El mayor miedo para Dayana era presentarse en la oficina del señor Alemán. Había escuchado que todos sus aprendices renunciaban en cuestión de días porque no soportaban su indiferencia y humillaciones.
-Así como ese señor tiene su carácter, yo también tengo el mío, y no me voy a doblegar ante él-. Repetía mientras iba en un taxi para el famoso "Consorcio Alemán". Una empresa familiar que le prometía mucho al mundo laboral.
Efectivamente, cuando se presentó ante él, supo que nada sería fácil y que la dura coraza que había prometido demostrar se fue al carajo desde que él le ignoró el saludo y la observó de pie a cabeza con una mirada despectiva.
-Esa vestimenta no es adecuada para trabajar en mi empresa-. Dijo con arrogancia, discriminando su falda por debajo de la rodilla. Ella eligió esa porque no quería parecer provocativa el primer día. No imaginaba que su propio jefe la haría caer de cabeza y burlarse.
-Lo siento, señor. Debí conocer antes las reglas de su empresa, si me las otorga le agradeceré mucho.
-Ve a recursos humanos. Allí te darán una pequeña charla.
Dayana sintió un picor en sus ojos, pero no dejó salir las lágrimas. Ella había prometido ser fuerte y lo iba a lograr. Había sido humillada por su jefe, pero eso no la iba a hacer renunciar a su pasantía.
Durante la jornada fue tan prepotente que parecía odiarla desde hace tiempo, sus palabras eran golpeadas y con autoridad cada vez que le pedía que hiciera algo. Se quejaba porque ella no estaba familiarizada con algunos conceptos, más no comprendía que ella era solo una aprendiz que ahora estaba fungiendo como su representante.
-Señorita, tráigame un café-. Ordenó Cárlenton.
-¿A esta hora?- cuestionó sin pensarlo.
-¿Qué dijiste?
-Dije que ahora mismo se lo traigo.
Ella se arrepintió al instante por haberle refutado lo que él pedía.
Cuando llegó a la cafetería recordó que no le había preguntado cómo lo quería.
-Bueno, por lo general, los ricos y presumidos lo toman sin azúcar-. Pensó.
Al final, el jefe la hizo ir y venir en varias ocasiones aduciendo que cada café que traía no era de su gusto.
-Señor, ¿puede hacer una excepción y no tomar su café por este día? Es que el elevador se averió y mis piernas ya no dan más para subir y bajar tantas escaleras-. Se quejó.
Cárlenton se puso de pie, dio un golpe sobre el escritorio y con palabras hirientes la retó.
-¿Acaso eres mi jefa para darme ordenes, o mi esposa para pedirme favores?
-No, señor, discúlpeme-. Ella tembló.
-Ya no lo traigas, la hora se pasó. Ahora tendrás que aguantar mi ira por falta de ese maldito café-. Amenazó.
Lo que sorprendió a Dayana, fue que al salir de la empresa, su jefe la estaba esperando. Le pidió que lo acompañara a hacer un trabajo y ella no se negó, ya que, él mencionó que aplicarían como horas extras en su proyecto profesional. La llevó a una tienda. La chica estaba convencida de que la había traído para que eligiera algunas prendas para su novia o esposa, aunque nunca se había mencionado que estuviera casado.
Él mismo eligió un par de trajes de oficina y la obligó a entrar al vestidor para tallarlos.
-No entiendo-. Dijo ella, frunciendo el ceño.
-Te dije que en mi empresa se usa otro estilo de vestimenta, esto lo usarás a partir de mañana. Te lo descontaré de tu sueldo.
Dayana apretó los labios y en su interior maldijo al jefe arrogante y metiche. ¿Cómo se atreve a llevarla a una tienda sin antes consultarle si está de acuerdo en gastar su propio dinero que todavía no le han pagado?
Al final, se quedó con cuatro trajes de distinto color.
-Te llevaré a tu casa-. Se ofreció, siempre con su voz pedante.
-No es necesario, señor-. Dijo ella.
-He dicho que lo haré. Espera aquí, vuelvo enseguida.
En lo que él se acercó a la caja para pagar, Dayana se escapó. Tomó un taxi y sudando de nervios llegó a su apartamento.
-Espero que mañana no me reclame por haberlo dejado solo-. Pensó en su mente y en sus labios se dibujó una sonrisa.
CÁRLENTON
Sabía que era el momento de recibir a los nuevos practicantes, pero no me imaginaba que entre ellos vendría una chica que pondría mi mundo de cabeza. Ella tiene todo lo que yo he buscado en una mujer, sí, soy un mujeriego, pero eso se perdona mientras llegue la indicada y, creo que ya no buscaré más porque ha venido solita a mi vida.
¡Pero qué estoy diciendo! He jurado que nunca más me voy a volver a enamorar y ahora estoy aquí pensando estupideces que jamás van a suceder.
Dayana es muy inteligente y capaz de hacer todo por su cuenta con solo explicárselo una vez. Eso me molesta, estoy tan acostumbrado a imponer miedo en los practicantes anteriores y ella parece que no le teme a mi mal carácter o a mi forma despectiva de evaluar y rechazar su vestimenta. ¿En qué cabeza me cabe decirle que use casi minifaldas?
¡Por Dios, ahora sí que me estoy volviendo loco!
Tengo que actuar de inmediato o de lo contrario, esa jovencita me ganará y dejará de respetarme.
¡Eso no puede suceder!