Ellos acortaban la distancia rápidamente. Solo unos instantes más y conseguirían sacarla de la carretera.
Tan solo tres horas antes, ella y Madison Reid habían sido secuestradas. Lograr liberarse había exigido todo lo que Dayna tenía, llevándola más allá de lo que creía posible.
Sin embargo, lo que jamás anticipó fue esa obstinación feroz. Ellos no se rendían: se mantenían justo detrás, decididos a no dejarlas escapar.
Mientras tanto, en el asiento del acompañante, Madison temblaba visiblemente. Su piel estaba tan pálida como una hoja en blanco, y su voz, quebrada por el terror, irrumpió en el silencio. "¡Dayna, si muero aquí, Declan jamás te lo perdonará!".
La aludida apretó el volante con más fuerza y le lanzó una mirada fría. "Cállate".
En ese momento, evaluó mentalmente la distancia y la velocidad, y entonces tomó una decisión inmediata.
"Abre la puerta", ordenó con voz firme. "Vamos a saltar".
Incluso antes de terminar la frase, su mano ya se dirigía al seguro de su puerta.
"¡No puedo!", exclamó la otra con un grito ahogado, el pánico desfigurando su rostro y con la respiración entrecortada. "Tengo miedo. ¡No puedo hacerlo!".
"Entonces quédate y muere", murmuró Dayna entre dientes, con una mirada filosa y decidida.
Unos metros más adelante, el puente se curvaba abruptamente.
"¡Salta ahora!", gritó Dayna.
Sin perder un segundo, soltó el pedal y se arrojó fuera del vehículo en movimiento. Madison, temblando, la siguió inmediatamente después.
La curva apareció de forma tan repentina que los secuestradores no tuvieron tiempo de reaccionar.
Acto seguido, un estruendo ensordecedor retumbó en el aire cuando ambos autos colisionaron violentamente, metal contra metal.
Dayna se estrelló contra el suelo y rodó una y otra vez, hasta que finalmente se detuvo, sin aliento.
El dolor era insoportable, como si todo su cuerpo hubiese sido aplastado por toneladas de peso.
Y justo entonces, se produjo una explosión. Uno de los carros se convirtió en una bola de fuego, y la onda expansiva la arrojó como si fuera una muñeca de trapo.
Tosiendo con dificultad, se llevó la mano al pecho y tragó con fuerza, obligando a la sangre a no subir de nuevo por su garganta.
Fue en ese instante cuando escuchó el rugido bajo de un motor que se acercaba.
Alzó la cabeza con dificultad y una chispa tenue de esperanza apareció en sus ojos exhaustos.
Era Declan Foster, su esposo.
Vestido con un traje negro impecable, corría hacia ellas con una expresión desesperada que ella nunca le había visto antes.
"Declan...", murmuró ella, apoyándose en sus brazos temblorosos, antes de tambalearse hacia él.
No obstante, él ni siquiera volteó a mirarla. Sin titubear, pasó de largo y corrió hacia Madison, envolviéndola en sus brazos.
Los ojos de Dayna se abrieron con incredulidad. Por supuesto. Siempre era ella. Siempre Madison.
Una punzada aguda le atravesó el pecho, y el frío de la desilusión la dejó sin aire.
Declan era su esposo, pero una vez más, sin importar nada, priorizaba a Madison.
Incluso ahora, luego de que ella había sobrevivido por un pelo, él no se preocupó por su estado. Fue directo hacia la otra sin dudarlo.
Mientras sostenía a Madison entre sus brazos, Declan se sentía aliviado por verla con vida, y comenzó a revisarla con esmero.
"Maddie, ¿estás herida?", preguntó con preocupación.
Ella apoyó la cabeza en su hombro y comenzó a llorar suavemente. "Llegaste justo a tiempo. Si no hubieras venido, Dayna me habría matado".
El rostro del hombre se tornó oscuro al dirigirse hacia su esposa. "¿Planeaste todo esto, verdad?". Su tono era duro, impregnado de rabia.
Ella se quedó paralizada. "¡Nos capturaron a las dos! ¡Casi muero intentando salvarla!".
La verdad era que Madison solo había complicado todo. De no haberse visto obligada a protegerla, sus heridas no serían tan graves.
Y ahora, en lugar de mostrar gratitud, ¿la acusaba?
