La Institutriz | Mi Luz (libro 1)
img img La Institutriz | Mi Luz (libro 1) img Capítulo 5 ¿Roses
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Capítulo 6 El hermano Müller. img
Capítulo 7 Mi luz. img
Capítulo 8 Sueños húmedos. img
Capítulo 9 Quiero probar. img
Capítulo 10 Prejuicios. img
Capítulo 11 Confesiones. img
Capítulo 12 Promesa. img
Capítulo 13 Visita, deseo y celos. img
Capítulo 14 Asumiendo lo que pasa. img
Capítulo 15 Amanecer en sus brazos img
Capítulo 16 ¡Emily! img
Capítulo 17 Aclaraciones img
Capítulo 18 Decepción img
Capítulo 19 La furia de Polette img
Capítulo 20 Miedos afuera img
Capítulo 21 Miedos afuera parte dos img
Capítulo 22 Confianza img
Capítulo 23 Señora Waltz img
Capítulo 24 Pasado img
Capítulo 25 Solo tú img
Capítulo 26 Ausencia img
Capítulo 27 Verdad img
Capítulo 28 Cumpleaños img
Capítulo 29 Más que amigos img
Capítulo 30 Cambio img
Capítulo 31 Michelle img
Capítulo 32 Día de campo img
Capítulo 33 Hambre img
Capítulo 34 ¿Embarazo y casamiento img
Capítulo 35 Garras img
Capítulo 36 Reencuentro img
Capítulo 37 Nostalgia img
Capítulo 38 Enfrentar la realidad img
Capítulo 39 Difícil decisión img
Capítulo 40 ¿Distintos caminos img
Capítulo 41 Otra oportunidad img
Capítulo 42 Esperanza img
Capítulo 43 De nuevo en casa img
Capítulo 44 Conocerse img
Capítulo 45 Solo amor img
Capítulo 46 Positivo img
Capítulo 47 Dando las buenas nuevas img
Capítulo 48 Por dos img
Capítulo 49 Decir adiós img
Capítulo 50 Benditos papeles img
Capítulo 51 Pérdida img
Capítulo 52 Milagro img
Capítulo 53 Epílogo img
Capítulo 54 Agradecimientos img
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Capítulo 5 ¿Roses

Era ya media mañana y el día prometía ser fresco, con el cielo acompañado de nubes. El viento mecía de forma armoniosa las copas de los árboles y pinos que había alrededor de la finca y el canto de los pájaros hacían el cierre perfecto a ese hermoso paisaje.

Sophie, junto a los mellizos tomaban la clase en el jardín, para así disfrutar del maravilloso día que hacía.

–El río Támesis atraviesa el país y divide a Londres de norte a sur, es el río más largo en todo el país. ¿Sabes qué tiene una longitud de 346 kilómetros y que es la principal fuente de abastecimiento de agua de Londres? –cuestionó Annette, entusiasta por tal conocimiento.

–Así es. Muy bien, Anni –alabó, Sophie–. ¿Quién puede decirme en qué país se encuentra la torre Eiffel?

–Se encuentra en Paris, Francia y fue construida en el año –empezó a hacer memoria Alex, con una concentración que le robó una sonrisa a Sophie– 1887.

–¡Sí! –celebró, Sophie–. Me impresionan. Es increíble todo lo que saben.

–Papá es muy exigente en nuestra educación. –comentó, Annette.

–¿Quieren qué hagamos un pequeño recreo?

–¡Sí! –anunciaron los mellizos al unísono.

–Ok. Pero sólo diez minutos.

☆☆☆

La tarde empezó a caer sin apuro alguno. Sophie, tomó en sus manos sus libros de geografía e historia y abandonó la biblioteca en la que minutos antes estaban Alex y Annette.

Se dirigió a su habitación y sobre un pequeño escritorio que tenía en su habitación, dejó los libros.

Se dirigió al baño y se dio una merecida ducha. Se vistió con algo ligero y salió en dirección a la sala. Allí se encontró a los mellizos muy entretenidos con un juego de mesa: monopolio. Se acercó hasta ellos tomando asiento en uno de los sillones y los observó jugar.

Era divertido verlos jugar y cómo discutían por algún punto específico del juego. Verlos le hacia recordar las veces que jugaba con Emily, cuándo se peleaban y no se ocultaba el sol y ya volvían a ser las amigas inseparables de siempre.

Sonrió por ese recuerdo. Emily, era la única amiga que había podido conservar a través de los años y en la que más confiaba.

