Incluso cuando me caí por las escaleras, él y sus amigos simplemente se dieron la vuelta y continuaron su fiesta, dejándome tirada.
No solo me traicionó, sino que planeaba robar mi fecha de boda, mi salón y hasta el diseño que yo había creado.
Pensó que yo era una tonta, una víctima que aceptaría posponer todo para que él pudiera casarse con su amante en mi lugar.
Pero se equivocó. Fui con mi padre y le dije:
"Quiero que arregles mi boda. Para la misma fecha. Pero con Antonio Díaz".
Capítulo 1
"Papá", dije, mi voz sonaba en el gran estudio, extrañamente firme, "quiero que arregles mi boda. Para la misma fecha. Pero con Antonio Díaz."
Mi padre dejó caer el bolígrafo que sostenía. Se escuchó un pequeño golpe seco contra el pesado escritorio de madera. Me miró con los ojos muy abiertos, una mezcla de shock y confusión. "¿Qué... qué dices, Alexia? ¿Antonio Díaz? ¿No es Mauricio...?" Su voz, normalmente resonante y segura, se quebró en un susurro. La preocupación arrugó su frente.
"Antonio", afirmé, sin titubear. No había espacio para la duda en mi tono. Mi decisión estaba tomada, tallada en piedra, aunque mi corazón se sintiera como un cristal roto.
Mi padre suspiró, un sonido pesado que llenó la habitación. Miró el reloj de pared, luego de vuelta a mí, como si tratara de descifrar un enigma. "Si estás segura, hija mía... entonces así será", murmuró, con una resignación que me partió el alma. La tristeza en sus ojos era un reflejo de mi propio dolor, pero él no sabía la verdadera razón. Aún no.
Las lágrimas se agolparon en mis ojos, quemando, pero ninguna se atrevió a caer. Mi corazón, un amasijo de dolor y determinación, latió con una fuerza extraña. Era la fuerza de la supervivencia, la de una mujer que se negaba a ser una víctima.
Hace apenas unos días, esa misma fecha grabada en mi mente era el día más feliz de mi vida. El día en que me convertiría en la Sra. Coll. Mauricio y yo. Una historia de amor que creí eterna.
El satén blanco del vestido de novia se deslizó por mi piel, suave y frío. Me miré al espejo del probador, los flashes de las cámaras de la revista de novias parpadeando a mi alrededor. La mujer del espejo era hermosa, sí. Radiante quizás. Pero yo, la Alexia que vivía dentro de ese cuerpo, estaba hueca, vacía. No había alegría en mis ojos, solo una frialdad que me sorprendía.
"¡Estás espectacular, Alexia!", exclamó la vendedora, sus manos ágiles ajustando un último pliegue. "Mauricio se va a caer de espaldas cuando te vea."
Sonreí, una sonrisa que no llegó a mis ojos. Una sonrisa impostada, aprendida.
En la esquina, Mauricio, ajeno a mi tormento, sonreía en su teléfono. Su voz era un murmullo bajo, íntimo. Demasiado cerca, demasiado íntimo para ser solo un "asunto de negocios". Mi ceño se frunció ligeramente. Una punzada de inquietud se clavó en mi pecho.
Justo entonces, el teléfono de mi organizadora de bodas sonó. Era una llamada de su oficina. La escuché hablar, su voz, antes alegre y llena de entusiasmo, se volvió tensa, casi imperceptible. Se disculpó y se alejó un poco. Cuando regresó, su rostro estaba pálido. Me miró con una mezcla de pena y confusión.
"Señorita Cuevas", comenzó, su voz un hilo, "me acaban de llamar para cambiar los nombres en las invitaciones. Dice que... ahora en lugar de Alexia Cuevas... es Ida Juan."
El mundo se hizo añicos. Las palabras de la organizadora golpearon mi oído como una explosión, cada sílaba disolviendo el aire a mi alrededor. Mi corazón dejó de latir. El silencio en mi cabeza era ensordecedor. Solo el eco de su voz se repetía: Ida Juan.
