Mitchel se detuvo y observó los delgados dedos de Raegan que se aferraban a su camisa. Sus ojos se volvieron oscuros.
"¿Por qué?".
Raegan bajó la mirada. "Yo... No me gustan los hospitales", mintió. "Tienen algo que me asusta".
Tenía tanto miedo de que él descubriera su mentira que no podía mirarlo a los ojos. No sabía si él le creería.
Cuando Mitchel no dijo nada, ella agregó en voz baja: "Ya tomé una medicina. Estaré mejor cuando descanse un poco".
Mitchel bajó la mirada. Desde ese ángulo, solo podía ver la mitad de su hermoso rostro.
Era muy pequeño y sus largas pestañas rizadas temblaban mientras mantenía la mirada gacha. Quizás la fiebre la hacía sonrojarse, por lo que se veía bastante frágil.
Mitchel sintió su corazón derretirse contra su voluntad.
Sin pensarlo dos veces, se dio media vuelta y abrió la puerta del apartamento. Luego, llevó a Raegan hacia el dormitorio.
La chica lanzó un suspiro de alivio. Había estado tan nerviosa que empezó a sudar, incluso su cabello estaba mojado. Solo quería darse una ducha e irse a la cama.
"Estaré bien sola, puedes irte". Era obvio que lo estaba alejando.
Era un lugar completamente nuevo para Mitchel, ya que toda su vida había estado acostumbrado a una mansión.
"Está bien", respondió él, pero no se movió ni un centímetro. Simplemente se quitó la corbata y se desabotonó la camisa con lentitud.
El corazón de Raegan dio un vuelco. Estaba más que asustada. "¿Qué estás haciendo?", gritó abriendo mucho los ojos. "¡No te desnudes! ¿Qué haces?".
No entendía por qué Mitchel quería acostarse con ella si estaba enferma. ¿Acaso su pene tenía mente propia? ¿Qué tan malo era?
Mitchel se quedó helado y la miró sin pestañear.
Raegan sentía su corazón latiendo rápido.
No soportaba que la mirara así.
Sus ojos eran diferentes a otros que había visto. Estaban repletos de lujuria.
Era como si pudieran ver lo que había debajo de su ropa.
Raegan volvió a sentir calor y, mordiéndose el interior de los labios, se abanicó. "No me siento bien".
Quería decirle que no era el momento para tener sexo.
Además, le había dicho que quería divorciarse. ¿Qué sentido tenía mantener relaciones sexuales cuando su matrimonio pronto terminaría?
Mitchel seguía callado. Su expresión era sombría mientras continuaba mirándola con ojos brillantes de deseo.
De repente, presionó ambas manos sobre la cama y se inclinó para susurrarle al oído: "No soy un animal, Raegan".
Su suave voz destilaba lujuria, contradiciendo lo que acababa de decir.
Mitchel observó su rostro sonrojado antes de sonreír con picardía y entrar al baño.
Una vez sola, Raegan se golpeó las mejillas ardientes. Todo era culpa de Mitchel. Siempre encontraba la manera de hacerla sonrojar. ¡Por Dios!
Pasaron varios minutos antes de que Mitchel saliera del baño. Cuando se dio la vuelta, le reveló que la bañera estaba lista.
¿Qué? ¿Desde cuándo era tan considerado? Raegan estaba ligeramente sorprendida.
Era una fanática de la limpieza. Estaba tan pegajosa que quería sumergirse en la bañera, así que se levantó.
Pero el repentino movimiento hizo que su cabeza diera vueltas, por lo que se inclinó hacia atrás y estuvo a punto de perder el equilibrio.
Por suerte, Mitchel la atrapó a tiempo. Luego, la alzó en sus brazos y la llevó al baño.
Su aroma hizo que el corazón de Raegan latiera con mayor rapidez. Estaba tan nerviosa que tartamudeó: "Baja... Bájame".
A petición suya, la dejó sentarse en el borde y extendió una mano para desvestirla.
Lo hizo con mucha habilidad, tal y como lo había hecho varias veces.
Sus fríos dedos rozaron su piel, por lo que ella se puso a temblar con cada toque.
Raegan se agarró del cuello y se sonrojó incontrolablemente. "Puedo desvestirme sola", murmuró con timidez. "¡Vete!".
"¿Cuál es el problema?", preguntó Mitchel mientras estudiaba su expresión nerviosa. "No es la primera vez que lo hago".
Las orejas de Raegan se calentaron, podía sentirlas ponerse rojas.
Cada vez que tenían sexo, Mitchel la llevaba a la bañera y la limpiaba con cuidado.
Ahora, mientras pensaba en él y la bañera, ella no podía soportar mirarlo a los ojos.
Rápidamente se sacudió la escena amorosa que apareció en su mente. Luego, respiró profundamente y dijo: "Me gustaría que me dejaras sola. Vete, por favor".
Al ver que hablaba en serio, Mitchel alzó las manos y se dio la vuelta.
La puerta del baño se cerró de golpe.
Raegan se sintió mucho mejor tras quedarse un rato en la bañera y salió vestida con una bata. Para su sorpresa, Mitchel seguía en la habitación.
Pero ella hizo todo lo posible por ignorarlo. Justo cuando levantaba la colcha para acostarse en la cama, él la agarró de la cintura y la arrastró de regreso al baño.
"¿Qué haces? ¿Por qué quieres dormir con el cabello mojado?".
