Durante cinco años fui vista como un reemplazo temporal, esperando a que la "verdadera dueña" regresara.
El día que íbamos a firmar nuestra unión de hecho, Máximo me dejó plantada para recibir a Sofía en el aeropuerto.
Esa noche, borracho, me agarró la muñeca y, con los ojos vidriosos, murmuró un nombre... el de Sofía.
El dolor fue tan agudo que me dejó sin aliento: después de cinco años, en su mente, yo seguía siendo ella.
La humillación era mi pan de cada día, tolerando su desinterés y la burla de todos.
Luego, Sofía me llamó para decirme que Máximo todavía la amaba.