La peli roja se relamió los labios. Sin percatarse, se inclinó, dejando ver el bonito escote que enmarcaba el par de pechos generosos, sobre el escritorio donde estaba el pan y aspiró el aroma de los rollos de canela recién horneados. Santiago aguzó el oído y observó la garganta de la mujer, que movió los labios hacia delante con sutileza, para finalmente entreabrirlos.
Casi podía sentir cómo sus cuerdas vocales se ponían en funcionamiento para gemir. Le gustaba mucho las vocalizaciones femeninas, por lo que permaneció expectante para escuchar los sonidos que emitiría la dama, sin embargo, ese gusto tomó mayor degustación, cuando escuchó a la amiga de enfrente tener sexo, su madre lo envió, al hogar de la amiga, a entregarle un asunto que les había llegado por error a casa. Tras tocar y llamar varias veces y no recibir ninguna respuesta, miró hacia el estacionamiento en donde estaba el auto de la mujer, cuestión que le convenció de su presencia.
Camino a la parte posterior de la casa en dirección al patio trasero, con el propósito de tratar de encontrarla para notificarle del paquete, aquella mujer a él le parecía hermosa, por lo que nunca perdía oportunidad de verla. La sorpresa, fue encontrarla contra la pared del estacionamiento, mientras el portero de turno la empotraba una y otra vez. Santiago se quedó perplejo e inmóvil ante la impresión que le genero aquella escena que, hasta ese momento, solo había conseguido observar un par de veces en alguna película pornográfica en compañía de sus primos.
Así que ser testigo de aquello, de una manera en vivo, fue un suceso que marcó un antes y un después en su vida, la carga erótica del acontecimiento fue tan potente, que le causó una inmediata erección que le templó la tela de los pantalones. Por más que intentó alejarse del lugar, no pudo. Parecía que tenía los pies pegados al suelo. Incluso, sin percatarse, arrugó el papel que envolvía el paquete en un reflejo automático de impotencia. Era como tener parálisis del sueño. Ella, con el rostro contorsionado por el placer, excitada, sudada, con las piernas cruzadas en la cintura de aquel hombre que arremetía contra su cuerpo sin parar, a un ritmo vertiginoso y que la hacía gritar los más primorosos jadeos.
Inclusive, siendo adulto, podía recordar, la forma exacta de cómo lucían esos labios entreabiertos de la mujer, así como también sus hermosos ojos que, poco a poco, consiguieron focalizar que afuera, en medio del patio, estaba la hija adolescente de la vecina mirándola. La expresión del rostro de la mujer cambió, pasando de la excitación al horror en una fracción de segundo.
Pero para sorpresa de Santiago, las facciones volvieron a mutarle, pasando a verse más pervertida y excitada al ser consciente de que él la observaba. Tener publicó la excitó y la
hizo gemir más.
Cuando ella «termino», él consiguió salir del trance en el que se encontraba, arrastrando sus extremidades endurecidas fuera de allí. Al llegar a casa, le mintió a su madre, explicando que la vecina no estaba. Subió las escaleras con rapidez hasta llegar a la habitación,
echó el pestillo de la cerradura para evitar intromisiones de su hermanita y se bajó los pantalones con manos temblorosas, para luego proceder a darse alivio. Terminó tan rápido que le dolió el cuerpo, incluso le costó respirar por un par de segundos. Nunca en la vida había experimentado un orgasmo tan potente... Hasta el día siguiente.
Al llegar a la sala, paralizándose al encontrar a la vecina conversando con su madre de forma amistosa, con el paquete, que no fue entregado el día anterior, en el regazo. Se veía hermosa en un vestido rojo que dejaba entrever una buena porción de sus piernas cruzadas. Al verlo, la mujer le mostró una brillante sonrisa impostada y le dedicó, con disimulo, una mirada ladina, llevándose la taza de café a los labios.
-¡Qué grande está Santiago! -expresó.
Santiago se sintió nervioso, pero tras analizar la situación, encontró sosiego al pensar que la vecina de ninguna manera le contaría a su madre sobre lo ocurrido, no le convenía.
-¿Me prestas a Santiago un momento? -preguntó con naturalidad la vecina, al verlo entrar
a la estancia-. Es que necesito bajar unas cosas del deposito, presté la escalera a un vecino y no me la ha devuelto.
La madre de santiago, miró a su hijo que no hizo ningún tipo de gesto contrario y concedió el deseo de la mujer.
Ella le invitó a tomar asiento, la mujer le sonrió, caminó haciendo gala de un contoneo insinuante, hasta rodear el sillón en donde él se encontraba sentado. Le acarició los hombros en un supuesto masaje y le susurró al oído con pericia femenina que lo notaba muy tenso y nervioso. Luego, exhaló su aliento tibio contra la piel del cuello masculino, produciéndole una reacción en cadena en el cuerpo, que lo obligó a cruzar la pierna y ocultar la entrepierna con un cojín.
