-¿A dónde vas?
En plena boda, Elyse Lloyd, desesperada, le agarró la muñeca a Theo Ward para que no se fuera, con una mirada suplicante.
El lugar estaba a reventar con familiares y amigos de ambos, todos sentaditos en sus asientos. El juez acababa de preguntarle a Theo si aceptaba casarse con Elyse, pero en lugar de responder, el muy cabrón ignoró la pregunta, contestó su celular y de la nada intentó largarse.
-Kaelyn se enteró de nuestra boda y ahora está amenazando con aventarse de un edificio. Bien sabes que tiene depresión. Tengo que ir a salvarla -dijo Theo con impaciencia mientras empujaba a Elyse a un lado.
El empujón hizo que Elyse se torciera el tobillo y, al caer al suelo, estiró la mano torpemente para tratar de detenerlo.
-¡Hoy es nuestra boda! ¿Qué se supone que haga si te vas? Kaelyn Bennett te apuñaló por la espalda. Te hizo sufrir un chingo, ¿por qué diablos tienes que ir a verla justo ahora?
La mirada de Theo se puso más fría que el hielo.
-Tú no eres quién para andar juzgando lo que pasó entre Kaelyn y yo. No importa en qué se equivocó o cuánto me hizo sufrir, tú no le llegas ni a los talones.
A Elyse se le partió el alma. Entendió que él nunca había superado a Kaelyn. Para él, ella jamás sería tan importante.
-¿Qué hice para merecer esto? ¿Por qué me tratas así? Por favor, espérate aunque sea a que terminemos la boda, ya casi nos damos los anillos. Después te vas corriendo a verla.
Theo esquivó su mano y dijo con asco: -¿Te importa más tu boda que la vida de una persona? Qué corazón tan frío tienes. Mejor posponemos esto.
Sin siquiera voltear a ver su cara pálida, se alejó del altar, valiéndole madres las miradas confundidas de los invitados.
En cuanto el novio se fue, la gente empezó el chismorreo.
-¡No, por favor, no me dejes, Theo! ¿Qué voy a hacer si te vas? -gritó Elyse, sentada en el suelo hecha un desastre. Temblaba, y las lágrimas le arruinaban el maquillaje.
El hombre que había amado por tres años, sin importarle su dignidad, había escogido a otra mujer sin pensarlo dos veces. Solo le importaba el drama de Kaelyn, pero le valía madre lo humillada que se sentía ella, abandonada en el altar.
A su alrededor, un chingo de ojos la miraban, algunos burlones, otros con lástima y unos cuantos hasta con morbo. ¡Elyse nunca se había sentido tan miserable!
Su padre, Lanny Lloyd, se le acercó. Ella esperaba consuelo, pero él la regañó.
-Ni siquiera puedes amarrar a un hombre. ¡Qué inútil! -Después de gritarle, se fue con su esposa, Glenda Lloyd, sin voltear atrás.
Su hermana, Mabel Lloyd, apareció con una sonrisita de suficiencia.
-Qué oso, Elyse. Tu novio te plantó y ahora eres el hazmerreír de todos. Me das pena ajena. Imagínate el coraje de papá y mamá -dijo antes de irse.
Uno por uno, todos los familiares de Elyse se fueron, dejándola sola como perro en la calle. Hasta los padres de Theo, que al principio se sentían culpables, cambiaron de parecer al ver el desmadre.
-Ni sus propios papás la pelan. Algo habrá hecho.
-Sí, si fuera buena pareja, ¿por qué la dejaría plantada el novio?
-¿Será que le puso los cuernos? ¿Qué más haría que un hombre se fuera así?
Los murmullos y críticas de los invitados se hacían cada vez más groseros.
De repente, se escucharon ruidos cerca.
Al voltear, Elyse vio a un hombre en traje, solo, en una silla de ruedas. El juez, todo nervioso, le preguntó: -¿Y su novia?
Elyse, limpiándose las lágrimas, le hizo señas a un mesero: -Ese señor es un novio, ¿verdad? ¿Dónde está su novia?
El mesero la miró de reojo y contestó: -No llegó. Dicen que no aguantó lo de la discapacidad de su esposo.
-¿Y ha estado esperando aquí todo este tiempo?
El empleado asintió.
El novio en la silla de ruedas le daba la espalda a Elyse. No podía verle la cara, pero entendía perfecto el dolor de ser abandonado.
Los dos eran unos pobres, plantados como tontos.
Después de pensarlo un momento, una chispa de determinación apareció en los ojos de Elyse.
Había amado a Theo por tres años, pero él la traicionó. ¿Para qué seguirle siendo fiel? Se dio cuenta que no le debía nada.
De golpe se puso de pie, y los invitados que andaban de chismosos se callaron. Todos la vieron mientras se levantaba el vestido y caminaba con seguridad hacia el hombre de la silla de ruedas.
Ver a una novia en su vestido blanco acercándose dejó helados a los invitados del otro.
Al escuchar el ruido de su vestido, el hombre en la silla de ruedas se giró lentamente.
Elyse se detuvo y miró al tipo guapo que tenía enfrente, con ojos brillantes de sorpresa. Luego, le extendió la mano y soltó:
-Hola, oí que necesitas una novia. A mí, mi novio me acaba de dejar plantada. ¿Qué te parece si nos casamos?