Las campanas de la iglesia de San Elías sonaron con fuerza, marcando las cinco en punto. El otoño ya había vestido de ocres y dorados las calles de Valle de Rocas, un pequeño pueblo escondido entre colinas cubiertas de niebla y leyendas.
El Café Aurora, con su fachada de ladrillo antiguo y ventanas empañadas, era el refugio favorito de los habitantes durante las tardes frías. El olor a pan tostado y canela llenaba el aire, mezclado con el vapor del café recién hecho.
Sentada junto a la ventana, como cada viernes, estaba Elena Márquez, una joven bibliotecaria de 27 años con ojos color avellana y cabello castaño que caía en ondas suaves sobre sus hombros. Su vida, tranquila y predecible, transcurría entre libros antiguos, notas de jazz y las páginas de novelas que le enseñaron más del amor de lo que la realidad le había permitido vivir.
Ese día, sin embargo, algo era distinto.
-¿Puedo sentarme aquí? -preguntó una voz masculina, cálida y serena.
Elena alzó la vista, sorprendida. Frente a ella estaba un hombre alto, de expresión amable y ojos oscuros como el café que sostenía en sus manos. Vestía un abrigo gris y tenía el aire de alguien que venía de lejos, no solo por la manera en que observaba todo con curiosidad, sino por la nostalgia silenciosa que arrastraba consigo.
-Claro -respondió ella, apartando un libro de la mesa-. Está libre.
-Gracias. Hace años que no venía a este lugar... Aunque el olor del café sigue siendo el mismo -comentó con una sonrisa melancólica, como si hablara más consigo mismo que con ella.
Elena sonrió con cortesía, pero algo en su pecho palpitó con fuerza. Aquel desconocido tenía una voz que parecía acariciar las palabras, y sus gestos eran pausados, como si cada movimiento tuviera un significado.
-¿Eres de aquí? -preguntó él, girándose ligeramente hacia ella.
-Siempre lo he sido. ¿Y tú? Dijiste que hace años no venías...
-Soy de Valle de Rocas, pero me fui hace mucho tiempo. Acabo de regresar -dijo, dejando la taza sobre el platillo-. Me llamo Lucas Herrera.
Elena asintió, repitiendo mentalmente el nombre. Lucas. Como los protagonistas de esas novelas que empezaban con un encuentro casual y terminaban trastocando mundos enteros.
-Yo soy Elena.
Y en ese instante, mientras la lluvia comenzaba a golpear suavemente los cristales del café, ninguno de los dos sospechaba que ese encuentro marcaría el inicio de una historia que cambiaría sus vidas para siempre.
Una historia que desafiaría el tiempo, los secretos del pasado, las heridas del presente y los sueños del futuro.
Una historia de amor... bajo el mismo cielo.