Casada por Contrato con el CEO Mafioso
img img Casada por Contrato con el CEO Mafioso img Capítulo 1 El Juego de los Inconscientes
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Capítulo 6 Rebelión Silenciosa img
Capítulo 7 Primeras Grietas img
Capítulo 8 El Juego de la Rebeldía img
Capítulo 9 La Primera Advertencia img
Capítulo 10 Una Sombra en la Mafia img
Capítulo 11 Primeras Grietas en la Máscara img
Capítulo 12 Un Beso Robado img
Capítulo 13 El Falso Amigo img
Capítulo 14 Un Secreto en la Oscuridad img
Capítulo 15 Un Escape Frustrado img
Capítulo 16 La Ira del Monstruo img
Capítulo 17 La Mariposa del Mafioso img
Capítulo 18 La Otra Cara de la Mafia img
Capítulo 19 Una Propuesta Oscura img
Capítulo 20 ¿Quién es la Presa img
Capítulo 21 El Fin de una Amistad img
Capítulo 22 El Atractivo del Esposo img
Capítulo 23 Una Invitación al Baile img
Capítulo 24 Un Baile con el Diablo img
Capítulo 25 Un Enemigo en la Oscuridad img
Capítulo 26 Un Ataque Inesperado img
Capítulo 27 La Prueba del Fuego img
Capítulo 28 El Límite Borroso img
Capítulo 29 El Miedo en las Sombras img
Capítulo 30 Un Beso de Advertencia img
Capítulo 31 Un Secreto del Pasado img
Capítulo 32 Cicatrices Invisibles img
Capítulo 33 La Prueba de Lealtad img
Capítulo 34 Primer Asesinato img
Capítulo 35 La Huella del Peligro img
Capítulo 36 El Juego del Deseo img
Capítulo 37 Una Sombra del Pasado img
Capítulo 38 Un Asalto a la Mansión img
Capítulo 39 Una Alianza Forzada img
Capítulo 40 La Noche que Todo Cambió img
Capítulo 41 Un Enemigo en Casa img
Capítulo 42 El Punto de Quiebre img
Capítulo 43 Un Pacto de Dolor img
Capítulo 44 Más Allá del Odio img
Capítulo 45 Una Llamada del Infierno img
Capítulo 46 La Mujer de la Foto img
Capítulo 47 Un Cautiverio Compartido img
Capítulo 48 Una Noche, Un Secreto img
Capítulo 49 El Escape Sangriento img
Capítulo 50 El Castigo del Traidor img
Capítulo 51 Una Noche de Catarsis img
Capítulo 52 Al Día Siguiente... el Arrepentimiento img
Capítulo 53 La Promesa que Nunca se Rompió img
Capítulo 54 Un Plan para Destruirlo img
Capítulo 55 El Beso de la Traición img
Capítulo 56 Una Venganza Dolorosa img
Capítulo 57 Un Dolor Inesperado img
Capítulo 58 Rescate o Dominio img
Capítulo 59 ¿Un Juego o Algo Más img
Capítulo 60 El Despertar de los Celos img
Capítulo 61 La Decisión de Anel img
Capítulo 62 Una Boda Bajo la Mafia img
Capítulo 63 El Último Engaño img
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Casada por Contrato con el CEO Mafioso

Daniela P. D.
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Capítulo 1 El Juego de los Inconscientes

«–Hasta el fondo.»

Esas habían sido las palabras mágicas de mi amiga, las que me habían llevado a beberme cinco rondas de tequila sin pensarlo dos veces. Ahora, el mundo daba vueltas, mis piernas tambaleaban y cualquier cosa me provocaba un ataque de risa incontrolable. Estaba eufórica, atrevida y con una absurda sensación de invencibilidad.

–¿Y qué haremos ahora? –preguntó Tom mientras salíamos del bar.

La madrugada estaba fría y desierta, perfecta para que hiciéramos alguna locura.

–Tengo una idea –dijo Ray con una sonrisa traviesa–. Hay una empresa enorme a unas cuadras de aquí. ¿No les da curiosidad ver cómo es por dentro?

–¿Estás sugiriendo que entremos sin permiso? –chillé con emoción más que con miedo–. Si nos atrapan, estamos acabados.

–Eso lo hace aún más interesante –comentó Ween, encogiéndose de hombros.

–¡Hagámoslo!

El estacionamiento del edificio estaba envuelto en sombras, apenas iluminado por algunas luces tenues. Caminamos con sigilo, conteniendo la respiración, aunque yo no lograba reprimir las risitas que el alcohol me provocaba.

Al llegar, encontramos un ascensor en la zona de carga. Estaba apagado, pero eso no nos detuvo. Tom se agachó frente al panel de control, sacó un pequeño juego de herramientas (¿cuándo había sacado eso?) y comenzó a unir y cortar cables con la seguridad de alguien que había hecho esto más veces de las que admitiría. Un chispazo, un par de segundos y... ¡bingo! Las puertas se abrieron con un sonido metálico.

–Eres un maldito genio –susurré, soltando una carcajada.

