La vida en la mansión Trujillo no fue fácil. Kael era frío y distante, obsesionado con su primer amor, Emilia Cárdenas. Camila interpretó su papel con esmero, soportando su indiferencia y las constantes manipulaciones de Emilia. La arrojaron a un lago helado, la abandonaron para que muriera en el mar y la incriminaron por crímenes que no cometió.
Era un fantasma en su propia familia, una herramienta para ser usada y desechada. Sus padres la habían abandonado desde la infancia, siempre fue el estorbo no deseado.
-Nunca te amé, Kael. Ni por un solo segundo.
Se marchó, dejándolo enfrentar las consecuencias de su crueldad. Encontró su libertad, su felicidad, su hogar, con un hombre que realmente la amaba y la respetaba.
Capítulo 1
El falso matrimonio había durado tres años.
La víspera del regreso de su hermana gemela, Abril Solís, Camila Solís recibió una llamada de su madre.
-Camila, Abril vuelve mañana.
Camila se sentó al borde de la cama, su voz tranquila.
-Lo sé.
Su madre, Miranda Solís, hizo una pausa y luego su tono se volvió cortante.
-Sabes lo que esto significa. Kael Trujillo es el prometido de tu hermana. Has ocupado el puesto de la señora Trujillo durante tres años. Es hora de que lo devuelvas.
-De acuerdo -respondió Camila, su voz todavía plana, sin emoción.
Miranda se sorprendió por su fácil aceptación. Había preparado un largo discurso. Ahora, sentía que se le había atascado en la garganta.
Tras un momento de silencio, la voz de Miranda se suavizó ligeramente, una táctica familiar.
-Camila, sé que lo has pasado mal estos tres años. Tu padre y yo lo vemos todo. ¿Qué te parece esto? Sigue fingiendo ser Abril un mes más. Solo un mes más. Después de eso, te daremos una suma millonaria. Suficiente para que vivas libremente el resto de tu vida.
Una suma millonaria.
Libertad financiera.
Las palabras resonaron en los oídos de Camila, pero su corazón no sintió nada. Era como si estuviera escuchando la historia de otra persona.
-De acuerdo -dijo de nuevo.
Miranda colgó, satisfecha.
La habitación quedó en silencio. Camila miró su reflejo en la oscura ventana. Vio un rostro pálido y delgado, con ojos que no tenían luz, como un estanque de agua estancada.
Tres años. Se sentían como toda una vida.
Hace tres años, el sello discográfico de la familia Solís, Solís Music, estaba al borde de la quiebra. Para salvar la empresa, sus padres organizaron un matrimonio, uniendo a su hermosa y rebelde hermana gemela, Abril, con el magnate tecnológico Kael Trujillo.
La inversión de la familia Trujillo era lo único que podía salvarlos.
Pero el día del compromiso, Abril huyó. Dejó una breve nota diciendo que iba a perseguir su propia libertad y felicidad, y que no podía casarse con un hombre al que no amaba.
Con los Trujillo a punto de llegar, la familia Solís era un caos. En su desesperación, sus padres volvieron sus ojos hacia ella, la gemela idéntica de Abril.
-Camila, tienes que ayudarnos. Tú y Abril son idénticas. Nadie se dará cuenta -le había suplicado su padre.
Su madre le había advertido con voz fría:
-Si la familia Solís quiebra, tú tampoco tendrás una buena vida. No olvides que los Trujillo no son gente con la que podamos permitirnos tener problemas.
Así que Camila, la talentosa pero desconocida música independiente, guardó su guitarra, ocultó su propia identidad y se convirtió en "Abril".
Se casó con la familia Trujillo.
Kael Trujillo era un nombre que aparecía con frecuencia en revistas de finanzas como *Expansión*. Era una leyenda en el mundo de la tecnología, un hombre en la cima de la riqueza y el poder.
Pero también era un hombre con un corazón de piedra.
Tenía un primer amor, una célebre arquitecta llamada Emilia Cárdenas, a quien nunca pudo olvidar. Se rumoreaba que la razón por la que aceptó el matrimonio con la familia Solís fue porque los ojos de Abril se parecían a los de Emilia.
Camila se convirtió en la sustituta de una sustituta.
La vida en la mansión Trujillo no fue fácil. Kael era frío y distante. Rara vez volvía a casa, y cuando lo hacía, la trataba como si fuera aire.
A menudo se quedaba en el balcón, mirando una foto de Emilia en su teléfono durante horas. Nunca tocó a Camila, ni una sola vez. Su dormitorio conyugal eran dos habitaciones separadas.
A los ojos de los sirvientes, ella, "Abril Solís", era un chiste. La señora Trujillo, que ni siquiera podía conservar el corazón de su marido.
A Camila no le importaba. Interpretó su papel con esmero, tratando de ser una buena esposa.
Aprendió sus hábitos, sus gustos y aversiones. Sabía que tenía un estómago delicado, así que aprendió a hacer sopa para reconfortar el estómago. Sabía que no le gustaba el olor de los ambientadores químicos, así que aprendió a mezclar sus propios aceites esenciales.
Todo esto, solo para mantener la frágil paz de su falso matrimonio.
Los de afuera solo veían a la glamorosa señora Trujillo, envidiándola por casarse con una familia rica. Decían que amaba profundamente a Kael, dispuesta a hacer cualquier cosa por él.
Solo Camila sabía que todo era una actuación.
Con el tiempo, la actitud de Kael pareció suavizarse. Empezó a volver a casa más a menudo. A veces, cuando trabajaba hasta tarde en su estudio, le permitía llevarle una taza de café. Incluso, en ocasiones, la miraba con una expresión complicada en los ojos.
Camila casi creyó ver un destello de esperanza.
