El rostro de Cecil seguía indiferente, cuando respondió: "Siéntate".
"Gracias", respondió ella, de manera obediente.
Al notar que la cuchara con la que ella había comido antes seguía en la mano del hombre, la chica la tomó para explicar, con timidez: "Ya comí con esto, así que, la seguiré usando para no ensuciar otra...".
Viendo el comportamiento de la mujer, los sirvientes quedaron estupefactos.
Estando felizmente inconsciente de aquellas miradas, que no dejaban de juzgarla, Linda se sentó en el otro extremo de la mesa para comenzar a comer. Sin embargo, se le complicaba un poco hacerlo sola, debido al dolor que sentía en sus manos.
Por lo que, pese a estar hambrienta, no le quedaba más remedio que comer a paso lento.
El magnate simplemente la miró, en completo silencio, para después pedirle a uno de los sirvientes que le llevara los cubiertos de repuesto. Entonces, él comenzó a comer.
Al terminar, la recién casada se puso de pie, y dijo: "Déjame lavar los platos".
En ese momento, el hombre la miró con el ceño fruncido, e inquirió: "¿No te duelen las manos?".
"Sí, me duelen pero, de no lavar los platos, tendré que ocuparme de otras tareas que podrían ser más difíciles para mí, debido a mi condición", explicó ella.
El magnate, simplemente, resopló, lo que dejó a la chica paralizada.
Pues, no tenía idea de si debía hacerlo o no.
Por suerte, él habló de nuevo, al instante: "Ya que se le han otorgado a tu familia dos días, deberías descansar por ahora, y recuperarte. Al tercer día, yo mismo te llevaré de regreso a tu casa. Entonces, tu destino será decidido por el hecho de si Leona aparece rente a mí o no".
Tras escucharlo, la chica se mordió el labio, pues, se sentía confundida acerca de lo que podría esperarse.
'¿Acaso eso significa que debo tener la esperanza de que Leona regrese? ¿O no?', pensó ella.
La recién casada, simplemente, le lanzó una mirada furtiva al hombre, cuyo rostro era inflexible y sin expresión alguna.
Pareciendo notar una mirada sobre él, repentinamente, volteó a verla.
Al instante, ella se sintió tan avergonzada, que bajó la cabeza, lo más rápido que pudo, y miró alrededor, con total naturalidad. No supo que, en los ojos del magnate, no había nada más que desprecio, mientras la observaba.
"Señorita Ye, no te casaste conmigo, simplemente, por el bien de tu familia, ¿verdad?", cuestionó él.
El corazón de Linda comenzó a latir rápidamente, después de escuchar aquella interrogante.
Ella no tenía ni la más mínima idea de cómo responder. '¿Será que él...? ¿Ya descubrió la verdad?', se preguntó, asustada. Intentando no preocuparse más de lo que debía, ella volteó, encontrándose con la mirada fija del hombre.
"Las razones que yo haya tenido, no tienen importancia, pues, usted no cambiará sus decisiones por ello", dijo ella, tranquilamente.
"Eso es totalmente cierto", acotó él.
Al escuchar su afirmativa, la chica apretó los labios con fuerza y, tras unos minutos de estar sumergida en sus pensamientos, indagó: "Señor Bo, ¿puedo preguntarle cómo supo que yo no era Leona?".
"¿Y eso qué te importa?", respondió él, inclinándose hacia delante para apoyar los codos sobre la mesa y mirarla con los ojos entrecerrados.
"Resulta que me encuentro directamente involucrada", aclaró ella.
Cecil, entones, tomó una servilleta y, limpiándose las manos, lentamente, explicó: "Puede que ustedes dos luzcan exactamente igual, pero Leona tiene un lunar rojo en la parte posterior de la oreja. Tú no lo tienes".
Luego de escuchar eso, Linda notó lo perspicaz que era aquel hombre.
¿O quizás solo era que podía recordar hasta la más mínima marca en el cuerpo de Leona, debido a que le gustaba mucho? Intentando ocultar la decepción que sintió, ella simplemente asintió.
"Entiendo", dijo.
Para el momento en que la chica habló, ya el magnate se había puesto de pie. Y, mientras que pasaba junto a ella, le recordó, de manera brusca: "Señorita Ye, si Leona no llegara a presentarse ante mí, dentro de dos días, no estaré sentado, sencillamente, hablando acerca de ello".
Justo en el momento en que el hombre salía del comedor, la mujer reunió la valentía suficiente para decirle: "Señor Bo, usted es el soltero al que cualquier chica de Los City elegiría sin pensarlo. En cuanto a talento, apariencia y riqueza, usted no podría quedar por debajo de nadie. Entonces, ¿por qué está tan decidido a casarse con una mujer que no quiere casarse con usted?".
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