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La gala era el evento del año, y mi teléfono sonó en mi pequeño apartamento: era Máximo, el magnate, el hombre al que había salvado.
Me preguntó con desprecio helado: "¿Te arrepientes de haberme dejado por dinero?"
Acababa de leer mi diagnóstico de insuficiencia renal terminal; mi único riñón estaba fallando, las facturas médicas se amontonaban, asfixiándome.
"Necesito dinero, Máximo. Préstame cinco millones de pesos," supliqué, la verdad inarticulable.
Su risa fue corta y sin alegría: "No. Ya no tengo ningún arrepentimiento." y colgó, mientras en televisión él declaraba: "Como pueden ver, algunas personas nunca cambian."
Al día siguiente, recibí los cinco millones, pero al ir al hospital me encontré con Máximo y su prometida, Scarlett, que me humillaron y se burlaron de mi supuesta "avaricia."
Cuando caí al suelo, mi informe médico con "INSUFICIENCIA RENAL CRÓNICA" quedó expuesto, y Máximo estalló: "¿Ahora inventas una enfermedad? ¡Eres increíble! ¡Estafadora!"
El dolor era insoportable, la enfermedad me consumía, y su ceguera me destrozaba.
Cathy, mi mejor amiga, me consiguió trabajo en la viña de Máximo, sin decirme de quién era, solo que necesitábamos dinero desesperadamente.
Ante sus invitados, Máximo me humilló llamándome "trepadora" y Scarlett me pateó la cicatriz de mi riñón.
Luego, Máximo me ofreció cincuenta millones de pesos si me bebía una caja entera de su vino más caro, sabiendo que el alcohol era veneno para mis riñones moribundos, un acto de humillación pública.
Pensé en las deudas y la diálisis, en la posibilidad de ganar tiempo, miré a Máximo a los ojos y asentí, decidida a beber hasta el final, sin importar el costo.
¿Qué me había traído a este límite fatal, dispuesta a morir por dinero, después de haber sacrificado todo para que él viviera?