Tenía solo siete años cuando mi madre decidió casarse con un capo de Medellín, sumergiéndome en un laberinto de lujo y terror donde mi hermanastro, Máximo, se encargaría de convertirme en su juguete personal de humillación.
Durante una década, cada día fue un tormento, cada golpe y cada insulto me recordaban mi insignificante existencia en una hacienda que era más una prisión de oro.
Cuando creí que mi infierno estaba por terminar, mi madre fue brutalmente desfigurada y echada a la calle por su traición, y al salvarla, descubrí una verdad aún más aberrante: ella había conspirado para venderme a una red de tráfico de personas, una venta que Máximo, inexplicablemente, detuvo.
Entrar a la universidad fue un respiro efímero, pues la sombra de los Castillo me persiguió; primero a través de la cruel Sasha, y luego, de nuevo, Máximo, salvándome de un callejón oscuro solo para imponerme un precio: convertirme en su "amante" y prisionera en el penthouse donde su propia madre se había suicidado.
¿Por qué Máximo me torturaba con una obsesión tan fría y calculada, solo para salvarme una y otra vez? ¿Era su crueldad una forma retorcida de protección, o simplemente el preludio de un destino aún más sombrío, condenándome a repetir la tragedia de su madre en la jaula dorada que ahora se había convertido en mi hogar?
La respuesta llegó en un destello de terror y dolor, en la sangre que anunció la pérdida de nuestro hijo no nacido, obligándome a confrontar la verdad más oscura de Máximo y de mi propia identidad, y desencadenando una oportunidad para la libertad que nunca creí posible.