancela la boda", mi voz extrañamente tranquila, mientras diez años de humillaciones se desmoronaban.
Marqué el número de mi abogado, Arturo.
"Arturo, soy Ricardo. Necesito verte mañana a primera hora. Es sobre el restaurante... y todo lo demás".
Sofía, furiosa, me confrontó en mi departamento, minimizando sus acciones, llamándome infantil por querer terminar.
"¿Estás loco?", se rio. "¿Devolverte el restaurante? ¡Ni en tus sueños, Ricardo! Legalmente es mío. Me lo regalaste".
La rabia se transformó en una calma helada, una claridad absoluta: el fin era este, y yo iba a recuperar cada centavo.
"Te veré en los tribunales, Sofía".
Para mi sorpresa, el enigmático Armando Morales, dueño de Hoteles Grand Lux, me defendió de las provocaciones de Eduardo, revelando un secreto que cambiaría todo:
"Les presento a mi hijo. Ricardo Morales-Castañeda. Heredero principal de la cadena de Hoteles Grand Lux".
Sofía, al ver su error, balbuceó: "Ricky... yo no sabía...".
"Ese es el punto, Sofía", le dije, "tú no sabías. Y me juzgaste con la información que tenías. Y eso es todo lo que necesito saber".
Recuperé mi restaurante, pero la verdad aún era más retorcida: Sofía y Eduardo eran amantes, y ella estaba embarazada. Acorralada por su familia para casarse con él.
"¡Te vas a casar con tu primo la próxima semana! No vamos a permitir que un bastardo sin apellido manche el nombre de esta familia".
A un paso de la locura, Sofía se derrumbó.
La miré, una figura rota por sus propias decisiones.
Mi antigua vida quedó atrás cuando le di a Sofía los medios para escapar, una tarjeta con el número de una abogada y las llaves de mi viejo coche, un último vestigio de humanidad.
"Gracias. Soy libre", rezaba una postal de Oaxaca, el eco del alma de Sofía.