A sus dieciséis años, creí que conquistaría el amor de Sofía Salazar, mi amiga de la infancia y reina del tango.
Ella, seis años mayor, me despreció como a un niño, prometiéndome una oportunidad solo si ganaba el Campeonato Mundial de Tango.
Durante seis años, sacrifiqué todo, rechacé becas, perfeccioné mi arte, obsesionado con cumplir esa falsa promesa.
Finalmente, con el trofeo dorado en mis manos, regresé para reclamar lo que creí mío.
Pero en lugar de un "sí" , escuché la verdad más dolorosa: Sofía planeaba usarme para amarrar a Ricardo Wagner, el hombre que ella siempre amó, un "plan maestro" para deshacerse de mí.
Mi mundo se desmoronó.
Aplastado, arrojé el trofeo y huí hacia una nueva vida en Barcelona, lejos de San Telmo y de mi corazón roto.
Allí, con la arquitecta Isa Hewitt, comencé a reconstruirme, a transformar el dolor en arte.
Pero el pasado es persistente.
Una invitación a Buenos Aires me arrastró de regreso a la milonga de Sofía, donde se suponía que todo había terminado.
Lo que no sabía era que el infierno apenas comenzaba.
¿Por qué seguía cayendo en sus trampas?
¿Por qué aquella que decía amarme era la única que podía romperme una y otra vez?
Fue en ese reencuentro donde la vi sacrificarse por un hombre que ni siquiera lo merecía, y donde, por su ceguera, volví a ser fatalmente herido.
Esta vez, la traición superó cualquier límite.
Después de la humillación, la pregunta era: ¿Me rendiría por completo o usaría cada cicatriz para forjar mi propio imperio?