Nos metimos y presionamos el botón del último piso. El ascensor se movió en un suave zumbido y, cuando las puertas se abrieron, nos encontramos en el piso 40, rodeados de oficinas elegantes y vacías.

Verificamos que no hubiera nadie. Todo estaba en completo silencio. Entonces, sin más, salimos corriendo como niños en una tienda de dulces, explorando cada despacho y abriendo cajones sin motivo aparente.

–¡Anel, mira esto! –exclamó Ween desde una de las oficinas.

Sin pensarlo dos veces, salí corriendo por el largo pasillo hasta donde me esperaba mi amiga. La oficina a la que había llegado era diferente a todas las que habíamos revisado antes. Era enorme, con estanterías repletas de libros y un escritorio de metal y cristal que parecía demasiado grande para una sola persona. Todo estaba perfectamente ordenado: el portátil cerrado con precisión, los bolígrafos alineados, los documentos apilados con meticulosa simetría. Incluso los portafolios negros estaban organizados alfabéticamente.

Pero lo que más llamó mi atención fue la silla giratoria de cuero negro. Me acerqué y pasé la mano por la superficie rugosa. Algo en mí me impulsó a sentarme. Al hacerlo, me sentí poderosa, importante. En mi embriaguez, imaginé por un momento una versión de mí misma que dirigía una empresa desde una oficina como esta, tomando decisiones que cambiarían el mundo.

Pero esas cosas no pasan en la vida real. La gente como yo no nació para lugares como este. Nacimos para emborracharnos en bares baratos, hundiéndonos en problemas, deudas y recuerdos imposibles de olvidar.

–Pero miren nada más –la voz de Tom interrumpió mis pensamientos. Entró con una sonrisa burlona–. ¡Si es la señora Anel Cross! –Hizo una exagerada reverencia, lo que me provocó un ataque de risa.

En ese momento noté un portafolio abierto sobre el escritorio. Dentro había un contrato, pero la letra era tan pequeña que, entre la oscuridad y el alcohol, no podía leerlo bien. Parecía incompleto, como si alguien lo hubiera dejado a medias.

–Justo aquí está su contrato, señor –dije, siguiéndole el juego a Tom–. ¿Debería firmarlo?

Sonreí con malicia y apoyé la mano en el mentón, fingiendo estar pensativa. La expresión dramática de Tom me hizo reír aún más.

Sin pensarlo demasiado, tomé un bolígrafo del portalápices, lo destapé lentamente y, sin apartar la mirada de mi amigo, deslicé la punta sobre la línea de firma.

–Listo. ¡Contratado! –exclamé, señalándolo con el bolígrafo como si fuera un cetro.

Nos echamos a reír justo cuando Ween descubrió un armario lleno de botellas de whisky. No eran cualquier whisky. Solo con mirarlas supe que cada una costaba más que mi apartamento de mala muerte.

–No veo nada –se quejó Tom, tanteando en busca de vasos.

–Solo enciende la luz.

Ween tardó en encontrar el interruptor, pero cuando lo hizo, el despacho se iluminó de golpe, obligándome a entrecerrar los ojos por unos segundos.

Ray apareció unos minutos después, justo cuando probábamos el primer sorbo de whisky. El líquido bajó por mi garganta dejando un cosquilleo amargo, pero sorprendentemente agradable. Ahora entendía por qué los ricos bebían estas cosas sin importarles el precio.

–¿Qué es eso? –pregunté cuando vi a Ray sosteniendo un objeto pequeño entre las manos. Lo miraba con demasiada atención.

–Nada –respondió de inmediato, guardándoselo en el bolsillo.

Fruncí el ceño, pero no insistí. Sabíamos divertirnos, sí, pero nunca robábamos. Meterse en un edificio por la adrenalina era una cosa, llevarse algo, otra muy distinta. Pero confiaba en Ray.

Media botella después, estábamos aún más borrachos. Lo suficiente como para bailar sobre los muebles al ritmo de la música que salía del teléfono de Ween.

Nuestros pasos torpes nos hicieron tropezar con un estante, y antes de poder reaccionar, varios objetos de cristal se estrellaron contra el suelo con un estruendo.

–Creo que es hora de irnos –dije, observando el desastre con una mezcla de culpa y lucidez repentina.

–No seas aburrida, Anel –protestó Ween, revolviendo su cabello rojo.

Iba a responder cuando, de repente, un sonido ensordecedor llenó el aire.

Las luces comenzaron a parpadear en rojo.

Nos tomó un segundo darnos cuenta de lo que estaba pasando.

La alarma.

Nos miramos sin decir nada y, como si hubiéramos ensayado toda la vida para este momento, salimos corriendo hacia el ascensor.

Apenas pisamos el estacionamiento, echamos a correr como si nuestra vida dependiera de ello. Y tal vez sí. Entre jadeos, no pude evitar soltar una risa histérica.

Pero cuando escuché las sirenas de la policía a lo lejos, una sensación pesada se instaló en mi estómago.

Tal vez esta vez sí habíamos cruzado la línea.

Tal vez esta vez el juego había ido demasiado lejos.

            
            

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