No quería que nacieran todavía, aferrándome a la esperanza de un destino diferente.
Pero mientras las contracciones me desgarraban, la televisión de la sala de espera gritaba una verdad horripilante: mi esposo, Alejandro, proclamaba su amor inquebrantable por Eva, mi prima, la mujer que en mi vida pasada me robó a uno de mis gemelos y me encerró en un psiquiátrico hasta morir.
Esta vez, el golpe fue doble: el dolor de su traición y el recuerdo vívido de mi infierno anterior, con la imagen de mi bebé arrebatado grabada a fuego.
Él y sus hombres irrumpieron en mi habitación, arrastrándome al quirófano como una bestia, ignorando mis súplicas y mi avanzado embarazo.
Allí, Eva, con su sonrisa de ángel y lágrimas falsas, susurró mentiras sobre mi cordura, mientras Alejandro, el hombre que juró amarme, me abofeteaba, me humillaba y ordenaba que me sedaran para quitarme a mis hijos.
¿Cómo era posible que volvieran a hacerme esto? ¿Qué había hecho para merecer tal crueldad, una y otra vez?
Esta vez, no moriré sin luchar; esta vez, protegeré a mis hijos y haré que paguen por cada gota de mi dolor.