Esbozó una sonrisa y se acercó a la puerta del salón, con el corazón desbocado por la emoción. Pero al entreabrirla, la escena en el interior la dejó paralizada. Joshua estaba recostado en un sofá de terciopelo, abrazando a una mujer despampanante de curvas cinematográficas y maquillaje impecable.
"¡Bésalo! ¡Bésalo!", coreaba el grupo.
Las risas y los cánticos que los animaban inundaban el salón.
La mujer, sonrojada, fijó su mirada en Joshua.
El corazón de Daniela se estrujó, hundiéndose un poco más con cada ovación. Cuando las voces de los presentes arreciaron, la mujer se inclinó hasta que sus labios casi rozaron los de él.
Sin pensarlo, Daniela empujó la puerta, abriéndola de par en par con un estruendo.
Todas las cabezas en la sala se giraron hacia ella.
Bella Brooks, la mujer en los brazos de Joshua, se encogió al instante, pegándose más a él.
Daniela dio un paso adelante y, forzando una sonrisa, le ofreció el pastel a Joshua. "Lo traje de tu pastelería favorita del centro", comentó, con una alegría forzada que apenas ocultaba la tensión.
Joshua tomó la caja con aire distraído, sin siquiera mirarla. Al segundo siguiente, el pastel se le deslizó de entre los dedos flojos y se estrelló contra el suelo con una salpicadura repugnante, esparciendo el glaseado y las migas sobre las baldosas pulidas.
Él ni siquiera se inmutó. Su mirada era vacía, carente de expresión.
A Daniela se le formó un nudo en el pecho.
Ese pastel era una pequeña obra maestra; le había rogado durante días al maestro pastelero, usando todas sus influencias, solo para que lo preparara.
La voz melosa y petulante de Bella se escuchó en el salón. "No lo tomes a mal, Daniela. Joshua no lo hizo a propósito".
Se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja y se acercó aún más a Joshua. "Yo también traje un pastel. ¿Por qué no comemos el mío?".
La mirada de Daniela se desvió hacia la mesa. El pastel de Bella era uno de frutas de una tienda cualquiera, una de esas compras de último momento. Rebanadas de mango brillaban en la superficie: una elección tan descuidada como peligrosa.
Daniela recordó de inmediato la alergia de Joshua, pero antes de que pudiera decir algo, él se volvió hacia Bella, sonriéndole con gratitud. "Gracias, Bella. Qué considerada".
Los ojos de Daniela se clavaron en la delgada cruz de plata que colgaba del cuello de Bella. Ella le había regalado ese collar a Joshua, diciéndole que era para la suerte y la protección.
Su voz tembló mientras indagaba: "¿Por qué lo llevas puesto?".
Se abalanzó hacia ella, decidida a obtener una respuesta, pero Joshua la apartó con un empujón. "Basta, Daniela". Sus palabras, frías e impacientes, cortaron el aire. "¿Cuál es tu problema? Se lo di a Bella. Es solo un estúpido collar, ¿por qué no lo dejas ya?".
El empujón la hizo trastabillar hasta caer al suelo.
Por un instante, lo absurdo de la situación casi le arrancó una risa amarga.
¿Un estúpido collar?
Se había aferrado a esa cruz en sus peores momentos, creyendo que podría proteger a la persona que amaba. Se la había dado con toda su fe, solo para que él la desechara como si no valiera nada.
Las lágrimas, espesas e incesantes, nublaron su vista.
Bella le dio un suave tirón en la manga a Joshua y, ladeando la cabeza, le dirigió una mirada sutil.
Él entendió el gesto y bajó el tono de voz, casi gentil. "No te ves bien, Daniela. Quizás deberías irte a casa a descansar un poco".
Daniela no respondió. Las lágrimas se deslizaban en silencio por sus mejillas. Se levantó y salió, cerrando la puerta tras de sí con un suave clic.
En cuanto la puerta se cerró, la sala estalló en carcajadas. "¿Daniela todavía sigue aferrada a él? Es realmente patética", se burló una voz. "Hasta un perro de la calle ya habría entendido la indirecta".
"Joshua, ¿no te da miedo que te deje después de esto?", intervino otra voz entre risas.
Joshua bufó con aire de superioridad. "¿Dejarme? Está obsesionada conmigo. Delira por casarse conmigo. Si le pidiera que me lamiera los zapatos, lo haría encantada".
La multitud rugió, y las risas resonaron por toda la sala.
Afuera, Daniela apretó los puños y se adentró en la lluvia torrencial.
Justo en ese momento, un auto de lujo se detuvo a su lado.
La puerta trasera se abrió y el mayordomo de toda la vida de su familia salió con un paraguas. "Señorita Stewart", dijo con un dejo de preocupación en la voz, "se va a resfriar si se queda aquí así".
Con la vista nublada por el llanto, ella parpadeó, mirándolo con los ojos anegados en lágrimas.
El mayordomo suspiró suavemente. "Usted le dio la espalda a todo por Joshua. Sus padres... ellos no revelaron su identidad no porque no les importara, sino porque intentaban protegerla. A su modo".
Daniela se secó las lágrimas, resuelta a no derramar ni una más.
Había nacido con el apellido Stewart: la heredera de una estirpe de privilegio y poder.
Pero en siete años con Joshua, lo había entregado todo, pieza por pieza. En lugar de aprovechar el legado de su familia, se había dedicado en cuerpo y alma al trabajo, pasando noches en vela para ayudar a Joshua a alcanzar sus ambiciones en la industria farmacéutica.
Fue su impulso el que lo convirtió en una estrella del sector; fue su incansable red de contactos la que le consiguió cada reconocimiento. Ahora, ella estaba incluso a punto de cerrar un trato entre la empresa de él y el Serene Hospital, una alianza que lo catapultaría a las grandes ligas.
Su voz temblaba apenas, pero su tono era gélido. "Debí de haber perdido el juicio. ¿Cómo pude creer que él me merecía?".
Tomó una respiración lenta y profunda. Luego, con voz queda, sentenció: "Se acabó. Esta relación la termino yo, y no pienso irme en silencio. En dos semanas, se supone que caminaremos hacia el altar. Si no me falla la memoria, el Serene Hospital sigue bajo el control del Stewart Group. Yo misma romperé este lazo tóxico. Después de eso, volveré a casa y enfrentaré a mis padres".
Su tono se tornó glacial mientras continuaba: "Que el Serene Hospital proceda con la alianza con Aurora Pharmaceuticals, tal como está planeado. Pero el presidente anunciará el veredicto final en persona, el día de la boda".
Joshua le debía cada peldaño de su ascenso, y ella misma se encargaría de arrebatárselo todo. Muy pronto, él entendería lo que significaba caer. Y no sería una caída cualquiera, sino un descenso directo al infierno, sin posibilidad de retorno.