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Libros de Urban romance

Mi Venganza, Mi Renacer

Mi Venganza, Mi Renacer

5.0

El zumbido monótono del aire acondicionado no podía acallar mis propios gritos internos. Después de dos días y dos noches suplicando, las palabras finalmente escaparon de mis labios resecos: "Tía, por favor. Cancela la boda." Mi tía Elena, la CEO de moda más importante del país, me analizaba con sus ojos afilados. Yo creí que Carlos Torres, con su sonrisa encantadora, era mi príncipe azul. Pero él me prometió el paraíso mientras excavaba mi tumba. Recuerdo el metal frío contra mi piel, el olor a gasolina y su risa mezclada con la de Blanca Ruiz. Me dejaron por muerta, arruinada y humillada. Pero de alguna manera, desperté en mi cama, tres años antes de la tragedia, el día de mi compromiso oficial con él. El terror era demasiado real, un veneno helado que corría por mis venas. "Tía, quiero cumplir mi compromiso con la familia Delgado." Mi tía frunció el ceño. "¿Los Delgado? ¿Los productores de aguacate del norte? Fue una broma entre amigos." "Para mí es real," dije con una firmeza que no sabía que poseía. Mi vida anterior me enseñó que Ricardo Delgado era un hombre de honor. Justo entonces, Carlos Torres irrumpió en la oficina, ignorándome por completo, hasta que sus ojos fríos se posaron en mí. "Sofía. ¿Qué demonios estás haciendo aquí? Deberías estar en casa, preparándote para la fiesta de compromiso de esta noche." Su voz, baja y amenazante, me paralizó de pánico. "Se quedará conmigo," dijo mi tía, interponiéndose. "Ahora, si me disculpas, tenemos mucho de qué hablar." Carlos se inclinó, su tono peligrosamente suave. "Puedes esconderte detrás de tu tía todo lo que quieras, Sofía. Pero eres mía. Y harás lo que yo te diga." Caí de rodillas, temblando incontrolablemente. Esa misma noche, Carlos irrumpió en el penthouse. "Te dije que vendría por ti," dijo con una calma que precedía a la tormenta. "Ya no soy tu prometida," repliqué. Él me agarró del brazo, con fuerza brutal. "No vas a cancelar nada. Te lastimaré mucho más si sigues desafiándome." Su mano se estrelló contra mi mejilla, enviándome al suelo. Blanca Ruiz entró, fingiendo preocupación, y luego se llevó una mano al vientre, interrumpiendo todo. "Oh… el bebé… creo que la tensión me está afectando." Carlos, absorto en ella, me miró con una crueldad inhumana. "¿Ves lo que provocas? Con tus estupideces, estás poniendo en riesgo a mi hijo." "Ese hijo ni siquiera es tuyo, Carlos," solté, llena de un odio que no conocía. En mi última vida, descubrí su engaño. Él me agarró del pelo y me arrastró hasta una bodega oscura, sin ventanas. "Te quedarás aquí hasta que aprendas a comportarte. Quizás un poco de tiempo a solas te ayude a recordar cuál es tu lugar." La oscuridad era total. El pánico se apoderó de mí, arañando mi garganta, asfixiándome. "¡Carlos! ¡Sácame de aquí! ¡Por favor!" Se rió. "Oh, sí me atrevo, Sofía. Y cuando decida sacarte, rogarás por casarte conmigo." La puerta se cerró con un golpe sordo, seguido por el sonido de la llave girando. Me acurruqué en un rincón, temblando. Estaba rota. Las horas se desdibujaron, y el terror infantil de la oscuridad regresó. Las sombras tomaron forma, susurrando mi nombre. En medio de la locura, mis padres aparecieron en una luz cálida. "Estamos aquí, mi niña. Todo está bien. Ven con nosotros." Estiré mi mano para tocarlos. Pero la puerta se abrió de golpe, y la voz de mi tía Elena rompió el hechizo. "Sofía, por Dios, ¿qué está pasando? ¿Ese hombre te ha hecho algo?" Las empleadas susurraron sobre Carlos y Blanca riendo, mientras yo me perdía en la oscuridad. Una rabia fría y dura como el acero comenzó a gestarse en mí. No volvería a ser su víctima. "Tía," dije, mi voz aún débil pero firme. "Llama a los Delgado. Diles que acepto. Me casaré con Ricardo Delgado. Me iré al norte. Lo más lejos posible de aquí."