Pero entonces, Emilia Cárdenas regresó.
Con una sola llamada telefónica de Emilia, Kael dejaba todo y corría a su lado, dejando a Camila sola en la enorme y vacía mansión.
La breve calidez que le había mostrado se desvaneció sin dejar rastro, como si nunca hubiera existido.
Camila permaneció tranquila. Conocía su lugar.
Solo era una sustituta, esperando que el contrato terminara.
Sus padres la habían abandonado desde la infancia. Ella y Abril eran gemelas, pero sus destinos eran mundos aparte. Abril era la perla en las manos de sus padres, mientras que Camila era el estorbo no deseado.
Sus padres la enviaron a un internado lejano cuando era muy pequeña, solo la traían a casa para las vacaciones. Incluso entonces, la trataban con indiferencia. Todo su amor y atención se volcaban en Abril.
Camila estaba acostumbrada. Nunca esperó nada de su familia.
Solo un mes más.
Un mes más, y sería libre. Podría tomar el dinero e irse lejos, encontrar una ciudad pequeña y continuar con su música.
Eso era lo único que anhelaba.
El teléfono de la mesita de noche volvió a sonar. Era Kael.
-Emilia no se siente bien. Quiere comer el atole del restaurante de la Zona Sur. Ve a comprarlo y tráelo al hospital.
Su voz era fría, una orden sin lugar a negociación.
Camila entendió de inmediato. Emilia le estaba haciendo las cosas difíciles de nuevo.
Era tarde en la noche y afuera se desataba una tormenta. La Zona Sur de la ciudad estaba muy lejos.
-De acuerdo -respondió en voz baja.
El viento aullaba y la lluvia golpeaba las ventanas.
Camila no tenía chofer. Kael había prohibido a los choferes que la atendieran desde el regreso de Emilia. Se puso un abrigo y salió a la tormenta.
No tenía paraguas. Corrió bajo la lluvia torrencial, su delgado cuerpo temblando.
La lluvia le nublaba la vista. Resbaló y cayó, su rodilla golpeando el duro pavimento con un golpe sordo.
El dolor le recorrió la pierna, pero apretó los dientes, se levantó y siguió corriendo.
Tenía que conseguir el atole.
Una hora después, finalmente llegó al hospital, empapada y desaliñada. Llegó a la suite VIP de Emilia justo a tiempo.
No entró de inmediato. A través de la rendija de la puerta, escuchó la voz suave y quejumbrosa de Emilia.
-Kael, ¿crees que Abril se enoje? Le pedí que fuera por atole tan tarde en la noche.
La voz de Kael, generalmente tan fría, era sorprendentemente gentil.
-No pienses demasiado. Ella es solo una sustituta. Cuando llegue el momento, me divorciaré de ella y me casaré contigo.
-El puesto de la señora Trujillo siempre ha sido tuyo.
Una sustituta.
Las palabras, dichas con tanta naturalidad, lo confirmaron todo.
Camila se quedó fuera de la puerta, su corazón extrañamente en calma. No había dolor, ni ira. Solo una sensación de liberación.
Empujó la puerta y entró.
Kael y Emilia la miraron. Su cabello mojado estaba pegado a su cara, su ropa goteaba agua y su rostro estaba pálido. Se veía hecha un desastre.
-Kael -dijo Emilia, su voz teñida de sorpresa-, ¿por qué está tan mojada?
Kael frunció el ceño, un destello de algo indescifrable en sus ojos.
-¿Saliste bajo la lluvia?
-Me dijiste que comprara atole -dijo Camila, colocando el recipiente sobre la mesa. No mencionó su caída ni el dolor en su rodilla.
Kael tomó una toalla y se la arrojó.
-Sécate. No te vayas a resfriar.
Camila tomó la toalla y obedientemente se secó la cara.
Emilia le sonrió débilmente.
-Gracias, Abril. Siento haberte molestado.
Camila no la miró. Solo quería irse.
Se dio la vuelta para irse, pero Kael la detuvo.
-Haré que el chofer te lleve de regreso.
-No es necesario -dijo Camila, su voz apenas un susurro.
Salió de la suite y fue al baño. Limpió la herida de su rodilla y se cambió a un conjunto de ropa limpia que guardaba en su casillero del hospital para emergencias como esta.
El dolor en su rodilla era agudo, pero su corazón sentía una extraña sensación de paz.
Solo un mes más. La libertad estaba tan cerca.
Acababa de salir del baño cuando Kael la agarró del brazo, su agarre como de hierro.
-¿A dónde fuiste? -Su rostro estaba sombrío.
Camila estaba confundida.
-Yo...
Antes de que pudiera terminar, la arrastró de regreso hacia la suite de Emilia. Abrió la puerta de una patada.
Luego, la empujó con fuerza.
Ella tropezó, su rodilla herida cedió. Cayó al suelo, su cabeza golpeando la esquina de la mesa con un crujido espantoso.
El mundo dio vueltas. El dolor explotó detrás de sus ojos.
-Kael... ¿qué estás haciendo? -jadeó, mientras la sangre le corría por la frente.
Él la miró desde arriba, sus ojos llenos de una frialdad aterradora.
-Abril Solís -escupió, su voz goteando disgusto-. ¿Te atreves a hacerle daño a Emilia?
-¿Qué? -Camila estaba atónita.
-Emilia se cayó. Dijo que la empujaste. -Su voz era un gruñido bajo. Se agachó, agarrándola de la barbilla, forzándola a mirarlo-. Eres tan buena para fingir. Tan paciente. Casi te creí. Pero ahora estás mostrando tu verdadera cara, ¿no es así?
¿Fingir?
Camila casi se rió.
Él pensaba que su tolerancia y obediencia eran todo un acto para ganar su afecto.
Qué irónico.