Un ruido en la puerta de la sala la hizo desviar la mirada y unos ojos azules, la inspeccionaban con atención. Decir que no sentía nervios cada vez que aquellos ojos se posaban en ella, sería mentir. Pudo sentir sus mejillas arder y recordar aquella pequeña caricia que él hizo en su mejilla, la hizo estremecer. Desvió rápidamente la mirada y posó su atención en los mellizos.

–¿Cómo están niños? –preguntó Thomas, con su notoria voz grave entrando definitivamente a la sala. Sus hijos dejaron de lado el juego y corrieron a abrazar a su padre–. Cuánto cariño –besó la frente de ambos– ¿Qué han hecho hoy?

– Estudiamos un poco de historia y geografía. -dijo Alex.

– Y también jugamos a la búsqueda del tesoro –secundó, Annette–. Y ahora jugábamos monopolio.

–Parece que han tenido un día entretenido –sonrió, Thomas– ¿Qué tal si jugamos de nuevo al monopolio?

–¡Sí! –dijo Annette, sonriente– ¿Sophie, puede jugar con nosotros?

–Por supuesto –Thomas, miró a Sophie– ¿Quieres?

Sophie, miró a Thomas, con curiosidad, al parecer él no se había dado cuenta de qué había dejado atrás el formalismo.

–Sí, quiero –y poniéndose de pie, se dirigió hacia la pequeña mesa en dónde los niños jugaban. Los miró a los tres que aún seguían de pie– ¿Vienen?

Los tres sonrieron y tomaron su lugar alrededor de la mesa y comenzaron a jugar entre risas y una que otra discusión respecto a las ganancias del juego.

Annette y Alex, quedaron fuera del juego y toda la riqueza del juego se disputaba entre Sophie y Thomas.

Tras unos movimientos más Thomas, se quedó con todo y Sophie, refunfuño cuál niña pequeña, ocasionando en Thomas, una gran carcajada que llamó la atención de sus hijos, quienes hace mucho no lo veían reírse de tal manera.

Annette y Alex, se miraron cómplices ante la escena y Sophie, terminó contagiándose de aquella perfecta risa.

–Eres mala perdedora. –dijo Thomas, entre risas y Sophie, se sonrojo. Algo habitual en ella teniendo a Thomas, cerca.

–Claro que no –intentó tomar seriedad y ocultar una sonrisa–. Sólo qué eres un genio en este juego.

Cubrió su boca con su mano para ocultar su sonrisa, aunque no pasó desapercibido el brillo en sus ojos que llamaron la atención de Thomas, que quedó observando sus ojos cafés.

–Padre –interrumpió Alex, y Thomas, centró su atención en su hijo–. Tenemos hambre.

–Veamos que ha preparado Diana, ¿sí? –dijo Thomas, al tiempo que se ponía de pie y tanto los mellizos cómo Sophie, imitaban la acción.

Todos llegaron al comedor en dónde Diana, estaba preparando la mesa, para luego servir la cena. Cada uno tomó su lugar en la mesa y minutos después Polette, se les unió y, desde un rincón Diana, los observó por unos segundos. Sonrió de costado, una sonrisa que guardó para sí misma. La escena era de una familia. Thomas, se veía mucho más relajado y todo parecía deberse a la presencia de aquella muchacha, que cada minuto que pasaba, se le metía cada vez más en la piel, sin ser él consciente de ello.

–Dentro de estos días será la vendimia –comentó Thomas, llevando un bocado a su boca–. Sophie, podrás ver cómo realizamos nuestro trabajo de todo un año.

–Eso sería increíble –se manifestó feliz por ese hecho–. Me encantaría.

–¿Quiere decir qué Rose, vendrá? –preguntó Polette, a su hermano algo disgustada y Sophie, la observó atenta ¿Quién era Rose?

–Así es. Ella sigue siendo nuestra enóloga –a Thomas, no le pasó desapercibido el rechazo que Polette, tenía por esa mujer–. Hasta encontrar otro, ella seguirá ocupando ese puesto. –demandó serio y Polette, puso sus ojos en blanco.

–Siempre y cuándo ella sepa qué aquí no manda –dijo seria–. Será muy enóloga, todo lo que quiera y te comerá con los ojos –dijo las últimas palabras en voz baja para que los niños no escucharan–. Pero eso no la hace la señora de esta casa.

–Polette –advirtió Thomas–. Rose, sólo trabaja para nuestra familia, nada más. No sé de dónde sacas esas ideas.

–Y parece qué quiere formar parte de ella también –dijo Polette, con evidente molestia–. Tú no te das cuenta, pero yo sí lo hago. La forma en la que te mira, en cómo se te insinúa cada que te dirige la palabra. Los he visto, Thomas. Parece no tener respeto...