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La cicatriz de mi devoción

La cicatriz de mi devoción

5.0

Durante diez largos años, mi única pasión fue cuidar de Alejandro, siendo la arquitecta de su imperio inmobiliario en la bulliciosa Ciudad de México. Fui su sombra, su estratega; incluso una vez, me interpuse entre él y una navaja, ganándome una cicatriz que él ignoró, pero que para mí era el sello de mi devoción. Creí que mi amor y mis sacrificios serían recompensados cuando finalmente me propuso matrimonio, justo después de cerrar el trato más grande de su carrera. Pero la noche de bodas, la que debía ser el inicio de nuestro "para siempre", se convirtió en mi infierno personal al encontrarlo en nuestra cama con Camila, su joven y supuestamente inocente sobrina. La escena heló mi sangre, pero sus susurros fueron dagas: "Con Sofía como tapadera, por fin puedo amarte sin que nadie nos juzgue... sin que tu padre se oponga a que estés con tu tío". Mi matrimonio, mi amor, mi vida entera, era una farsa: una elaborada mentira para encubrir una relación prohibida y, ahora lo sabía, incestuosa. La "desaparición" de Camila, tras nuestra boda fallida, desató la furia de Alejandro, quien me culpó de todo, golpeándome brutalmente en el mismo lugar de mi antigua cicatriz. Mientras agonizaba en el suelo, viendo a Alejandro delirar sobre Camila y desmayarse por su sobredosis, el dolor físico no era nada comparado con la devastación de mi alma. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Cómo pude entregarme a un hombre que me veía como un mero objeto, una "tapadera" para sus depravaciones? "Alejandro," susurré mientras la oscuridad me envolvía. "Si hay otra vida... juro que nunca más te amaré." Y entonces, la luz. Desperté en nuestra fiesta de compromiso, con Alejandro alzando su copa, anunciando nuestro compromiso. Había regresado. Esta era mi segunda oportunidad. No para arreglar cosas con él, sino para salvarme a mí misma. Sin dudarlo, marqué el número de su mayor rival. "Ricardo," dije, mi voz firme. "Lo que me preguntaste la última vez que nos vimos en la conferencia… Sobre casarme contigo… acepto."

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Después de que me dejó, me convertí en su madrastra

Después de que me dejó, me convertí en su madrastra

5.0

La tarde en que Ricardo regresó, el sol implacable bañaba los impecables jardines de la mansión Vargas, casi tan cegador como el traje de lino blanco que él vestía. Un deportivo, escandaloso y ostentoso como su dueño, derrapó sobre la grava, soltando a una mujer pálida y frágil, aferrada a él como si su vida dependiera de ello: Camila Soto, la influencer desaparecida. Los vi entrar por el ventanal, sin invitación, como si la casa aún les perteneciera, ignorando a una Lupe que intentaba detenerlos. "Vengo a verla a ella," dijo él, su sonrisa torcida, esa misma sonrisa de hace tres años cuando me dejó plantada en el altar, diciendo que buscaba su «espíritu» en un rancho. "Sofía," espetó, su voz cargada de una autoridad inexistente, "veo que sigues aquí, como una buena perra fiel esperando a su amo." Luego, Ricardo se desplomó en el sofá de cuero de Alejandro, su padre, y dijo: "Hemos vuelto para quedarnos." Mi corazón no tembló, solo una fría calma, la calma de quien espera una tormenta anunciada, porque sabía que él no era el rey, y yo ya no era la ingenua que él había abandonado. Él no sabía que, con Alejandro, había encontrado dignidad, un hogar y un amor profundo que sanó las heridas de su traición. Me di la vuelta para ir a la cocina, con sus miradas clavadas en mi espalda, pensando que yo seguía siendo la misma Sofía. Pero justo en ese momento, una pequeña figura se lanzó hacia mí, riendo a carcajadas. "¡Mami, te encontré!" Un niño de dos años, con el cabello oscuro y los ojos brillantes de Alejandro, se abrazó a mi pierna, ajeno a la gélida tensión que se cernió sobre el salón. "Mami," preguntó con su vocecita clara, "¿Quiénes son?"

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La Heredera 2

La Heredera 2

5.0

SINOPSIS: Esta es la continuación de la Heredera, una historia que, por azares del destino, entrelaza las vidas de Aurora Carson, una joven dulce y tranquila, que solo desea tranquilidad y pintar; con la de Alexeí Danko un hombre duro y frio desde su adolescencia debió a sucesos de la vida. Ella es una pintora en ciernes, él es el Rey de la Bratva, un hombre con enemigos, su relación es difícil y extraña. Para ella, a pesar de su difícil comienzo él significa el único amor que ha recibido desde que tiene memoria, aun cuando puede ser cruel y violento, Para él, ella es la ternura que perdió de pequeño tras la muerte de su familia; significa el amor que nunca creyó volver a encontrar. Un enemigo desconocido y una enfermedad que el ignoraba amenazan la vida de Aurora y Alexeí hará todo por protegerla y tratar de mantenerla con vida. Una familia egoísta cuyas acciones van dirigidas a causar daño, acostumbrados a culpar de todo a quien menos culpa tiene, se enfrentarán con las consecuencias de toda una vida de humillaciones y desprecios, más cuando en un acto irreflexivo Alice Carson comete el peor error que una hermana puede cometer, atentar contra su propia hermana. ¿Podrá Alexeí proteger en verdad a Aurora de sus enemigos y en especial de un enemigo que no hace más que perseguir a cada mujer en la que ha puesto su interés? En esta novela encontraran, romance, intriga y acción al por mayor, mezclado en un peligroso coctel que te hará no dejar de leerla.

