Esas palabras hicieron que a esta última la recorriera un escalofrío.
¿Karen? ¿Karen Jenkins? ¡El primer amor de Brodie! ¿Volvió?
¿El llamado examen previo al embarazo en el que él insistió, diciendo que era necesario para sus futuros planes de fecundación in vitro, no había sido más que una excusa inventada desde el principio?
¿Llegó incluso a crear una elaborada mentira para conseguir que ella aceptara una extracción de médula ósea y así poder donársela a Karen?
Leyla espetó: "Hace tiempo que no ha estado bien de salud, e incluso tuvo fiebre alta durante varios días seguidos. Todo eso fue porque la obligaste a donar su médula, ¿verdad?".
Su voz sonaba incrédula y llena de indignación. "¿Karen te lavó el cerebro o qué? Una vez casi moriste por ella y pasaste cinco años postrado en una cama. Bethany fue la que nunca se separó de tu lado durante todo ese tiempo. Ahora que estás sano, ¿de verdad pusiste en peligro la vida de tu propia esposa por Karen?".
"Ya basta". Brodie la interrumpió con voz plana. "El procedimiento salió sin problemas. Bethany se recuperó, así que no tiene sentido alargar más este asunto. Karen acaba de mejorar, y sacar todo esto a colación solo la estresará".
Leyla replicó al instante: "¿Y qué pasa con Bethany? ¿Acaso ella te importa en lo más mínimo?".
Apoyada en la fría pared del pasillo, la susodicha sintió como si su sangre se hubiera congelado, y una oleada de náuseas amenazaba con abrumarla.
Aún recordaba la primera vez que vio a Brodie, y se enamoró de él al instante a los veinte años.
Cinco años atrás, este último fue emboscado por sus enemigos a causa de Karen y casi perdió la vida.
Bethany no se lo pensó dos veces antes de interponerse entre su esposo y esos matones, recibiendo tres puñaladas que iban dirigidas a él.
Cuando la rescataron, estaba cubierta de heridas.
El día que le dieron el alta, Brodie se aferró a ella con fuerza, con el rostro bañado en lágrimas, jurando que la cuidaría para siempre.
Desde su boda, él había sido el tipo de esposo que todos envidiaban: amable, paciente, devoto.
Ella siempre creyó que era la mujer más feliz del mundo.
Sin embargo, nunca imaginó que el lugar que ocupaba en su corazón era tan inferior al de su primer amor.
Dentro de la sala, los gritos se fueron apagando lentamente.
Bethany contuvo la respiración, levantó la barbilla y abrió la puerta en silencio.
Cuando entró, vio que Leyla tenía los ojos hinchados de tanto llorar, y una oleada de preocupación y culpa cruzó su rostro.
Brodie se giró al oír el ruido y ocultó rápidamente su inquietud bajo una suave sonrisa. "¿Trajiste la medicina?", preguntó, tomando la bolsa de la farmacia como si nada estuviera mal.
Sin decir palabra, Bethany lo esquivó y respondió con calma y en un tono plano: "Sí. ¿Podemos irnos ya?".
Brodie se encogió de hombros como si no hubiera notado su distancia y le dedicó una sonrisa cálida. "Por supuesto. Vámonos".
Mientras pasaban junto al mostrador de enfermería, se oyeron las voces susurrantes de dos jóvenes enfermeras.
"Mira, el señor y la señora Wilson son la pareja perfecta".
"Es verdad, ella tiene mucha suerte. El señor Wilson es rico, guapo y su reputación es impecable. De verdad que tiene una vida de cuento de hadas".
"Sinceramente, la señora Wilson se sacó la lotería. No todo el mundo consigue casarse con un hombre que es tan perfecto".
¿Un hombre perfecto? Bethany casi se rio al escuchar eso. Solo podía pensar en cómo la había utilizado para su carrera profesional, y ahora no era más que una donante conveniente para su antiguo amor.