Le quitó la pequeña toalla que envolvía su cabeza, agarró la secadora y se puso manos a la obra.
La mente de Raegan era un desastre mientras observaba su reflejo en el espejo. Mitchel también tenía el cabello mojado, pero eso solo lo hacía verse más apuesto.
Su aroma familiar seguía impregnándose a su nariz, por lo que su corazón latió más rápido.
Los cuidados de Mitchel ahora eran una tortura. Tenía miedo de enamorarse más de él y decidir no divorciarse.
Una vez que su cabello estuvo seco, lo miró a través del espejo y le agradeció en voz baja.
Mitchel se mantuvo quieto detrás de ella. Sus cuerpos casi se estaban tocando.
Con una mano en el lavabo, él se quedó mirando su reflejo en el espejo. "¿Eso es todo el agradecimiento que recibiré?", preguntó entrecerrando los ojos.
Raegan emitió un suave jadeo. El aire en sus pulmones estaba yendo en la dirección equivocada. Con los ojos mucho más abiertos, lo miró boquiabierta.
Por lo general, le permitiría hacer lo que quisiera cada vez que recibía un favor suyo, pero ahora no podía aceptarlo.
¡Su matrimonio estaba por terminar!
A través del espejo, Mitchel vio sus ojos empañarse y su nariz ponerse rosada. Por alguna razón, esos cambios lo excitaron.
No pudo evitar enojarse un poco y la tomó de la barbilla. "Nunca mires así a otros hombres", advirtió. "¿Entiendes?".
Raegan frunció las cejas con confusión. ¿A qué se refería?
Sus ojos se volvieron más oscuros. "Afuera hay muchos animales, muchos hombres no son tan amables como yo. ¿Me entiendes?".
¡Qué raro! Raegan no entendía por qué un hombre actuaba impulsivamente si la veía así.
Cuando notó que él se acercaba, se quedó helada como un ciervo ante los faros de un auto. Una campana de alarma sonó en su cabeza, por lo que rápidamente giró el rostro.
Mitchel la agarró bruscamente por los hombros y la presionó contra el lavabo. "No te muevas", ordenó.
Sus labios casi se entrelazaron y sus ojos se encontraron. Raegan pensó que él la besaría. Su corazón latía tan rápido que sus párpados temblaban ansiosamente.
Pero Mitchel no hizo ninguna locura, sino que besó su frente, como si estuviera dejando su huella en ella.
"Ese es tu castigo", murmuró pellizcando sus mejillas.
Sonaba bastante serio.
Su declaración dejó a Reagan sin palabras.
¡Qué tontería!
Puso los ojos en blanco con molestia y decepción.
¿Por qué permitía que su ternura la dejara sin aliento? ¿Cómo podía olvidar tan fácilmente su decisión? ¡Tenía que controlarse!
De repente, el sonido del teléfono de Mitchel la devolvió a la realidad.
Raegan se fue silenciosamente para darle espacio.
Mitchel contestó el teléfono y salió al balcón.
Tras unos minutos de charla, colgó y regresó al dormitorio.
Raegan ya se había arropado en la cama.
Era consciente de que él estaba a punto de irse, pero no intentó detenerlo.
"Cierra la puerta cuando te vayas", dijo antes de que él pudiera pronunciar alguna palabra.
"Está bien, descansa". Mitchel agarró su abrigo, caminó hacia la puerta y se dio la vuelta para mirarla antes de salir.
No fue hasta que escuchó cerrarse la puerta que Raegan sacó la cabeza de debajo de la colcha.
Había una turbulencia en su corazón y pronto sintió una profunda amargura.
Todos sabían que Lauren era la única mujer que Mitchel amaba.
¿Tendría alguna posibilidad contra esa impresionante mujer?
¿Su bebé cambiaría algo? Por supuesto que no.
Con esto en mente, Raegan rompió la prueba de embarazo en un ataque de ira.
Tenía suerte de no haberle contado nada.
Después de todo, esa noticia solo le habría hecho sentirse más humillada.
De regreso en el hospital, Mitchel se paró frente a la ventana, por donde se veía el hermoso cielo nocturno. La luz de la luna acentuaba sus severos rasgos, haciéndolo verse extremadamente atractivo.
"¡Mitchel!", lo llamó Lauren con una voz débil mientras yacía en la cama.
Llevaba puesto un camisón de seda púrpura, que resaltaba su figura.
Mitchel salió de sus pensamientos y se volvió hacia ella. "¿Cómo te sientes?".
"Estoy mejor. Lamento haberte vuelto a molestar", dijo Lauren con culpa. "Jocelyn solo hizo un escándalo por nada".
Su rostro se contrajo lastimosamente, como si le estuviera recordando a Mitchel lo especial que era ella para él.
"No es para tanto", respondió él inexpresivamente. "¿Tienes hambre? Puedo pedirle a Matteo que te traiga lo que quieras".
"No, gracias", murmuró ella. "¿Dónde estabas? ¿Interrumpí algo?".
"No, claro que no", respondió Mitchel tranquilamente y miró su reloj. "Ya es tarde, duérmete".
"Estoy muy asustada, Mitchel".
Lauren abrazó su cintura desde atrás y emitió un sollozo, enterrando el rostro en su espalda.
"Por favor, quédate conmigo. Solo por esta noche, ¿sí?".
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