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Ojos Robados, Corazón Roto

Ojos Robados, Corazón Roto

5.0

Corrí por los pasillos estériles del hospital, con el corazón desbocado. Después de semanas de oscuridad, Ricardo, el amor de mi vida, por fin había despertado. Al llegar a su puerta, grité su nombre, las lágrimas de felicidad nublando mi vista. Pero en la habitación, junto a mi prometido, estaba Isabel, la hija de una de las familias más ricas de la ciudad, con una sonrisa de triunfo. «¿Quién eres tú?», me soltó Ricardo, con una voz helada que no reconocí. Luego de 15 años juntos, me miraba con mis propios ojos, los ojos que le doné para que pudiera volver a ver. «Mi prometida está aquí, aléjate», añadió, y mi mundo se vino abajo. Isabel, con falsa compasión, me dijo: «Sé que siempre te ha gustado Ricardo, pero eres solo una sirvienta de nuestra casa. Por favor, no lo molestes». «¿Sirvienta?», susurré, confundida. Su madre, con una risa cruel, sentenció: «Mi hijo jamás se comprometería con alguien como tú. Isabel es su prometida, ella le donó las córneas». La hermana de Ricardo añadió: «Eres una trepadora. Pensaste que con el accidente podrías aprovecharte. La gente como tú siempre tiene su lugar. Y el tuyo no es aquí». La humillación me quemaba. Me habían robado a mi hombre, mi sacrificio, mi identidad. «¡No! ¡Eso es mentira! ¡Yo le doné mis ojos! ¡Ricardo, tienes que recordarme!», grité. Pero su madre ordenó a seguridad que me sacaran al grito de: «¡Vuelve a la mansión ahora mismo! ¡Tienes que preparar la cena! ¡Es lo único para lo que sirves!». Él solo me miró con indiferencia mientras me arrastraban fuera, rompiéndome el corazón. Atrapada en esa mansión, me obligaron a cocinar para los que me habían destruido. Un día, Isabel derramó té caliente sobre mí y Laura, su hermana, me empujó contra la estufa. Yo, con la piel ardiendo, susurré: «Por favor, necesito algo para la quemadura». Laura se rio: «Deberías estar agradecida de tener un techo. Limpia ese desastre. Ricardo tiene hambre». «Por favor, solo déjame hablar con él. Él me escuchará», supliqué. Entonces, Laura me empujó de nuevo, y mi mano chocó con la olla caliente. «¡Ya basta!», gritó una voz, era Ricardo, con el ceño fruncido. Isabel y Laura mintieron, diciendo que me había quemado sola y que estaba obsesionada. Él se acercó y, sin dudarlo, me soltó: «No sé quién eres, pero ya me cansé de tus mentiras y tu escándalo. Isabel es la mujer que amo. Tú no eres nadie». Me agarró el brazo herido. «No vuelvas a molestar a mi familia». Me soltó con un empujón. El hombre que me prometió amor eterno, me trataba como basura. Ese día, mientras limpiaba, vi cómo desenterraban los cactus, el símbolo de nuestro amor. «¡No! ¡Deténganse! ¡Son míos!», grité, defendiéndolos. Isabel se burló: «Nada en esta casa es tuyo. Eres una empleada. Quítate o te despido». Ricardo apareció y, con rabia, empezó a arrancar los cactus con sus propias manos. Me lanzó uno, las espinas se incrustaron en mi brazo. «¡No quiero volver a ver tu cara en esta casa!», me gritó. «Lárgate. Estás despedida», sentenció Isabel. Me arrojaron mis cosas a la calle. Me quedé allí, en la acera, arrodillada, mi vida reducida a cenizas y espinas. ¿Cómo pude perderlo todo por la amnesia de él y la malicia de ellos? Debería haber muerto en ese terremoto. Un día mi esposo me amó, me adoró, y al día siguiente me golpeó y me echó a la calle. Me encontró Eduardo, el primo de Ricardo. Me miró con compasión, curó mis heridas. «Cásate conmigo», me dijo. «Te protegeré. Nadie volverá a lastimarte». Asentí, sin entender aún por qué. Pero esa noche, Ricardo encontró algo que podría cambiarlo todo: un viejo álbum lleno de fotos nuestras.

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