Cuando llegaron a la entrada del hospital, el celular de Brodie sonó de repente. Comprobó el identificador de llamadas y una breve sonrisa se dibujó en su rostro. Luego, a toda prisa, silenció la llamada.
Pero Bethany alcanzó a vislumbrar el nombre en su pantalla: Karen.
Al instante, sintió que su corazón se congelaba.
"¿Qué pasa? ¿Quién te llamó?". Su voz sonaba áspera y amarga.
Brodie le restó importancia con una sonrisa despreocupada. "Oh, nada importante. Es solo un asunto urgente del trabajo que tengo que resolver", dijo, estirando la mano para acariciarle la cabeza. "Haré que un taxi te lleve a casa para que puedas descansar".
Bethany esquivó suavemente su toque, mirándolo a los ojos con firmeza. "Pero es fin de semana. ¿Qué podría ser tan urgente que no pueda esperar hasta el lunes?".
Brodie dudó un instante y luego mostró una expresión de resignada indulgencia. "Solo escucha, ¿sí? Me ocuparé de ello rápido y volveré enseguida contigo".
Las palabras sonaban cariñosas, pero ella pudo percibir la firmeza detrás de ellas.
Sacando su celular, Brodie le reservó un viaje rápidamente.
Se aseguró de que estuviera acomodada y cerró con cuidado la puerta del auto detrás de ella.
"Envíame un mensaje cuando llegues a casa", dijo desde la ventanilla, mostrando su impecable sonrisa.
El vehículo avanzó, aumentando la velocidad.
Por el retrovisor, Bethany vio a Brodie alejarse a grandes zancadas, dirigiéndose directamente a su elegante Bentley negro, en una dirección que sabía que no era hacia la oficina.
Ella se dejó caer en el asiento, con los ojos fuertemente cerrados. Cuando por fin los abrió, su mirada se volvió gélida.
Ese matrimonio ya no tenía sentido, y necesitaba divorciarse. Costara lo que costara, se aseguraría de que así fuera.
No permitiría que sus bienes terminaran en las manos de ese descarado y su amante.
Bethany desbloqueó su celular y buscó un contacto al que casi nunca llamaba. Ese número pertenecía a Daniel Barnes, un amigo de la universidad.
En ese momento, era uno de los abogados más temibles de Lzivier, famoso por no haber perdido ni un solo caso de divorcio en los tribunales.
Tras calmar sus nervios con una larga respiración, marcó el número. "Hola, Daniel. Soy Bethany...".
En cuanto colgó la llamada, un mensaje de texto de un número desconocido iluminó su pantalla, con palabras frías y despiadadas.
"Gracias por la médula ósea. Deberías rendirte. ¿Qué sentido tiene aferrarse a un hombre que ya no te ama?".
Esas palabras golpearon a Bethany como un hierro candente, quemándola hasta lo más profundo de su ser.
"Señorita, ¿se encuentra bien?", preguntó el taxista, mirándola por el espejo retrovisor.
Bethany no pudo decir ni una palabra. Bajando la ventanilla bruscamente, dejó que la ráfaga de aire le golpeara las mejillas, tratando desesperadamente de enfriar la rabia que hervía en su interior.
El semáforo por fin cambió a verde, y el taxista retiró la mirada antes de pisar el acelerador.
En ese momento, un Maybach negro se acercó en dirección contraria.
En la parte trasera, Jonathan Taylor estaba mirando unos documentos, pero una extraña punzada en el pecho lo hizo detenerse y levantar la vista.
A través del cristal, vislumbró fugazmente el rostro pálido y angustiado de Bethany cuando sus autos se cruzaron.
"Regresa", ordenó Jonathan, con la voz más aguda de lo habitual.
Por un momento, la sorpresa se reflejó en su rostro, pero no perdió ni un segundo. "No pierdas de vista ese taxi. ¡Síguelo!".