El frío del mármol me despertó de golpe, pero no era la oscuridad del ataúd que recordaba.
Toqué mi vientre, plano aún, sin el dolor desgarrador que me había matado.
Luego, los recuerdos me golpearon: la sonrisa falsa de mi hermana Valentina, la indiferencia helada del príncipe Alejandro, mi esposo.
Recordé el veneno en mi té, llevándose no solo mi vida, sino la de mi hijo no nacido.
La traición, la crueldad, todo se quemó en mi memoria como una herida abierta.
Soy Sofía, y la mujer en el espejo es más joven, sin las ojeras de la desesperación, la misma que fui el día en que mi tragedia comenzó.
Pero esta vez, cuando la doncella anunció mi embarazo, no sentí alegría ingenua, sino el primer clavo de mi ataúd personal.
Mi hijo sería mi razón, mi arma, mi venganza.
Recordé el falso encanto de Alejandro, su alegría por un heredero que le aseguraría poder, no por mí.
Y recordé a Valentina, mi dulce hermana, quien no tardaría en aparecer para robarme lo poco que tenía.
Pero esta vez, el juego había comenzado, y yo no sería la víctima.
Yo sería la jugadora, moviendo cada pieza, tejiendo la red de la que ninguno de ellos podría escapar.
Por mi hijo y por la mujer que fui, desataría el infierno en este palacio.