El humo ascendió en lentas espirales, velando sus facciones.
"Su último deseo es ser mi esposa", agregó, con un tono casi indiferente.
Millie lo miró sin poder articular palabra, paralizada por la revelación. El silencio se apoderó de la habitación como una niebla densa.
La luz tenue de la mesilla de noche proyectaba largas sombras en la pared, acentuando la distancia entre ellos.
Brandon la miró de reojo y frunció ligeramente el ceño.
"Es solo para darle un poco de consuelo", explicó. "Nos volveremos a casar en seis meses. No vivirá mucho tiempo, Millie".
Su voz sonaba firme y desapegada, como la de alguien que transmite un mensaje que no le importaba en lo más mínimo.
Millie lo contemplaba en silencio, con la mirada fija en su perfil.
Sus palabras no eran una sugerencia, sino una orden.
Así había sido su relación: siempre unilateral. Fue ella quien lo persiguió desde el principio, impulsada por un amor juvenil.
Había permanecido a su lado durante años, superando cada obstáculo sin soltarle la mano.
Millie aún recordaba aquel día, bajo una lluvia torrencial que los empapaba. Brandon se había interpuesto entre ella y su padrastro, empuñando un palo agrietado. "Vuelve a tocar a Millie y te arrepentirás", le había dicho con una furia contenida que ardía en su voz.
Ese momento quedó grabado en su corazón. Aun débil y sangrando, lo vio firme, protector, fiero.
Desde entonces, se entregó a él por completo.
Lo amó sin descanso y cumplió cada uno de sus deseos con una dedicación que nadie más podía igualar.
Él solía acariciarle la cabeza, en un gesto suave y cálido, y le susurraba al oído: "Lo has hecho muy bien, Millie".
Pero los elogios de Brandon nunca duraban, sus besos eran fugaces y el afecto que compartían siempre parecía inalcanzable. Aun así, Millie se decía a sí misma que él simplemente era así.
Incluso cuando otros la llamaban ingenua, ella permanecía a su lado, devota y confiada.
Le había entregado siete años de su vida.
Un año atrás, el abuelo de Brandon, Derek Watson, había enfermado. La familia, con la esperanza de animarlo, decidió que Brandon debía casarse. Quizás la alegría de una boda le daría al anciano algo a lo que aferrarse.
Así que Brandon se casó con Millie.
Ella pensó que por fin había llegado su momento. Pero después de los votos, algo cambió. Él comenzó a distanciarse. A veces, la miraba como si fuera una extraña.
"Millie, ¿me estás escuchando?". Brandon frunció el ceño al notar la mirada perdida de Millie.
"¿Tiene que ser así?", preguntó ella en voz baja.
Él no respondió de inmediato. Tras una pausa, contestó: "Ella está sufriendo mucho, Millie".
El pecho de Millie se oprimió. "¿Y yo qué?".
Brandon guardó silencio por unos segundos. Sus ojos, oscuros y firmes, mostraron un atisbo de impaciencia.
Luego, tras unos segundos, dijo: "Se está muriendo. Quizá no lo sepas, pero está enamorada de mí. Como estábamos casados y no quería herirte, nunca permitió que nuestra relación fuera a más. Incluso cuando intenté compensarla, se negó. Es una buena persona. Por favor, concédele esto. No me obligues a pensar que eres cruel".
Sus palabras, pronunciadas con tanta calma, la hirieron más que cualquier grito.
Así que para él, una mujer que se enamoró de un hombre casado, que no se apartó pero tampoco avanzó, era una santa.
Y la esposa, cuyo único deseo era conservar a su esposo, era la cruel.
Millie lo miró a la cara. Ese era el rostro del que se había enamorado: ojos intensos, nariz prominente, labios hermosos.
¿Cuándo empezó todo a desmoronarse?
Quizá fue el día en que esa mujer apareció.
"¿Estás seguro de que esto es lo que quieres?", preguntó ella, logrando mantener la compostura.
Brandon no dijo nada, apretando los labios.
Finalmente, abrió la boca para responder. "Sí, tú...".
"Está bien", lo interrumpió Millie antes de que pudiera terminar.
Brandon levantó la vista, claramente sorprendido. Frunció el ceño, estudiándola con atención.
"Estás siendo calculadora, Millie", dijo, con un destello de irritación en la voz. "Sabes que necesito tu consentimiento. ¿Piensas usarlo para fastidiarme?".
Millie no respondió. Se limitó a mirar la pared blanca, observando cómo sus sombras se alargaban en la pared.
Brandon apagó el cigarrillo y, sin decir nada más, se vistió a toda prisa y se largó.
No se detuvo a pensar en cómo se sentía ella. Tampoco se detuvo a reconocer lo humillante o dolorosa que era su petición.
Sabía que ella no podía dejarlo.
Estaba absolutamente convencido.
La puerta se cerró de golpe tras él.
Y así, de repente, Millie se quedó sola.
Se sentó inmóvil al borde de la cama, mirando la puerta como si esperara que volviera a abrirse.
El celular vibró a su lado, y luego un mensaje iluminó la pantalla.
Tomó el teléfono.
Era de un número conocido. "Vino a verme otra vez".
El mensaje venía acompañado de una foto. El rostro de Brandon aparecía captado en el reflejo de una puerta de cristal, con una suave sonrisa en los labios y una calidez en la mirada que Millie nunca había visto dirigida hacia ella.
Se quedó helada. Luego, lentamente, comenzó a revisar los mensajes anteriores. "Dijo que siente algo por mí".
"Las noches de lluvia no son solitarias para mí porque él está aquí conmigo. ¿Y tú?".
"La verdadera amante es la que no es amada. Millie, nunca fuiste su primera opción; solo fuiste lo que tuvo que aceptar. Él aprecia la belleza como yo, comparte mis gustos y me ama".
Los mensajes continuaban en ese tono, evidenciando la traición de Brandon.
Ese hombre que, durante siete años la había tratado con distancia, parecía haber reservado toda su ternura para otra mujer.
Millie siguió desplazándose hasta llegar al primer mensaje. "Deberías saber quién soy. ¿Te gustan las flores que hay hoy en tu salón? Las envié yo. Dijo que eran preciosas".
Por supuesto que Millie sabía quién era.
Vivian Simpson, la famosa diseñadora floral conocida por decorar con arreglos exquisitos las grandes mansiones y las lujosas fiestas de sus clientes adinerados.
Millie ya le había mostrado los mensajes a Brandon. Él les restó importancia, diciendo que no había pruebas de que fueran de Vivian.
Incluso sugirió que tal vez la propia Millie los había enviado para crear problemas. La mayoría de los mensajes no tenían fotos, y las pocas que sí, eran borrosas, tomadas desde lejos, difíciles de identificar.
Pero la foto de ese día era nítida.
Millie pensó en mostrarle la foto. Luego, su mirada se desvió hacia el cajón de la mesilla de noche. Se inclinó y lo abrió.
Ahí estaba. La prueba de embarazo que había recibido esa misma mañana.
Estaba embarazada de Brandon. En el peor momento posible.
Sus lágrimas cayeron sobre el papel, emborronando las letras.
Pero, ¿qué importaba ya? El corazón de Brandon ya no le pertenecía.
Millie se secó el rostro y recogió el encendedor que él había dejado. Las llamas parpadearon mientras sostenía la prueba sobre el fuego.
Brandon no tenía idea de que aceptar el divorcio sería el último favor que ella le haría.
Le había pagado su deuda, no con dinero, sino con siete años de su vida.
Nunca más volvería a amarlo.