Con lágrimas falsas acumulándose en sus ojos, Madison susurró con malicia: "Esto fue tu plan desde el principio. Uno de los secuestradores me lo confesó todo. Trabajaste con ellos".
La mandíbula de Dayna se tensó mientras la observaba, conmocionada. Siempre supo que la otra carecía de escrúpulos, pero esto superaba cualquier límite imaginable.
Sinceramente, a estas alturas, no le sorprendería descubrir que Madison había orquestado todo el secuestro.
Después de todo, quien recibió los golpes fue ella, no la otra.
Conteniendo la furia, clavó sus ojos en los de Madison, ahora duros como el acero. "Pagarás por cada mentira repugnante que acaba de salir de tu boca".
"¡Dayna!", exclamó Declan, colocándose frente a Madison como si fuera su protector. Su mirada estaba cargada de desprecio absoluto. "¿Cómo puedes ser tan cruel? ¡No puedo creer que me casé contigo! Resolveremos esto cuando regrese".
Y, sin más, le dio la espalda y se alejó, llevándose a Madison con él.
Dayna permaneció inmóvil. Los moretones en su cuerpo no eran nada comparados con la agonía en su pecho.
Sentía como si algo dentro de ella se hubiera roto por completo.
¿Para qué seguir luchando si Declan nunca le creía? No importaba cuánto hiciera o cuánto resistiera; bastaba un llanto o una expresión herida por parte de Madison para que él se pusiera incondicionalmente de su lado.
Sus brazos colgaban rígidos a sus costados mientras observaba cómo Declan levantaba a Madison sin esfuerzo y la llevaba con urgencia hacia el auto.
Ella se apoyó suavemente contra él, aun así, encontró el momento para enviarle a Dayna una mirada cargada de desprecio y superioridad.
Era mediados de junio; sin embargo, Dayna nunca había sentido un escalofrío tan profundo antes.
En ese instante, su mente la arrastró hacia el pasado, hacia esa noche en que Declan sufrió un accidente automovilístico y ella se arriesgó a entrar entre los restos del vehículo para sacarlo con sus propias manos.
Después de conseguirlo, colapsó por el esfuerzo.
Sin embargo, al despertar, la historia ya había sido distorsionada. Madison se había presentado como la heroína. No importó cuántas veces Dayna intentara aclarar los hechos, Declan no escuchó. Para él, fue Madison quien lo había salvado, y Dayna solo era una esposa resentida, hambrienta de atención y dignidad.
Desde el primer momento, Dayna supo que ese matrimonio no era por amor. Se trataba, más bien, de una fría alianza entre dos familias poderosas. Y el afecto de Declan siempre le pertenecía a otra persona.
Durante tres años enteros de convivencia, él jamás le ofreció una pizca de calidez. Ni siquiera la cortesía básica reservada para un cónyuge formaba parte de su comportamiento.
La víspera de su boda, Madison había manipulado la situación para hacer creer que Dayna había sido infiel. En realidad, no había ocurrido absolutamente nada, pero Declan la miró con asco desde ese día.
A partir de ese momento, el universo de Dayna se transformó en un tormento.
Su padre fue acusado repentinamente de consumo de drogas y enviado a rehabilitación. Con nadie más que se hiciera cargo de Grupo Murray, Declan intervino, tomando el control con una eficiencia inquietante.
La madre de Dayna había fallecido años atrás; su corazón estaba roto por la traición del hombre con quien se había casado. La joven creció culpando a su padre, convencida de que había merecido su ruina.
Por eso, cuando Declan ofreció su ayuda para salvar la compañía, ella aceptó, sin cuestionar nada, profundamente agradecida.
Pero la verdad no tardó en salir a la luz. Nada había sido fortuito. Todo estaba calculado.
La caída de su padre había sido cuidadosamente preparada por Declan. No había existido un rescate, sino una toma total. La empresa fue devorada pieza por pieza, como parte de un plan meticuloso.
Y una vez que él se apropió de todo lo que quería, lo único que quedó fue el desprecio. Dejó de regresar a casa. En las escasas ocasiones en que sus caminos se cruzaban, siempre terminaba por aplastarla emocionalmente.
Los recuerdos regresaron, como una tormenta implacable que no podía evitar.
Se tambaleó hacia adelante antes de que sus fuerzas se agotaran por completo. Un hilo de sangre brotó de sus labios, y luego su vista se tornó negra.