Elena Vasari caminaba con paso firme por las calles empedradas de Castellanova, su mirada fija en el horizonte, aunque la realidad que la rodeaba era mucho más cruda que cualquier escenario donde hubiera actuado antes. A sus veinticuatro años, llevaba una vida marcada por la lucha constante, trabajando como actriz callejera en plazas y pequeños teatros, donde su talento muchas veces pasaba desapercibido entre la multitud. Pero ella se negaba a rendirse. El arte era su único refugio y su única esperanza.
Esa mañana, el aire frío del amanecer se colaba entre las ropas gastadas que llevaba. Iba hacia el mercado, no solo para buscar algo para comer, sino para cumplir con su rutina: observar a las personas, estudiar sus gestos, perfeccionar su arte. Elena creía que el verdadero teatro no estaba solo en los escenarios, sino en la vida misma.
Fue en una esquina cerca del mercado donde todo cambió. Mientras recitaba en voz baja un monólogo que había aprendido de memoria, sintió una mano tocando su brazo con delicadeza pero firmeza. Se volvió rápidamente y frente a ella estaba un hombre vestido con ropas elegantes, un hombre que irradiaba autoridad y misterio.
-Elena Vasari, ¿verdad? -preguntó con voz baja, pero segura-. Mi nombre es Alaric, representante de la corona. Tengo una propuesta para ti. Una oportunidad que cambiará tu vida.
Elena parpadeó, confundida y algo incrédula. En su mundo, las oportunidades no llegaban de la nada, y menos de aquella forma. Pero había algo en la mirada del hombre que le hizo detenerse y prestar atención.
-¿Qué tipo de propuesta? -preguntó, tratando de mantener la calma.
Alaric sacó un pequeño sobre de cuero y se lo entregó sin decir más. Elena lo abrió lentamente y dentro encontró una invitación al Palacio Real para esa misma tarde, junto con una promesa de un papel... un papel que no era de teatro, pero que requeriría todo su talento para interpretar.
-Ven esta tarde -dijo él-. Allí te explicarán todo. Y recuerda, la discreción es fundamental. Nadie debe saber que te han buscado.
Antes de que Elena pudiera responder, el hombre ya se había alejado entre la multitud. Su mente comenzó a girar con mil preguntas: ¿por qué ella? ¿qué esperaba la corona de una actriz callejera? ¿y qué debía interpretar?
La tarde llegó con rapidez y, contra todo pronóstico, Elena decidió presentarse en el Palacio Real. Al cruzar sus imponentes puertas, sintió que entraba en un mundo completamente distinto, un mundo donde las reglas eran otras y el poder se escondía tras sonrisas falsas y miradas calculadoras.
Allí fue recibida por una mujer elegante, Isabela, que la condujo a una sala privada. Poco después apareció el rey Darian Velmont en persona, un hombre que, con solo una mirada, podía imponer respeto y revelar un océano de secretos.
-Elena Vasari -comenzó Darian con voz profunda-, no te he convocado para actuar en una obra cualquiera. La reina Amara está gravemente enferma, y el reino necesita que alguien ocupe su lugar temporalmente. Necesito que seas esa persona.
Elena sintió cómo el suelo parecía desaparecer bajo sus pies. Todo lo que había imaginado en su vida, todas las audiciones y sueños, se condensaban en ese momento imposible.
-¿Quieres que me haga pasar por la reina? -preguntó con voz temblorosa, mezcla de miedo y asombro.
-Exacto -asintió el rey-. Nadie debe saber la verdad, ni siquiera la corte. Tu talento y tu astucia serán la única salvación para Castellanova.
Mientras Darian hablaba, Elena comprendió que estaba frente a una oportunidad única, pero también a un peligro invisible que la arrastraría a un juego de poder donde la mentira sería su única verdad.
Y así, sin saber aún todo lo que esa decisión implicaría, Elena Vasari aceptó convertirse en la actriz inesperada que cambiaría no solo su vida, sino el destino de un reino entero.