Eso enojaba a la joven, pues no quería rogarle, por lo que trató de recurrir a su novio, Caspar Yue. Pero por sorpresa, solo descubrió que la había estado engañando con su media hermana, Fannie Ning.
Es verdad que, en tiempos desesperados se exigen medidas desesperadas.
Sin poder creer su situación, Nancy solo pudo reír.
En el cielo se asomaban rayos y truenos, rápidamente las gotas de lluvia comenzaron a empapar las calles y su delgada ropa.
Todos corrían tratando de encontrar un refugio, mientras ella se quedó vagando sin rumbo.
"¡Señorita!", escuchó que la llamaron, al voltear vio a una anciana, frunció las cejas y se le acercó, "Señora, ¿me llamó?".
"Solo quiero preguntarle su edad", dijo tomando las manos de Nancy, mientras la llevaba a un café para poder refugiarse.
Miró a la chica de arriba abajo, con mucho gusto.
"19", respondió.
"¡Oh!", la mujer hizo una pausa, "cuando la vi bajo la lluvia pude percibir que está pasando por momentos difíciles, ¿se encuentra bien?".
Su pregunta estimuló el llanto de la joven, y en un segundo, ya estaba sollozando en el hombro de la anciana.
"Mi madre tuvo un accidente automovilístico hace diez años, y está en coma desde entonces, ahora sus órganos están fallando, necesita cirugía, y yo... y yo...", sollozó de nuevo después de pronunciar esas palabras, perdía la esperanza de poder salvarla.
"Es solo un poco de dinero, niña, no se preocupe", le dio unas palmaditas en la espalda y continuó: "Además, conozco una forma en la que puede conseguirlo".
Tan pronto como escuchó "dinero", Nancy rápidamente se aferró a ella.
"Señora, haré lo que sea".
La anciana le sonrió y dijo: "Es muy simple, le pagarán si puede tener un hijo con mi joven amo", sin apartar la mirada, le preguntó: "¿Le interesa?".
La chica tardó unos minutos en procesar la información antes de asentir.
Sabía lo que significaba tener un hijo en plena adolescencia, a los 19 años. Si alguien se enteraba, su reputación se destruiría, pero si no conseguía el dinero, perdería a su madre, y ella siempre la elegiría por sobre todas las cosas.
Con su aprobación, Nancy fue llevada de inmediato a la mansión.
"Pequeña, vaya a asearse", ordenó la mujer, señalando el baño mientras le entregaba un camisón de seda. "Mi joven amo estará aquí pronto".
La chica no tuvo tiempo de admirar su entorno, solo asintió, "Sí".
La anciana arrugó los ojos con una sonrisa e intentó hacerla sentir más cómoda ante la situación dirigiéndole unas palabras: "No se preocupe, niña, él es un buen hombre, y la cuidará esta noche".
"Gracias", a pesar del consuelo, Nancy se sentía aún algo de inquietud.
"Recuerde apagar las luces una vez que haya terminado de refrescarse", indicó antes de irse.
La chica no dijo nada más, solo fue al baño a preparar su ducha caliente.
Una vez que terminó, se secó el cabello y apagó las luces antes de meterse a la cama, enterrando su pequeño cuerpo en las almohadas.
El silencio la hacía estar más nerviosa, se sentía cual animal esperando a ser sacrificado o vendido, sus latidos comenzaron a acelerarse, e hizo todo lo posible para calmarse.
El tiempo parecía estar detenido, tenía la sensación de que habían pasado horas antes de que la puerta finalmente se abriera.
Cerró rápidamente los ojos, pero incluso así, podía sentir una figura alta acercándose.
"¿Estás nerviosa?", la voz ronca la hizo estremecer.
"Un poco", admitió, agarrando las sábanas inconscientemente, temblando al pensar en el cuerpo imponente de aquel hombre.
"No te preocupes", susurró cerca de su cuello.
Su voz sonaba rígida, sin temblores. Hablaba como si estuviese haciendo una transacción comercial, sereno y tranquilo.
"Sí, señor", ante su expectativa, intentó echar un pequeño vistazo.
De repente, un rayo se reflejó en la ventana, haciendo que Nancy pudiera ver bien sus ojos oscuros, y parecía que él también pudo verla por primera vez.
La joven apresuradamente apartó la mirada, él se inclinó sobre ella, pasando sus dedos fríos por sus muslos y levantando su camisón. "Ya sea que me hayas visto o no, me olvidarás, al igual que yo a ti", sonrió el joven.
"Sí, señor".
Eso era todo, mientras se embarazara, el acuerdo estaba hecho y ella se habría ido.
Afuera llovía mucho, lo que ahogaba el ruido dentro de la habitación.
Nueve meses después, se escuchó un grito al otro lado de la sala de parto:
"¡Es un niño, señora Angelina!", la anciana salió corriendo del quirófano con un bebé en brazos.
"Muy bien... ¡Excelente!", Angelina Huang juntó las manos, haciendo una reverencia a la anciana que le había entregado a la criatura, "¡Tenemos las acciones!", susurró y continuó: "Mi hijo va a ser el heredero del Grupo TS, ¡oh, gracias a Dios!, ¡es un niño!".
"Señora Angelina", comenzó la anciana, y con un nudo en la garganta, continuó: "El doctor también mencionó a una niña".
"¿Una niña?", respondió sacudiendo la cabeza, "Con un varón nos basta, déjala".
"Entendido, señora".
Y sin decir nada más, se marcharon.
"¡Nancy se desangra!, necesita una transfusión, ¡denle una bolsa de sangre, de inmediato!".
"Sí, director".
Mientras tanto los médicos y las enfermeras hacían todo lo posible, con la esperanza de que esté a salvo.
Fannie, que acababa de llegar para hacerse un aborto, se detuvo. "¿Quién?", preguntó, alzando las cejas.
"Nancy Ning, ¿la conoce?", respondió la enfermera casualmente.
"No, no la conozco". Nadie percibió la crueldad en los ojos de la chica, la sala de parto era un caos total y no notaron que Fannie se llevó a la niña.
Años más tarde, Nancy salía con elegancia del aeropuerto internacional BJ. Vestida de traje de negocios, se quitó sus gafas de sol para admirar lo hermoso que estaba el día.
Habían pasado cinco años desde que había dado a luz. Aquel día, tan pronto como se despertó, recibió una llamada notificándole que su madre había despertado, y se dirigió directo al sanatorio.
Aunque había salido del coma, apenas podía hablar y moverse por sí misma, Nancy tardó un mes en encontrarle una buena enfermera, y cuando lo hizo, salió del país para continuar sus estudios de medicina pediátrica.
Estar en el extranjero la había ayudado a dejar todo atrás y a aumentar sus oportunidades.
En cuanto a su pasado, era un doloroso secreto que tenía que guardar.