La noche cae lentamente sobre Buenos Aires, teñida de tonos naranjas y violetas. Las luces de la ciudad se encienden poco a poco, dibujando un paisaje urbano tan fascinante como caótico. Me llamo Sarah, tengo 30 años, y llevo en esta ciudad más tiempo del que quisiera admitir. Soy un vampiro, pero eso ya lo sabes. La eternidad no es tan glamorosa como algunos piensan. Con el tiempo, cada lugar y cada rostro comienzan a parecerse.
Hay algo en Buenos Aires, sin embargo, que me atrae de una manera que no puedo explicar. Tal vez son las calles empedradas de San Telmo, el bullicio interminable de Palermo, o la melancolía de los tangos que resuenan en La Boca. Pero si soy honesta, lo que realmente me retiene en esta ciudad es ella. Valeria.
Valeria tiene 25 años y una energía que ilumina la oscuridad en la que me encuentro atrapada. La conozco en una librería, un lugar irónicamente común para un encuentro tan extraordinario. A pesar de mi naturaleza, me esfuerzo por llevar una vida lo más normal posible. El destino, sin embargo, tiene sus propios planes.
Nos encontramos accidentalmente en la sección de literatura gótica. Ella lleva en sus manos una copia de "Carmilla". Cuando nuestros ojos se cruzan, siento una conexión instantánea, algo que no he experimentado en decadas.
-¿Te gusta la literatura gótica? -le pregunto, intentando sonar casual.
-Sí, especialmente las historias de amor prohibido -responde, con una sonrisa que derrite mi corazón helado.
Comenzamos a hablar, y nuestra conversación fluye como un río. Valeria es inteligente, apasionada y curiosa, cualidades que me cautivan desde el primer momento. Pero hay algo más, una chispa de vulnerabilidad que me hace querer protegerla, aunque sé que no debo.
El tiempo parece detenerse mientras hablamos. Me cuenta sobre su conocimiento en literatura, su amor por los cuentos de fantasía y su interés por el ocultismo. Cada palabra que sale de sus labios es como una melodía hipnótica, y me sorprendo a mí misma revelando más de lo que suelo compartir con extraños.
-¿Siempre has vivido en Buenos Aires? -le pregunto, intentando desviar la conversación hacia ella.
-Sí, nací aquí. Aunque he viajado bastante, siempre termino volviendo. Hay algo en esta ciudad que me hace sentir en casa.
Asiento, entendiendo perfectamente esa sensación. Buenos Aires tiene una forma de envolverte en su caos y belleza, de hacerte sentir parte de algo más grande.
-¿Y tú, Sarah? -pregunta, sus ojos clavándose en los míos-. Pareces alguien con muchas historias por contar.
Sonrío, aunque sé que hay verdades que no puedo compartir.
-He vivido en varios lugares, pero esta ciudad tiene algo especial que me retiene. Quizás es la mezcla de culturas, la historia en cada rincón.
Nos sumimos en un silencio cómodo, explorando los libros a nuestro alrededor. Valeria hojea una antología de poesía y noto cómo sus dedos acarician suavemente las páginas, cómo sus uñas largas y bien cuidadas siguen el ritmo de cada verso. Intento mantener la compostura, pero cada vez que Valeria sonríe o levanta la mirada para compartir un pensamiento, siento una calidez que se expande en mi pecho.
Me doy cuenta de que estoy memorizando cada detalle, como si temiera que este momento pudiera desvanecerse en cualquier instante.
-Me gusta este lugar -dice de repente-. Tiene una atmósfera mágica, ¿no crees?
-Definitivamente. Las librerías tienen ese encanto único.
Pasamos un buen rato más juntas, y cuando finalmente nos despedimos, siento una extraña mezcla de emociones. Hay algo en Valeria que despierta en mí una esperanza que creía extinta. La veo salir de la librería, su figura desapareciendo en la multitud, y no puedo evitar desear que el destino nos vuelva a cruzar.