Morí quemada viva, encerrada por mi propio marido, Santiago, en la bodega familiar.
Mi pequeña Lucía, nuestra hija, tosió sus últimas bocanadas en mis brazos.
Él nos culpó por la muerte de su "verdadero amor", Valeria.
Era el tercer cumpleaños de Lucía, y ese fuego era su venganza.
El dolor era familiar, un eco de un matrimonio forzado, una mentira orquestada por mi hermano.
No había escape posible, ¿verdad?
Pero en lugar del final, sentí un tirón.
Abrí los ojos y el fuego se había ido.
No había humo, ni ceniza, ni la pequeña Lucía.
Estaba en la suite de la bodega, con el mismo vestido de hace una década.
La mano de Santiago me tiraba, susurrando, "Isa... ayúdame... hace calor."
Estaba drogado, de nuevo.
El terror me heló la sangre.
¡Era la misma noche!
La noche de la vendimia, el comienzo de mi pesadilla.
Mi hermano lo había vuelto a hacer.
No, no otra vez.
No viviré ese infierno de nuevo.
No permitiré que mi destino sea sellado por la traición, el rencor y una hija no deseada que acabará quemándose viva conmigo.
Pero, ¿cómo romper este ciclo?