–Polette, basta –dijo Thomas, molesto y observó a sus hijos, quiénes parecían no percatarse de la conversación que llevaban los adultos–. Si lo que te preocupa es que se convierta en parte de esta familia, quédate tranquila, eso no pasará.

☆☆☆

Arrojó las almohadas al piso con molestia y abrió las sábanas de un jalón. Se recostó y cruzó sus brazos bajo su cabeza y se detuvo a observar el blanco del techo, parecía ser mucho más interesante que cualquier otra cosa.

Que su hermana insinuara que él, pudiera ver de forma romántica a Rose, era un tremendo disparate. En qué cabeza cabía que él pudiera verla de ese modo.

Rose, era atractiva, no podía negarlo. Pero ella sólo era alguien para pasar un buen momento, sexo y nada más. Con Rose, liberaba las ganas, sólo un deseo carnal.

¿Querer algo romántico con ella? Claro que no. Sus encuentros sólo eran casuales y Rose, lo sabía muy bien.

Dio varias vueltas en la cama intentando dormirse de una buena vez. Dejó de lado el tema de Rose y sus pensamientos fueron albergados por una chiquilla de cabellos castaños y ojos cafés. Unos hermosos ojos cafés.

Aún tenía en mente la escena de casi haberla besado. Se vio sonriendo cómo adolescente por ese simple hecho.

«Sophie, Sophie ¿Qué es lo que tienes?» Pensó una y otra vez en lo mismo y con ese pensamiento en su mente se durmió

☆☆☆

Otro día mas se hizo presente en la finca Müller. El sol de verano estaba más intenso que nunca y su sombrero parecía no ayudarle mucho. Se detuvo un minuto y bebió un trago de agua para apaciguar su sed.

–Ya decía yo que no estabas para estos trotes. –se burló Víctor, al verlo secarse la transpiración de su frente.

–Cállate. –contestó con malhumor.

–¿Te levantaste con el pie izquierdo? –volvió a burlarse Víctor– Qué día será que nos sorprendas con una sonrisa o al menos una mueca –Víctor, hizo un gesto pensativo–. Avísame para estar preparado, no vaya a ser que me de un infarto o algo parecido.

–¿No te cansas de decir idioteces? ¿Verdad? -espetó, Thomas.

Víctor, sólo se encogió de hombros y se ganó una mala mirada por parte de Thomas.

–Me conoces hace quince años, sabes cómo soy.

–Sí, lo sé. –contestó resignado por el amigo que tenía y agradecido por tenerlo en las buenas y mucho más en las malas.

–¡Patrón! –lo llamó uno de sus empleados mientras corría en su dirección– ¡Patrón!

–¿Qué sucede? –preguntó una vez lo tuvo enfrente

–Patrón, es urgente. Es una llamada de Francia –Thomas, lo miró atento–. Su tía, la señora Imelda, está al teléfono.

–¡Mierda!

Dicho eso se puso a correr en dirección de la casa.

¿Qué querría ahora su tía? Nada bueno, seguro.

Cruzó la puerta como un rayo hacia la sala. Llegó totalmente agitado y trató por unos segundos en recomponerse.

Alzó el teléfono y cerró sus ojos en señal de frustración.

–¡Tía! –saludó lo más amable posible– ¿Cómo estás?

–¡Hasta qué te dignas de atender el teléfono! –manifestó molesta. Thomas, rodó sus ojos– Llevó esperando en la línea por diez minutos.

–Nosotros bien, gracias por preguntar. –dijo sarcástico.

–Déjate de tonterías –Thomas, apretó con furia el teléfono. Su tía no podía ser menos considerada–. Dime una cosa, ¿Polette sigue aún soltera?

–¿Por qué la pregunta? –preguntó frunciendo el ceño desconcertado por su interés en su hermana.

–Simple curiosidad, es todo –contestó relajada cómo siempre–. Y dime ¿aún lo está?

–Así es.

–¡Perfecto! –respondió más animada– Supongo que pronto será la vendimia, ¿cierto?

–Sí. Los racimos están casi listos. Calculamos que a final del mes estaremos cosechando. –manifestó orgulloso.

–¡Felicidades, muchacho! Bueno, Thomas, debo colgar. Te llamaré en estos días. Cuídense. Adiós. -se despidió, Imelda, bastante animosa.

–Adiós, tía. –dijo y finalizó la llamada.

Se quedó por un momento observado el aparato en su mano. La llamada le pareció de lo más extraña. Muy rara vez su tía llamaba para saber de ellos y del viñedo. Pero, ahora sólo se limitó a preguntar sí Polette, estaba soltera ¿por qué sería?

                         

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