La oscuridad me envuelve, pero no me siento sola. Estoy en ese lugar que ya he visitado tantas veces en mis sueños. Respiro, y el aire se siente pesado, cargado de peligro. De repente, escucho unos gritos. Pequeños lobeznos lloran, sus aullidos son desesperados, llenos de miedo. Mi corazón se estruja al escucharlos. Son como los niños del hogar del padre Santi. Mi pecho arde con una mezcla de furia y compasión. No puedo permitir que les hagan daño.
De mi boca sale un grito poderoso, una palabra que resuena como un trueno en el aire: "¡PHYGETE!"
Los lobos malos, grandes y amenazantes, se detienen en seco. Sus cuerpos tiemblan y, como si fueran niños asustados, salen corriendo mientras gimotean, derrotados. Me siento feliz, aliviada por haberlos protegido. Los pequeños lobeznos están a salvo.
Mis ojos se encuentran con los de una mujer madura pero hermosa, con el rostro marcado por la sabiduría y el tiempo. Su cabello trenzado cae como cascadas oscuras. Hay algo en ella que me resulta familiar, como si siempre hubiera estado ahí, esperando. Le digo con voz firme, aunque llena de ternura:
"ON AGAPO TÉKNA, ECHOMEN ETI ASTHENEIS."
("Amo a los niños, pero aún somos débiles.")
Ella asiente en silencio, sus ojos reflejan comprensión. Pero entonces, como si el mundo empezara a desvanecerse, escucho un sonido lejano. Un golpeteo constante, como un tambor:
Toc toc toc.
El sonido se vuelve más fuerte, más insistente, hasta que me despierto de golpe.
De vuelta a la Realidad
Toc toc toc. Alguien está tocando mi puerta. Mi corazón da un salto, como si aún estuviera en el sueño. Me siento agotada, como si hubiera corrido kilómetros en esa otra realidad.
-¡Dormilona! -grita una voz familiar desde el otro lado de la puerta-. ¡Nos toca irnos! Apúrate, es tu turno de hacer el desayuno el desayuno.
Suspiro profundamente. Estoy tan cansada que siento que no puedo con mi vida. Me levanto con dificultad, dejando atrás el sueño que todavía me persigue. Soy Amara Zaria Luparia Yawar, un nombre común, un apellido común, en mi amada selva. Hace tanto tiempo que la dejé atrás... Familia, amigos... cuánto los extraño.
Toc toc toc.
-¡Sol solecito! -grita él, burlón-. No voy a hacer el desayuno y prometo que me acabaré el agua caliente. Pero en el fondo, ese sueño sigue ahí, como una sombra que no desaparece. ¿Qué significará? ¿Por qué siempre vuelvo a él?
Sus palabras me sacan una sonrisa. Con la velocidad de una atleta, corro hacia el baño antes de que él pueda reaccionar. Abro la puerta y, de un solo salto, me meto adentro y cierro con seguro.
Desde afuera, escucho su refunfuño:
-¡Abre, usurpadora! ¡No puedes acabarte el agua! -golpea la puerta, insistente.
Río mientras me lavo. Sé que está molesto, pero también sé que lo hace sonriendo. -¡Eres una pesadilla de compañera! -añade, frustrado. Le grito desde adentro, con una carcajada: -¡ME AMAS! Lo sabes. ¡Y también sabes que cocino horrible! verdades innegables.
Rose suspira teatralmente. -Eres un desastre -dice, con un tono que mezcla reproche y cariño-. ¿Qué vas a hacer cuando te cases? Debes aprender a hacerte todas tus cosas, no porque no seas una mujer fuerte e independiente, sino para que no dependas de nadie.
-¡Sí, mamá! -le contesto mientras termino de bañarme.
Nunca me acabo el agua caliente, pero siempre me reclama como si lo hiciera. Cuando salgo del baño, empapada y envuelta en una toalla, el aroma del desayuno me recibe como un abrazo cálido. Rose está en la cocina, moviéndose con la agilidad de alguien que ama cocinar.
-Huele genial -le digo mientras me acerco y le doy un beso en la mejilla-. Te quiero, eres la mejor amiga del mundo.
Él sonríe, pero no dice nada. Ambos sabemos cuánto hemos luchado juntos. Llegamos desde Colombia, dejando atrás nuestras vidas, nuestras familias y nuestros secretos. Hemos trabajado duro para salir adelante, y aunque la vida aquí no es fácil, juntos hemos construido algo parecido a un hogar.
Cuando me acerco a la mesa, noto que hay comida para tres. Antes de preguntar, la puerta de la habitación contigua se abre y de allí emerge Andrew Magnus Blackwood. Su presencia llena la sala. Es un chico muy guapo, con una elegancia natural que delata su origen mágico.
-Hola, Andrew -le digo con una sonrisa. Él se estira con pereza antes de responder:
-Hey, ustedes, ¿por qué hacen tanto ruido? Amanecer aquí es como estar en una plaza.
-Alegría latina- río mientras lo observo.
Andrew es de muy buena familia. Lo conocimos en el Country Club Arms, el sitio donde trabajamos, es un lugar de propiedad de la poderosísima Familia Huntintong Vanderbilt. Desde el principio, fue claro que Andrew y Rose tienen algo especial. Se aman profundamente, aunque su relación está marcada por los secretos. Andrew aún no puede decirle a su familia quién es realmente, y eso lo consume.