Su voz era acero frío. Observó la escena: yo, empapada en un desastre rojo y pegajoso, y sus amigos con cara de haber sido abofeteados. Sus ojos se posaron en Brenda, un destello de preocupación cruzó su rostro antes de volverse hacia mí, su expresión endureciéndose en desaprobación.
-¿Qué dijiste? -exigió, su voz baja y amenazante.
-¡Te dijo que te fueras a la mierda, De la Garza! -soltó Toño, una risa nerviosa escapándosele-. ¡Y llamó a Brenda cruel!
La mirada de Alejandro era glacial.
-Discúlpate con ella. Ahora.
Casi me reí.
-¿Disculparme? ¿Por qué? ¿Por decir la verdad?
Me agarró del brazo, sus dedos clavándose en mi piel.
-No hagas una escena, Helena.
-¿Una escena? -repetí, mi voz peligrosamente tranquila-. ¿Te refieres a que tu novia me ponga el pie y haga que su amiga me bañe en una bebida? ¿Ese tipo de escena?
Los ojos de Brenda se abrieron de par en par.
-¡Yo no hice eso! ¡Está mintiendo, Alejandro!
El agarre de Alejandro se intensificó.
-Discúlpate.
Miré de su rostro enojado a la sonrisa triunfante de Brenda. Él siempre le creería a ella. Siempre la elegiría a ella. Era un pequeño drama inútil y patético, y de repente estaba tan cansada de mi papel en él.
Me solté de su agarre.
-No.
Sus ojos se abrieron con genuina sorpresa. Era la primera vez que lo desafiaba tan directamente.
Brenda aprovechó la oportunidad, su voz adquiriendo un temblor lloroso.
-Alejandro, me está asustando. ¿Podemos irnos?
Él dudó, dividido por una fracción de segundo. Su mirada vaciló entre ella y yo. Ese parpadeo lo fue todo. Realmente me estaba considerando. Pero el hábito, y años de obsesión, ganaron. Soltó un suspiro frustrado.
-Bien -espetó, dándome la espalda y envolviendo un brazo protector alrededor de Brenda-. Vámonos.
Mientras se la llevaba, vi el más breve destello de alivio en su rostro. Estaba contento de escapar de la confrontación, contento de retirarse a la comodidad familiar de apaciguar a Brenda.
La fiesta se reanudó a mi alrededor, el incidente ya convirtiéndose en un jugoso chisme. Me quedé sola, pegajosa y humillada, pero también extrañamente liberada.
Toño, envalentonado por la partida de Alejandro, decidió continuar la diversión.
-¡Muy bien todos, juguemos un juego! ¡Yo nunca, nunca!
Un vitoreo se elevó de la mesa. Debería haberme ido. Pero algo me retuvo allí. Una necesidad de ver esta farsa hasta su amargo final. Me senté en una silla vacía, una observadora silenciosa.
El juego comenzó, lleno de predecibles alardes de promiscuidad y riqueza. Luego, fue el turno de Brenda.
-Yo nunca, nunca -dijo, sus ojos encontrando los míos a través de la mesa-, he estado con alguien por su dinero. -Tomó un delicado sorbo de su champaña, el desafío flotando en el aire.
No bebí. Solo le devolví la mirada.
Unas rondas más tarde, fue el turno de Toño. Sonrió, claramente disfrutando.
-Yo nunca, nunca he tenido una contraseña que fuera el cumpleaños de otra persona.
Algunas personas bebieron. Luego Toño miró directamente al asiento vacío de Alejandro.
-De la Garza tendría que beber por esa. El pobre bastardo ha tenido el cumpleaños de Brenda como su contraseña para todo desde la prepa. 14-08.
14 de agosto. Se me heló la sangre. Mi propio cumpleaños también era en agosto. El 18 de agosto. Durante cuatro años, había visto a Alejandro teclear su contraseña, siempre asumiendo que el '08' era por mí. Otra ilusión. Otra pieza de la fantasía que había construido, desmoronándose en polvo.
Luego fue el turno de Brenda de nuevo. Estaba borracha ahora, su malicia afilada por el alcohol.
-Yo nunca, nunca -arrastró las palabras, su sonrisa venenosa-, me he acostado con un hombre que estaba enamorado de otra persona. -Me miró directamente-. Tu turno de jugar, Helena. ¿O te vas a quedar ahí como un fantasma toda la noche?
Algo se rompió. Me estiré sobre la mesa, tomé el vaso de shot frente a mí y me bebí el líquido ardiente de un solo trago. Luego recogí la baraja de cartas del centro de la mesa.
-Mi turno -dije, mi voz clara y firme.
Saqué una carta. La pregunta era simple. "¿Quién es la persona que más amas en este mundo?"
Todos en la mesa sonrieron con suficiencia, mirando hacia donde había estado sentado Alejandro. Todos sabían la respuesta. La patética señora De la Garza, obsesionada con su esposo.
Miré la carta, y luego los miré a cada uno de ellos, mi mirada deteniéndose en Brenda. Sentí una lenta y fría sonrisa extenderse por mi rostro.
-Daniel Herrera -dije, el nombre una cosa sagrada en mi lengua-. La persona que más amo en este mundo es Daniel Herrera.
Y luego, mirando directamente a Brenda, añadí:
-Nunca, ni por un solo segundo, he amado a Alejandro De la Garza.