El primo, el ceo y mi hijo
img img El primo, el ceo y mi hijo img Capítulo 1 Boda
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Capítulo 6 Reencuentro img
Capítulo 7 Mano a Mano img
Capítulo 8 El Primo en el Comedor img
Capítulo 9 Sobrino-nieto img
Capítulo 10 Defensa img
Capítulo 11 El Dueño de la Emergencia img
Capítulo 12 La Confesión Íntima img
Capítulo 13 La Ecuación de la Carne img
Capítulo 14 El Tribunal de la Sangre img
Capítulo 15 La Jurisdicción de la Piel img
Capítulo 16 El Contrato del Café y la Sangre img
Capítulo 17 La Gravedad del Dueño img
Capítulo 18 El Silencio de la Fortaleza img
Capítulo 19 El Despertar del Rey y la Torre de Cristal img
Capítulo 20 Diamantes y Territorio img
Capítulo 21 La Gramática de los Celos img
Capítulo 22 Cimientos de Acero y Sangre Azul img
Capítulo 23 El Escaparate del Rey img
Capítulo 24 La Disciplina del Silencio img
Capítulo 25 El Segundo Cimiento img
Capítulo 26 El Vals de la Dinastía img
Capítulo 27 El Fantasma de Praga img
Capítulo 28 La Frecuencia del Control img
Capítulo 29 La Obra Maestra y el Cristal Roto img
Capítulo 30 El despertar de un mounstro img
Capítulo 31 El Silencio de la Maquinaria img
Capítulo 32 El Fantasma en la Máquina img
Capítulo 33 El Mensajero del Cielo img
Capítulo 34 La Tumba Vacía y el Primer Llanto img
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El primo, el ceo y mi hijo

S. Mejia
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Capítulo 1 Boda

Pensé que al haberme casado mi vida sería feliz. Mi hogar, o lo que se suponía debía ser mi hogar, era un desastre. Mi madre siempre me culpaba por haberle arruinado su infancia. Cuando ella tenía dieciséis años quedó embarazada de mí; mi padre la dejó sola y fueron mis abuelos quienes la ayudaron. Al año de yo nacer, a ella le exigieron trabajar para mantenernos a ambas. Desde entonces, yo no sé lo que es sentir el cariño de una madre.

Recién cumplí diecinueve años y, junto a mi novio, hemos decidido casarnos. Durante los dos años que llevamos de noviazgo, él ha sido muy atento, nunca intentó nada conmigo, siempre me respetó, y eso me daba la seguridad de querer seguir con él.

El día de nuestra boda todo fue perfecto. Viajamos a Alemania; yo sería la traductora, pues mis abuelos me inculcaron desde pequeña aprender cuatro idiomas y tenía el sueño de conocer el país. Nos hospedaríamos en un resort. El lugar nos pareció romántico, y yo estaba nerviosa, consciente de lo que se aproximaba.

Andrés salió por vino para darme tiempo y poder relajarme antes de disfrutar el momento. Me puse un babydoll que mi amiga Sara me sugirió que usara. Pensé que solo tardaría unos cinco minutos en llegar, pero se hicieron diez, quince y no regresaba. "Quizás le pasó algo", pensé. Me puse la bata y salí a buscarlo, pero al pasar por una de las habitaciones, la puerta estaba casi cerrada. Quizás la empujaron y no se aseguraron de que cerrara. Escuché su voz.

No sabía si abrir; quizás era alguien más y yo sería una imprudente. Pero nuevamente escuché su voz en forma de gemidos. Estaba asustada, no sabía qué pasaba y, con toda la fuerza que tenía, abrí la puerta.

Mi vida se hizo pedazos en ese momento. Una camarera estaba sobre mi esposo, ambos estaban desnudos. Ella se movía frenéticamente, mientras él le lamía sus pechos. Eran más grandes que los míos; quizás solo operándome podría igualarlos.

-¡¡¡Andrés!!! -exclamé con enojo.

A la chica no le importó que yo hubiera llegado, seguía en lo suyo.

-Du wirst das nicht ruinieren, geh weg von hier, niemand braucht dich. (No arruinarás esto, vete de aquí que nadie te necesita) -dijo ella, manteniendo el ritmo.

Andrés no entendía lo que dijo, pero no hizo intento de detenerse.

No pude más. Regresé a mi habitación, me puse solamente un vestido y alisté mi maleta rápido. No iba a permitir que me humillaran más. Antes de que él regresara, yo ya estaba en la recepción del resort, pidiendo que me llevaran a la ciudad más cercana. No entendían qué pasaba y no daría explicaciones.

Prepararon el auto y me llevaron a un pueblo, pero no quería que me encontraran fácilmente, así que tomé un bus y me fui a otra ciudad, lo más lejos posible.

Las llamadas de parte de Andrés no paraban, luego enviaba mensajes, pero no quería leerlos. Lo último que hice fue llamar al abogado y pedirle que no procesara el matrimonio, ya que mi supuesto esposo me fue infiel. Terminé apagando mi teléfono.

Ya no sabía en qué ciudad estaba, solo quería estar lejos, no quería regresar. Encontré un hostal, pagué en efectivo para que no se viera el cargo en la tarjeta y el nombre del comercio. Me encerré en mi cuarto y comencé a llorar. Lloré hasta el cansancio.

Al despertar era de madrugada, las tres de la mañana. Salí a tomar un poco de aire. Las calles estaban solitarias. Lo único vivo que se veía era un bar. Al entrar, estaba a media capacidad y todos tranquilos. Me senté en la barra y pedí una cerveza. Siendo sincera, no tomaba más que vino o alguna que otra bebida suave. La cerveza me pareció amarga, pero no importó. Pedí otra y otra. Cuando vi, llevaba cuatro. Busqué mi cartera para pagar, pero la había dejado en el hostal. El cantinero solo veía mi rostro y no decía nada.

-No se preocupe en pagar, yo la invito -dijo un hombre que estaba a varios asientos de mí.

-He olvidado la cartera en el hotel. Si gusta, podemos ir y yo le reembolso.

-De ser así, entonces déjeme invitarla a otra más. Veo que la necesita.

-Mi día ha sido una locura...

-No quiero que siga teniendo un mal día, disfrute la cerveza. ¿Puedo acercarme? -preguntó él, esperando mi aprobación.

-Claro, no creo que pueda empeorar más. Salud -respondí. Chocamos nuestras jarras y me tomé el resto de la cerveza sin detenerme.

Él pagó y salimos del local. Mi cabeza ya daba muchas vueltas, pero de alguna manera me sentía segura con él. Le dije dónde me hospedaba. Al estar allí lo invité a entrar mientras buscaba la billetera, me sentía... caliente. Era la rabia de la traición cociéndose en mis venas, la necesidad de reemplazar el dolor con algo, lo que fuera.

Cuando por fin encontré la billetera, saqué unos billetes y se los di.

-Gracias por haberme ayudado, espero sea suficiente -dije, sintiendo el impulso peligroso de acortar la distancia.

-Fue un placer ayudarle, espero pueda descansar y olvidar su pena.

Esas palabras hicieron clic en mí. Él se quedó en el umbral, su presencia era una masa sólida de calma en medio de mi huracán. Me acerqué a él, mis piernas temblando. Me alcé sobre las puntas de mis pies y, con una audacia que nunca había conocido, presioné mi boca contra la suya.

            
            

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