Isabella siempre había sido una mujer organizada, con una vida planeada al detalle: una carrera en ascenso, un departamento ordenado y un novio, Lucas, que parecía encajar perfectamente en su vida. Eso creía ella, para ella todo era perfecto.
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Isabella siempre había sido una mujer organizada, con una vida planeada al detalle: una carrera en ascenso, un departamento ordenado y un novio, Lucas, que parecía encajar perfectamente en su vida. Eso creía ella, para ella todo era perfecto.
Desde fuera, la relación de Isabella y Lucas parecía perfecta: una pareja joven y exitosa, con carreras en ascenso y una vida social activa. Lucas era arquitecto e Isabella trabajaba en marketing para una firma creativa; ambos estaban enfocados en sus metas profesionales, con agendas apretadas y planes siempre al borde del caos. Sus días estaban llenos de proyectos, reuniones y compromisos sociales que dejaban poco espacio para algo más profundo. Aun así, Isabella siempre creyó que su amor era sólido, construido sobre una base de confianza y entendimiento mutuo.
Pero lentamente, las grietas comenzaron a aparecer. Lucas empezó a llegar tarde a casa, alegando que el trabajo lo mantenía ocupado. Al principio, Isabella lo entendía; después de todo, ella también pasaba noches trabajando hasta tarde. Sin embargo, sus excusas se volvieron cada vez más frecuentes y su distancia más palpable. Había momentos en los que Isabella lo veía absorto en su teléfono, sonriendo ante mensajes que no le compartía. Aunque intentaba no darle importancia, una parte de ella comenzó a sospechar que algo no andaba bien.
Una noche, mientras estaban cenando en su apartamento, Isabella notó que Lucas estaba más distraído de lo habitual. Miraba su plato sin realmente verlo, y su respuesta a cualquier intento de conversación era un simple "ajá". Isabella sintió un nudo formarse en su estómago, un presentimiento que no podía ignorar. Decidió confrontarlo.
-Lucas, ¿todo está bien? -preguntó, intentando sonar casual, pero no pudo evitar que su voz temblara un poco.
Lucas levantó la vista y sonrió, una sonrisa que no llegó a sus ojos.
-Sí, solo estoy un poco cansado -respondió, pero su tono era distante, casi mecánico.
Isabella asintió, pero esa noche no pudo dormir. Los mensajes de texto a altas horas de la noche, las llamadas que él tomaba en otra habitación y el olor a perfume ajeno en su ropa comenzaron a acumularse en su mente como piezas de un rompecabezas que no quería completar. Trató de convencerse de que eran solo inseguridades, que Lucas la amaba y todo estaba bien. Sin embargo, un día, encontró una nota en el bolsillo de la chaqueta de Lucas, escrita en una letra femenina: "Gracias por la noche de ayer, fue increíble. Te extraño."
Isabella sintió que el piso se desvanecía bajo sus pies. Las palabras parecían arder en sus manos mientras su mente trataba de procesar lo que estaba viendo. No dijo nada a Lucas, pero la duda la consumía por dentro, llenándola de ansiedad y tristeza. Las siguientes semanas fueron un torbellino de intentos de mantenerse ocupada, de no pensar, de no imaginar qué estaba haciendo Lucas cada vez que no estaba con ella.
Una tarde, Isabella terminó temprano en la oficina y decidió sorprender a Lucas en su estudio de arquitectura. Habían pasado meses desde que no hacían algo espontáneo, y pensó que quizás una visita inesperada podría traer un poco de chispa a lo que sentía que se estaba apagando entre ellos. Compró café y unas galletas en una cafetería cercana y se dirigió al edificio donde Lucas trabajaba.
Al llegar, se dio cuenta de que la oficina estaba inusualmente vacía para esa hora de la tarde. Saludó a la recepcionista, una joven amable que siempre le sonreía cuando Isabella visitaba.
-Hola, ¿Lucas está en su oficina? -preguntó Isabella con una sonrisa.
La recepcionista dudó un momento antes de responder, bajando la vista a su computadora.
-Sí, pero... creo que está en una reunión importante -respondió, pero había algo en su tono que no convenció a Isabella.
Isabella agradeció y se dirigió al despacho de Lucas. La puerta estaba entreabierta, y desde el pasillo, escuchó risas suaves y murmullos que no pudo reconocer.
Sin querer espiar, pero sin poder detenerse, se acercó lo suficiente como para echar un vistazo dentro. Lo que vio hizo que su corazón se detuviera.
Allí estaba Lucas, con una mujer rubia que Isabella reconoció como su nueva colega, Clara. Estaban de pie, demasiado cerca, en una postura que no dejaba dudas sobre la intimidad entre ellos. Clara reía y acariciaba el cuello de Lucas mientras él la miraba con una expresión que Isabella no recordaba haber visto en mucho tiempo: una mezcla de deseo y complicidad. La misma mirada que él solía reservar solo para ella.
Isabella retrocedió, sintiendo que la respiración se le cortaba. Las imágenes parecían borrosas y, por un momento, pensó que estaba soñando, que todo esto era una pesadilla de la que pronto despertaría. El café y las galletas se le cayeron de las manos, haciendo un ruido que llamó la atención de Lucas. Sus ojos se encontraron, y en ese segundo, todo se rompió.
-Isabella... -Lucas comenzó, pero no había palabras que pudieran reparar lo que ella había visto.
Isabella no esperó a escuchar explicaciones. Salió corriendo, sintiendo que cada paso la alejaba más de todo lo que había construido con Lucas. Las lágrimas brotaron antes de que pudiera detenerlas, y en medio de su desesperación, solo tenía una cosa clara: esa traición era un punto sin retorno.
Esa misma noche, empacó una maleta y se fue al apartamento de su amiga Sofía, sin mirar atrás. Durante semanas, el dolor se convirtió en su compañero constante. Intentó mantenerse ocupada, evitando lugares y recuerdos que la conectaran con Lucas. Sabía que no estaba lista para enfrentar lo que había sucedido, pero una cosa era segura: no podía quedarse atrapada en esa tristeza para siempre. Así, decidió que necesitaba un cambio drástico, algo que la alejara del dolor y le permitiera encontrar de nuevo el control sobre su vida.
Fue entonces cuando Isabella tomó la decisión. Sin pensarlo demasiado, abrió su laptop y comenzó a buscar destinos. No quería eventos sociales abarrotados ni compromisos tediosos. Necesitaba tranquilidad, espacio para reflexionar, para respirar. Mientras estaba en la casa de su amiga, después de unos minutos de búsqueda, sus ojos se detuvieron en una imagen: el Gran Garnier Hotel, un retiro lujoso en un lugar apartado, rodeado de naturaleza, El tipo de lugar donde podría encontrar la paz que buscaba. Sin titubear, reservó.
No lo pensó dos veces. Preparó su equipaje y, por primera vez en años, no sintió la necesidad de consultar con su amiga ni de confirmar si alguien necesitaba su presencia. Cerró su laptop, dejó su teléfono sobre la mesa y se dirigió al jardín, donde el aire fresco la recibió con un susurro que la reconfortó. Sabía que, aunque el viaje no solucionaría todo, al menos le daría el espacio para comenzar a preguntarse qué quería realmente. La travesía apenas comenzaba, y aunque no tenía claro lo que encontraría, estaba dispuesta a descubrirlo.
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