Morí el día de mi 25 cumpleaños. Amaba a Javier Soto con locura, el hombre por el que lo sacrifiqué todo en mi vida pasada.
Pero esa elección me condenó. Él y su amante, Carla Mendoza, destruyeron a mi familia, los Villanueva, despojándonos de nuestras centenarias bodegas.
Terminé mis días sola en un hospital frío, humillada y traicionada, mientras ellos celebraban su victoria sobre mis ruinas.
Nunca entendí cómo mi corazón, tan puro, pudo haber escogido un veneno tan letal. Me consumió la rabia y el arrepentimiento por mi ceguera.
