El guardaespaldas vestido de negro, no acostumbrado a ser ignorado, apretó los dientes y soltó con desdén: "¡Eh! Me lo estás pidiendo a gritos".
Luego salió del auto y se presentó frente a Alice en un visto y no visto.
Conmocionada, los ojos de la joven se abrieron de par en par. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando, el hombre levantó la mano y le dio un golpe en la nuca. Alice sintió un fuerte dolor en el cuello y luego perdió el conocimiento.
Al día siguiente, una suave brisa hizo ondear las cortinas blancas.
La habitación estaba hecha un desastre, había ropa tirada por todo el piso.
Tumbada en la cama extragrande se encontraba una mujer con el rostro ligeramente enterrado en la mullida almohada. Sus hermosas facciones se acentuaban bajo la tenue luz de la mañana.
Tenía las pestañas largas y dos huellas rojas marcadas en su piel clara.
"Mmm...", murmuró Alice. Sus párpados se agitaron, dejando entrar lentamente la luz con los ojos entrecerrados. En ese momento, su cerebro se puso en marcha.
Abrazando la delgada colcha, se sentó y echó un vistazo a su alrededor. Ella reconoció los inusuales muebles de la habitación y su borrosa visión se volvió gradualmente tan clara como el día.
Alice intentó recordar los acontecimientos del día anterior. El hombre de traje negro la dejó inconsciente y la secuestró.
¿Dónde estaba?
La joven frunció el ceño y trató de levantarse de la cama, pero sus piernas no podían moverse, era como si algo pesado las estuviera sujetando.
"Querida, ¿por qué te levantas tan temprano?". Una mano pálida se asomó por debajo de la colcha y se aferró a su pecho.
Ella se quedó petrificada por unos segundos; tiempo tras el cual recobró el sentido, se quitó la mano de encima y se puso de lado doblando las piernas hacia el borde de la cama. Con un rápido tirón del cubrecama, dejó al descubierto el cuerpo de la otra persona.
"¡Ay! ¿Por qué te comportas así de brusca hoy?". Un niño pequeño de piel clara se cayó al suelo. Él se frotó suavemente las nalgas y se levantó, quejándose.
"¿Eres un niño?". Alice, agarrada a la colcha, se asustó.
"¿A quién esperabas? ¿A mi padre? Ni te molestes en fantasear con eso. Lo que tienes que hacer es cuidarme". Tras pronunciar esas palabras, el pequeño se subió a la cama. Su hermosa carita tenía un aspecto saludable. Con la nariz y la frente arrugadas, analizó a la atónita mujer.
"Sea como sea, ¿quién eres tú?". Alice se frotó la frente pensativa. ¿Cómo terminó compartiendo la cama con un niño desconocido?
Ordenando la información de su cabeza, le llevó un tiempo comprender la situación. Cuando por fin lo hizo, sus ojos se abrieron de par en par y preguntó con escepticismo: "¿Eres tú el que estaba interesado en contratarme ayer?".
"¡Efectivamente!". El niño le llegaba solo a la cintura, pero su aura emitía más respeto que la de ella. "Mi nombre es Hiram Lan, pero puedes llamarme Hiram. A partir de hoy serás mi madre. Te llamaré mami y tu papel será cuidarme. Me amarás y me alimentarás hasta que sea mayor. ¿Qué te parece?".
Él pertenecía a la familia Lan, pero solo su padre y su abuela lo acompañaban al crecer. La palabra "madre" era tabú en esa familia.
De hecho, el pequeño nunca preguntó por qué nadie le había hablado de su madre.
A Alice comenzó a dolerle la cabeza de repente. ¿Cómo podía contratar a alguien como ella para que fuera su madre?
"¿Por qué pones esa cara? ¿No quieres hacerlo?". Abatido, Hiram hizo una mueca. Su encantador rostro revelaba una indescriptible dignidad y frialdad.
"¿Qué te pasa? Anoche me abrazabas y me llamabas bebé. No permitirías que me fuera de tu lado pasara lo que pasara. ¿Y ahora me das la espalda?".
La joven recordó vagamente un sueño que había tenido la noche anterior: había dado a luz a un bebé, que le fue arrebatado justo después del parto. Ella lo agarró desesperadamente y lo sostuvo en sus brazos. Por mucho que los demás quisieran separarlos, no lo soltaría.
¿Acaso no fue un sueño? ¿De verdad había dormido con ese niño?
"¿Cómo puedes contratar a alguien para que sea tu mamá? Tu madre se pondrá triste y se molestará". Alice se masajeó las sienes y suavizó el tono para mostrarle compasión.
"Crecí sin madre", respondió él con calma.
Hiram pensó en el momento en que ella lo tomó en sus brazos. Ni siquiera las sirvientas pudieron apartarla de él.
Es más, el abrazo fue tan afectuoso que lo hizo sentir seguro.
Si así era tener una madre, no estaba nada mal.
'¿No tiene madre?', pensó ella para sí misma.
Al escucharlo, la chica vaciló y se sintió angustiada.
"Todos los niños tienen a una madre que los ama por encima de todo". Alice levantó instintivamente la mano para acariciar su suave y sonrosado rostro.
Su hijo tendría ahora la misma edad que él.
Lo único que podía hacer era suspirar ante ese pensamiento, aunque se preguntó por qué de repente pensaba en su hijo.
Ella no tenía la posibilidad de volver a verlo. Y si lo hiciera, le resultaría imposible identificarlo.
"Ah, bueno", respondió Hiram con indiferencia, sintiendo sus delicados dedos.
Tenía las manos más suaves que las de su padre y olían bien.
"En fin, tengo que irme. Pórtate bien y haz caso a tu padre". La joven retiró la mano y se levantó. Tenía que encontrar trabajo y no podía perder el tiempo con ese niño.
"¿Te vas? ¿Pero es que no entiendes lo que estoy diciendo? ¡Te voy a contratar para que seas mi mamá! Aquí tienes el pago de los tres primeros meses por adelantado". Con una expresión helada, el niño sacó un cheque del interior del cajón de la mesita de noche y se lo entregó.
"Pero...". Alice se sorprendió al ver que el cheque era real, pues creía que sus planes de contratarla era un arrebato de niño pequeño.
No esperaba que lo hubiera dicho en serio.
Al fin y al cabo, el niño parecía tener como mucho cinco años.
Hiram chasqueó los dedos y apareció una secretaria vestida con un traje de negocios, con papel, bolígrafo y otras cosas. Al llegar, dejó todo con cuidado frente a Alice.
"Ese es el contrato que establece que te estoy contratando para que seas mi madre. Si no tienes ninguna objeción, fírmalo. Te sugiero que lo hagas de inmediato. Tengo que asistir a clases y no puedo perder el tiempo".
'¡Vaya, es muy maduro!', exclamó ella para sus adentros.
Con emociones encontradas, la joven tomó el contrato y lo leyó. Los términos estaban tan bien redactados que no encontró ningún error.
"Señorita Luo, no tiene nada de qué preocuparse. Hiram cumple con su palabra. Le aseguro que no habrá ningún problema".
Tras la afirmación de la dulce voz de la secretaria, Alice tomó el bolígrafo y firmó el documento. Sin embargo, se intensificó una sensación de irrealidad dentro de su corazón.
Cuando vio a la secretaria guardar el contrato dentro de la carpeta, el niño arqueó las cejas y sonrió.
Era una habilidad que había heredado de su padre, y que la despistada Alice no percibió en ese momento.
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