-Ven, acompáñame, necesito ayuda en mi habitación -dijo antes de marcharse, dejándolo
solo en la sala.
Tras conseguir tomar la cordura, fue en búsqueda de la vecina. La encontró sentada en el borde de la cama de piernas cruzadas, completamente desnuda, calzando solo un par de zapatos de tacón de color rojo claro, que rato antes habían combinado con el vestido rojo y en ese momento, con sus pezones enhiestos. La cuestión era muy simple. Santiago era un adolescente bien parecido y según lo que ella podía entrever por el bulto en sus pantalones, bien dotado.
Ella le aseguró que todo iba a salir bien, Santiago jamás olvidó la sensación de las suaves manos abriéndole el pantalón, así como tampoco, verla haciendo movimientos de arriba abajo, hasta succionar con soltura y gemir. Ese sonido le perseguiría por siempre, así como la sensación del coño de ella encajándose alrededor de su miembro, mostrándole lo que era el verdadero placer.
En el transcurso de casi un año, él pasó de ser un chico muy problemático en la escuela, a ser uno tranquilo. Solo existían dos cosas importantes en ese momento para él: sexo con aquella mujer y sacar buenas notas con el fin de que sus padres no tuvieran excusas para no dejarlo salir.
Su vida dio un giro drástico debido a la desigualdad de aquella relación clandestina, para bien o para mal, aquella mujer significó una transformación sin precedentes en Santiago, no fue hasta que sus padres decidieron mudarse de la ciudad.
Años después...
Volvió al trabajo, su atención fue redirigida a la chica del helado de mantecado que acababa de entrar a la tienda. Algo en ella lo atraía, no era el tipo de mujeres con las que solía relacionarse. Ese domingo, se paseaba por la tienda algo pensativa, al punto de no percatarse de la presencia del doctor Hidalgo, un médico soltero que era el objeto de deseo de todas sus empleadas, El doctor tampoco pasaba desapercibido para las clientas de la tienda, que solían mirarlo de arriba abajo, excepto ella. La chica ni siquiera le prestó atención cuando él se paró junto a ella a tomar un yogurt de la nevera de los lácteos. No llevaba sortija, por lo que sabía que no estaba casada, aunque eso no era ningún impedimento para mirar a un hombre guapo.
Era indudable que le generaba mucha curiosidad, al punto de preguntarse qué clase de introspecciones tendría ella, la siguió con la mirada hasta que se dirigió a la caja registradora como cada sábado o domingo, dependiendo del consumo de la semana. Suponía que debía vivir en algún lugar cerca, porque solía ir a la tienda siempre caminando.
Siempre que entraba a la tienda, se entretenía mirando todo con semblante de curiosidad y casi nunca compraba algo más que no fuese un helado de mantecado, luego pagaba y se marchaba. Esa era su rutina de siempre. Él solía mirarla desde alguna ubicación privilegiada, detrás de las vitrinas. Santiago, se preguntó cómo sería la interacción entre ellos si decidiese hablarle. Ese tipo de situaciones y pensaderas eran infrecuentes en él, era de personalidad extrovertido, no solía pensar demasiado para una posible conversación.
Comprendió que siempre coqueteaba con mujeres mayores que él, existía la posibilidad que, con esa chica que se notaba tan tímida y seria, las cosas no resultaran igual y por primera vez en tanto tiempo, Santiago se sintió muy nervioso por hablar con una mujer. Aun así, decidió que la próxima vez que visitara la tienda, le hablaría sin más pretexto a esa chica.
Sudaba mientras se movía de un lado a otro en la cama, no estaba teniendo una pesadilla, Christina estaba soñando con su exnovio. Cuando abrió los ojos y abandonó esa nube de pensamientos que la hacían moverse de un lado a otro, observo a Frank, durmiendo muy tranquilo a su lado. Minutos después sonó el despertador eran las 6:15 de la mañana. Ella siempre esperaba a que su novio se alistara y se fuera al trabajo para comenzar la mañana.
Se levanto de la cama y recorrió el suelo en busca de las sandalias, corrió la cortina y miró la calle despertar. Se dio cuenta que el día seria relajado para ella. Se cepilló los dientes y se dirigió al pasillo, bajó las escaleras hasta la cocina.
Se sentó en el sofá de la sala, miró el tiempo pasar, recordando el sueño que había tenido. A ella siempre le había gustado tener sueños muy vividos. Pero el sueño de esa mañana, le hizo recordar situaciones para nada agradables.
-No sé porque sueño con el pasado -Pensó ella
Christina se miraba en un espejo en la sala, observando su cuerpo y analizaba su atuendo. Salía a la calle y caminaba un par de metros hasta un jardín de una casa cercana, para depositar basura. Pasaron los días, hasta que Christina se fue a hacer recados y diligencias del día a día, entre esas, a comprar un Chocolate con vainilla en un centro comercial llamado "Provocación" que estaba a dos cuadras de su casa.
