Frente a todos, Eduardo me dijo que lo "superara".
Mi propio hijo incluso me suplicó.
-Mamá, por favor -lloró-. Solo di que lo sientes.
¿Que lo sienta? ¿Por qué? ¿Por sobrevivir al accidente de coche que ellos orquestaron para matarme?
Miré al chico que una vez amé más que a mi propia vida. En el repentino silencio del salón de baile, sonreí y pregunté:
-Kael, ¿recuerdas la noche en que Selene te pidió que poncharas mis llantas?
Capítulo 1
Punto de vista de Abril Cárdenas:
El olor familiar a cartón húmedo y plástico reciclado llenó mis pulmones. Era el aroma que había llegado a asociar con mi nueva realidad. Siete años. Siete años desde que era Abril Cárdenas, la abogada de patentes de mente aguda, cuya vida había sido extirpada quirúrgicamente y reemplazada por esta rutina monótona. Ahora, solo era Abril, un fantasma en una bodega, clasificando cajas bajo luces fluorescentes.
Una conmoción cerca del muelle de carga me sacó de mis pensamientos. No era inusual tener visitas, pero los susurros ahogados y la quietud repentina sugerían algo diferente. Mantuve la cabeza gacha, mis manos moviéndose automáticamente, cerrando otra caja con cinta adhesiva.
Entonces lo oí. Una voz. Profunda, familiar, como una melodía que había intentado borrar pero que seguía grabada en lo más profundo de mi memoria. Eduardo.
Se me cortó la respiración. Mi cuerpo se congeló, un pavor helado filtrándose en mis huesos. Siete años. Se suponía que él era un fantasma, un capítulo cerrado de golpe.
-¿Abril? -La voz estaba más cerca ahora, vacilante, teñida de una sorpresa que se sintió como un golpe en el estómago.
No levanté la vista. No podía. Simplemente seguí sellando la caja, mis movimientos rígidos, robóticos. Mi corazón era un tambor frenético contra mis costillas.
Una sombra cayó sobre mí. Una mano se extendió, tentativa, casi rozando mi brazo. Me encogí, retrocediendo como si me hubiera quemado. Su toque me habría abrasado, me habría marcado de nuevo.
El silencio se extendió entre nosotros, denso y sofocante. El ruido de la bodega se desvaneció en un zumbido sordo, como si el mundo contuviera la respiración. Cada fibra de mi ser me gritaba que corriera, que desapareciera de nuevo en el anonimato que había construido con tanto cuidado.
Las luces fluorescentes sobre mí zumbaban, arrojando un brillo crudo e implacable sobre las motas de polvo que danzaban en el aire. El leve olor a gases de escape de un montacargas distante de repente se sintió abrumador, revolviéndome el estómago. Me sentí mareada, desorientada.
-¿Abril? ¿De verdad eres tú? -Su voz era ahora ronca, cargada de incredulidad-. Dijeron... dijeron que te habías ido. Que estabas muerta.
Permanecí en silencio. Me dolía la mandíbula de tanto apretarla. ¿Qué podía decir? ¿Que no estaba lo suficientemente muerta? ¿Que había sobrevivido a los escombros en los que él y su amante habían convertido mi vida?
-Tuvimos un funeral -continuó, con una extraña mezcla de conmoción y alivio en su tono-. Selene... estaba devastada. Kael... lloró durante semanas.
La sangre se me heló. Los nombres, pronunciados con tanta naturalidad, eran como veneno. ¿Devastada? ¿Lloró durante semanas? La hipocresía era un sabor amargo en mi boca.
Otra figura se movió a su lado. Más alto ahora, de hombros más anchos. Kael. Mi Kael.
-¿Mamá? -La voz de Kael, un susurro crudo y roto, me desgarró por dentro.
Mis manos temblaban, pero no dejé de trabajar. No podía reconocerlos. No aquí. No ahora. Nunca.
-¿Por qué no nos lo dijiste? -La voz de Eduardo suplicó, acercándose-. Pensamos... pensamos que te habíamos perdido para siempre.
¿Perderme? Me habían desechado. Quería gritar las palabras, pero se atascaron en mi garganta, ahogadas por años de dolor no expresado.
Kael dio un paso adelante, su joven rostro grabado con una emoción que no pude descifrar del todo.
-Mamá, por favor. Solo... di algo.