No era solo una traición. Era una bofetada. Una humillación pública antes de que siquiera hubiera ocurrido.
Recordé. Ida Juan. La "amiga" regresó a la ciudad hace apenas un par de meses. La vi, con mis propios ojos, hace solo dos semanas. Mauricio se arrodilló, no ante mí, sino ante ella. En medio de nuestra supuesta fiesta de compromiso. Creí que me había equivocado, que lo había malinterpretado. Que mi mente jugaba conmigo.
Pero las palabras de Mauricio, dichas con una crueldad que aún me helaba la sangre, resonaron: "Alexia es demasiado blanda, demasiado predecible. Necesita un hombre como yo para guiarla. Alguien que no desafíe mi visión".
Y las de Ida, con su voz melosa, pegada a él como una lapa: "Siempre he sido la única, cariño. Alexia es solo un pasatiempo, una distracción. Siempre lo supe." No era cierto que tuviera una enfermedad terminal. Solo era una manipulación. Y funcionó.
Los aplausos, los gritos de júbilo de nuestros "amigos", el destello de los flashes, todo se convirtió en un torbellino infernal. La risa de Ida, el beso de Mauricio. Huí de allí, el corazón en la garganta, la dignidad hecha jirones.
La organizadora de bodas me sacó de mis recuerdos. Su voz, llena de incertidumbre, me preguntó: "¿Señorita Cuevas? ¿Qué hacemos con la fecha? ¿Cancelamos?"
Mis manos temblaron, pero no dejé que nadie lo viera. La rabia, fría y calculada, comenzó a reemplazar el dolor. Mauricio creía que me conocía. Creía que me había roto. Pero Mauricio Coll no era más que un tonto arrogante. Subestimó a la mujer que había amado.
"Conserve la fecha", dije, mi voz sonaba extrañamente fría y plana. "Y reserve el salón de al lado. Quiero la misma decoración. Exactamente igual. Cada detalle." Mi mente ya estaba trabajando, trazando el plan.
La organizadora parpadeó. "¿Exactamente la misma fecha, señorita?"
"Sí", respondí, mi mirada fija en el horizonte. "Y el nombre del novio... eso lo cambiaremos pronto."
Colgué el teléfono, respirando hondo. Justo entonces, la puerta del probador se abrió. Mauricio entró, su rostro resplandeciente.
"¡Mi hermosa novia!", exclamó, acercándose para abrazarme. Su perfume, una mezcla de sándalo y un rastro floral que no era mío, llenó mis fosas nasales. "Estás tan linda hoy."
Mi belleza, me pregunté, ¿era una mercancía? ¿Un trofeo que adornaba su ego?
"Cariño, mi amor... tengo que posponer la boda", dijo, su voz teñida de una falsa pena. "¿Puedes creerlo? Han surgido unos asuntos urgentes de la empresa. Cosas importantes."
Asuntos. Sí, claro. Los asuntos con Ida Juan. Sentí una punzada de amargura. Él pensaba que era estúpida. Él pensaba que me había roto y que podía manipularme a su antojo.
Mauricio quería mi fecha, mi salón, mi boda. Quería robar mi triunfo, incluso mi diseño. Y pensaba que yo sería su víctima.
"Está bien", dije, sonriendo con amargura. Era una sonrisa que él no entendió.
Sus ojos se ensancharon un poco, una sombra de sorpresa cruzó su rostro. Mi "sí" fue su perdición. Una luz de alivio se encendió en sus ojos. Me besó en la frente. "Sabía que lo entenderías, mi amor. Siempre tan comprensiva. Te prometo que todo esto es por nuestro futuro. Te amo."
Su promesa de amor eterno sonó hueca, vacía, como una cáscara sin alma. Cada palabra era una mentira. En mi mente, ya me estaba casando. Pero no con él.