El aroma a café recién molido y la tenue luz de la mañana madrileña apenas lograban disipar la bruma de cansancio que se aferraba a Trina. Sentada en su estudio minimalista del barrio de Salamanca, rodeada de planos, maquetas y el zumbido constante de su ordenador, intentaba darle forma a un nuevo concepto para un jardín vertical en un hotel boutique. Su vida, a sus treinta y dos años, era una meticulosa coreografía de horarios, reuniones y entregas.
Trina era una arquitecta paisajista de renombre, conocida por su visión audaz y su capacidad para transformar cualquier espacio en un oasis de belleza y funcionalidad. Pero, en el fondo, sentía un eco de monotonía. Las relaciones que había tenido eran tan predecibles como los ciclos de las estaciones, y su pasión, esa que volcaba sin reservas en cada diseño, parecía haberse evaporado en su vida personal.
El timbre insistente de su móvil la sacó de su letargo. Era su asistente, Laura, con una voz inusualmente excitada.
-Trina, no vas a creer esto. Acaba de llegar una propuesta... es una locura.
Trina frunció el ceño, apoyando el lápiz sobre un plano. -¿Una locura buena o mala, Laura? Sabes que estoy hasta arriba con el proyecto del hotel.
-Buena, Trina, muy buena. Es para un particular, un proyecto de paisajismo integral para una finca enorme en las afueras de Madrid. Y el presupuesto... es obsceno.
La palabra "obsceno" rara vez salía de la boca de Laura, siempre tan profesional. Trina sintió una punzada de curiosidad. -¿Obsceno cuánto?
Laura soltó una risita nerviosa. -Digamos que podrías retirarte y vivir de rentas con lo que ofrecen por este trabajo. Pero hay un detalle.
-Siempre hay un detalle, Laura. Suéltalo.
-El cliente es... extremadamente reservado. No hay nombre en la propuesta, solo un bufete de abogados que actúa en su nombre. Quieren una reunión personal contigo mañana mismo, en la finca. Y exigen confidencialidad absoluta.
La palabra "confidencialidad" resonó en la mente de Trina. No era inusual en su campo, especialmente con clientes de alto perfil que valoraban su privacidad. Pero la magnitud del presupuesto y el secretismo la hicieron dudar.
-¿Tan grande es el proyecto? ¿O tan... delicado?
-No lo sé, Trina. Los planos adjuntos son impresionantes.
Es una propiedad histórica, con hectáreas de terreno. Parece que quieren una renovación completa de los jardines, pero con un enfoque muy particular en la privacidad y la exclusividad. Y un plazo de entrega... ambicioso.
Trina se levantó y se acercó a la ventana, observando el ajetreo de la calle Serrano. Había algo en la propuesta que la atraía, una especie de desafío que su alma de artista anhelaba. La monotonía de su vida pedía a gritos una sacudida. Y si esa sacudida venía acompañada de una suma de dinero que le permitiera tomarse un respiro o invertir en su propio sueño, ¿por qué no?
-Envía los detalles, Laura. Y confirma la reunión para mañana.
Laura dejó escapar un suspiro de alivio.
-¡Genial! Te enviaré la dirección y la hora. Dicen que un coche pasará a recogerte.
Un coche. Ni siquiera le daban la opción de ir por su cuenta. El misterio se profundizaba. Trina sintió una mezcla de emoción y una extraña premonición. Algo le decía que este no sería un encargo más.
Esa noche, Trina intentó concentrarse en los planos que Laura le había enviado. Eran bocetos preliminares de una finca que parecía sacada de un cuento de hadas: muros antiguos cubiertos de hiedra, fuentes centenarias, extensos bosques y un palacete que se alzaba majestuoso en el centro.
La escala del proyecto era colosal, un lienzo en blanco para su creatividad. Pero la falta de información sobre el propietario la inquietaba. ¿Quién era este individuo tan poderoso y anónimo? ¿Por qué tanto secretismo?
Se acostó tarde, con la mente divagando entre diseños de jardines y la imagen borrosa de un cliente sin rostro. La cama se sentía fría, demasiado grande para una sola persona. Hacía tiempo que no compartía su espacio con nadie de verdad, no de la forma en que su cuerpo y su alma anhelaban. Se había refugiado en el trabajo, en la perfección de las líneas y las formas, para evitar la imperfección de las emociones.
A la mañana siguiente, un elegante Mercedes negro la esperaba en la puerta de su edificio. El chófer, un hombre corpulento y con un rostro impasible, abrió la puerta trasera para ella. El viaje fue silencioso, el coche se deslizaba por la autopista A-6, dejando atrás el bullicio de Madrid para adentrarse en la campiña. El paisaje cambió de edificios a campos verdes y encinas, hasta que el coche giró por un camino privado flanqueado por altos muros de piedra.
Unas imponentes puertas de hierro forjado se abrieron lentamente, revelando un largo camino de grava que serpenteaba a través de un bosque denso. A lo lejos, entre la arboleda, comenzó a vislumbrar la silueta del palacete. Era más grande y más impresionante de lo que los planos sugerían, una joya arquitectónica de siglos pasados, pero con un aire de abandono en sus jardines, como si esperara ser despertada.
El coche se detuvo frente a la entrada principal, una fachada de piedra labrada con una majestuosidad sobria. El chófer le abrió la puerta. Trina tomó su maletín con los planos y respiró hondo. El aire era fresco, con un ligero aroma a tierra húmeda y pino. Se sentía como si estuviera a punto de entrar en otro mundo, un mundo donde las reglas de su vida cotidiana no aplicarían.
Una mujer de mediana edad, con un uniforme impecable de ama de llaves, la recibió con una sonrisa discreta. -Señorita Trina, bienvenida. El señor la espera en el salón principal.
Trina asintió, sintiendo el peso de la expectativa. El interior del palacete era una mezcla de grandeza histórica y una sorprendente modernidad. Grandes salones con techos altos y frescos se alternaban con espacios más contemporáneos, decorados con obras de arte abstractas y mobiliario de diseño. Era evidente que el dueño tenía un gusto exquisito, y una fortuna inmensa.