Cerré los ojos por una fracción de segundo, un dolor agudo atravesándome el pecho. La palabra "mamá" se sentía extraña en sus labios. Pertenecía a otra vida, a otra mujer.
-Lo siento, señor -dije finalmente, mi voz plana, desprovista de emoción-. Debe estar confundiéndome con otra persona. -Cada palabra era una pequeña astilla que se desprendía del muro que había construido a mi alrededor.
Eduardo retrocedió como si lo hubiera golpeado.
-¿De qué estás hablando? Soy yo, Eduardo. Y este es Kael. Tu hijo. -Señaló a Kael, que parecía a punto de derrumbarse.
Kael, quien se suponía que era mi hijo. El chico que había amado con cada fibra de mi ser. El chico que había ayudado a empujarme por ese precipicio.
-¿Mi hijo? -Reí, un sonido seco y sin humor que se sintió frágil en el aire-. Yo no tengo un hijo.
Eduardo me miró fijamente, sus ojos abiertos con una mezcla de dolor e incredulidad. Observó mi uniforme de trabajo, la mugre en mis manos, el agotamiento grabado en mi rostro. Su mirada se detuvo en los tenis gastados, en los jeans descoloridos. Su rostro se descompuso.
-Abril, ¿qué te pasó? ¿Por qué estás... aquí? -Su voz estaba cargada de algo que sonaba casi a lástima-. Parece que has pasado por un infierno.
-¿Dónde más estaría? -repliqué, mi voz aún desprovista de calidez-. La vida que me dejaste, Eduardo, no venía exactamente con un colchón de oro.
-Pero... ¿por qué no me buscaste? Podría haberte ayudado -insistió, dando otro paso adelante-. Podríamos haber arreglado esto.
¿Arreglar esto? No había forma de arreglar lo que habían hecho. Miré a Kael, que ahora lloraba abiertamente, sus hombros temblando. La vista no hizo nada para ablandar el concreto alrededor de mi corazón.
-No puedes arreglar lo que está roto sin remedio -dije, mi mirada endureciéndose-. Y tú, Eduardo, no me dejaste más que puros pedazos rotos.
Abrió la boca, pero no salieron palabras. Parecía derrotado, su habitual comportamiento pulcro reemplazado por una vulnerabilidad cruda que no había visto en años.
-Por favor, mamá -sollozó Kael, tratando de alcanzarme-. Te extrañé mucho. Todos lo hicimos.
Aparté mi mano antes de que pudiera tocarme.
-Aquí no tienes ninguna 'mamá' -dije, mi voz una línea plana-. Y yo no tengo ningún hijo.
Su rostro palideció, las lágrimas aún corrían por sus mejillas.
-Pero... soy Kael. Tu Kael.
-Ese Kael murió con Abril Cárdenas -declaré, mi voz resonando hueca en el vasto espacio-. Y ninguno de los dos va a volver.
Un colega, ajeno al drama que se desarrollaba, gritó:
-¡Oye, Abril! ¿Ya terminaste con esa tarima?
Me alejé de sus rostros atónitos.
-Casi -respondí, mi voz firme, poniendo la última tira de cinta en la caja.
Eduardo intentó hablar de nuevo, pero lo interrumpí.
-Tengo trabajo que hacer. Mi turno no ha terminado.
Intentó dar otro paso, pero levanté una mano.
-Váyanse. No hay nada para ustedes aquí.
-Abril, por favor -comenzó-, solo habla conmigo. Déjame ayudarte.
Finalmente lo miré, mis ojos como hielo.
-¿Ayudarme? ¿Crees que necesito tu ayuda? -bufé-. Lo único que puedes hacer por mí es desaparecer. Otra vez.
Se quedó allí, congelado, su rostro una máscara de conmoción y dolor. Kael también estaba clavado en el sitio, sus sollozos ahora silenciosos, reemplazados por un horror de ojos abiertos.
-Nosotros solo... queríamos verte -tartamudeó Eduardo, su voz quebrándose-. El cumpleaños de Kael se acerca. Él quiere que estés allí.
Mi estómago se revolvió. Su cumpleaños. El recuerdo de lo que solía ser, de lo que solíamos ser, fue un dolor agudo y helado.
-Estoy ocupada -dije, dándole la espalda por completo y empujando la tarima hacia el área de carga-. Dile a Kael feliz cumpleaños. De parte de una extraña.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, una ruptura final y definitiva. Oí el jadeo entrecortado de Kael, pero no miré hacia atrás. No quedaba nada que ver.