La fiesta de "Bodegas y Aceites Vega" vibraba en su apogeo.
Yo, Sofía, Directora General, celebraba un éxito internacional que había forjado.
La élite brindaba, pero yo sabía: "es la arribista que se casó con Javier".
La celebración estalló: mi esposo, Javier, apareció con Isabel de la Torre, su primer amor, embarazada.
Anunció: "Mi divorcio de Sofía... y su despido como Directora General".
Luego, declaró: "Isabel, madre de mi heredero, será la nueva directora".
El silencio jadeó; un cruel susurro: "Pobre ilusa".
Javier, con desprecio, ofreció 10.000 euros, "legalmente no te debo nada".
Isabel, acariciando su vientre, remató: "mujer estéril".
Mis suegros, Ricardo y Elena, llegaron; Javier apeló a ellos.
Ricardo sentenció: "Javier, haz lo que consideres mejor".
Mi destino, a los ojos de todos, estaba sellado.
Firmé el divorcio, mi mano firme pese a su burla.
La promesa que me ataba se desvanecía.
Mi calma ocultaba una verdad profunda, un sacrificio.
Javier se rió: "¿Qué verdad? ¡Que eres una don nadie!".
Su arrogancia ignoró la bomba que activó.
Mientras me ordenaba desaparecer, miré a Ricardo y Elena, mis verdaderos padres.
Pedí: "Padre, madre, ¿podrían contarles la verdad?".
Ricardo rompió el silencio: "¡Silencio!".
Entonces, la bomba: "Javier no es nuestro hijo biológico. Nuestra verdadera hija es Sofía. Ella es la única y verdadera heredera."