Cuando caminaba de regreso a su casa, de repente una idea se plantó en su mente. ¿De qué estarían llenas las bolsas de basura si terminara con Frank? Desde hacía un tiempo había comenzado a analizar cómo sería la vida sin él, solamente, la atacaban las dudas. Se preguntaba si eso era todo, si llevaría una vida tan rutinaria.
Estaban juntos desde que ella tenía un poco más de Veinte años y cinco años después, se preguntaba si esa iba a ser la vida que ella quería.
¿Acaso la felicidad era comer helado una vez cada dos meses? ¿Almorzar dos sábados al mes con los padres de él? ¿Hacer el amor tres o dos veces por semana? ¿Hacer las compras de la casa sola porque Frank odiaba acompañarla a realizar ese tipo de tareas, mientras él recogería la ropa en la tintorería? una vida, perfectamente ordenada.
Christina, disfrutaba imaginar cómo sería vivir de nuevo sola, dejar de hacer el café en la mañana, dejar que el cesto de la ropa sucia alcanzase alturas que desafiaran la gravedad, emborracharse los sábados. Era una fantasía, un placer privado. No quería dejarlo, lo quería mucho, solo que le parecía divertido imaginarse libre, sin ataduras y haciendo lo que le diera la gana.
Frank bajó las escaleras de la casa vistiendo un traje de color negro. Su piel oscura contrastaba con el blanco impecable de la camisa. Fue hasta la cocina, llenó el vaso térmico de café y se acercó al sofá, para darle un beso en la frente de Christina.
-Te has despertado antes esta mañana -dijo, sin apartar la mirada del teléfono.
-Sí, no sé por qué -contestó.
-Debo irme al trabajo, se ha acabado el café, ¿puedes ir por más?
-Sí.
Frank salió por la puerta, encendió el auto y condujo hasta la tienda Abucenter, donde trabajaba como subgerente. Christina se puso unos jeans prelavado, una camiseta y una sudadera gris. Tomó una Pera del refrigerador y caminó hasta el centro comercial que tenía cerca. Allí revisó las vitrinas. Curioseó las cestas llenas de peras, duraznos y manzanas. Se paseó por los pasillos en busca de algo nuevo que llamara su atención, sin conseguir nada, así que caminó hasta el área de los lácteos, tomó un Chocolate con vainilla y se dirigió a la caja.
Tras hacer la fila, saludó a la cajera que no le contestó y se limitó a decirle el monto a pagar a Christina, el cual le pareció muy costoso. Mientras rebuscaba dinero en el bolsillo, sacó el billete y antes de entregárselo a la cajera, revisó la etiqueta del Chocolate con vainilla, cuyo precio no era el que ella estaba cobrando, por lo que terminó preguntando el motivo del monto a cobrar elevado.
-Es la leche, más la pera.
Christina miró en su mano izquierda la pera y respondió:
-No, la pera la he traído desde mi casa. Yo entré comiéndola.
-No puede entrar al local con comida de otro lugar -respondió la cajera
- ¿Dónde lo dice? -preguntó manteniendo un tono educado.
-En la puerta.
Ella leyó un cartel donde rezaba que se prohibía la entrada al local con víveres o consumiendo alimentos.
-Es absurdo, dijo Christina
-Seguro la ha tomado de la cesta de las peras -acusó la cajera.
-No, no lo he hecho -respondió un poco alterada.
La cajera impaciente, volvió a repetir el monto, para obligar a Christina a finalizar la transacción comercial. Segundos después, se presentó un hombre alto, tenía tatuajes en los brazos, muy apuesto, que le ordenó a la cajera, con un tono de voz muy grave y autoritaria, cobra solo el Chocolate con vainilla.
Christina pagó, rechazó la bolsa y tomó el Chocolate con vainilla. Cuando se dirigía a la puerta, el hombre se le acercó para hablarle.
-Disculpe la actitud de la cajera. Muchos clientes han entrado al local con alimentos para no pagarlos.
-¿Y cómo sabe que yo no he sido una de ellas? -preguntó Christina.
-No es la primera vez que viene por aquí, la he visto en reiteradas ocasiones. Le gusta pasear por los pasillos y muchas veces no compra nada más que el Chocolate con vainilla. Christina lo miró perpleja tras escuchar aquel informe que le había expuesto. El hombre la invitó a acompañarlo hasta el cesto de las peras y ella lo siguió. Él le entrego una pera y comprobó que era mucho más pequeña que la que ella comía, a pesar de ser del mismo tipo.
-Debería de consumir peras orgánicas. La pera es una de las frutas más contaminadas de pesticidas y a la vez una de las que más beneficio aporta a la salud.