Capítulo 4 Encierro

La lluvia empezó a caer justo después de las seis. Al principio, solo unas gotas tímidas en los ventanales del piso 29. Pero en menos de media hora, era una tormenta eléctrica de esas que hacen vibrar el cielo y cortan la luz en media ciudad.

Valeria miró su teléfono. Sin señal.

-Genial -murmuró.

Se levantó del escritorio. Solo quedaban tres personas en la oficina. Los demás habían salido corriendo apenas el cielo se puso negro. Y claro... Adrián todavía no salía de su reunión privada con los inversionistas japoneses. Cerrado en la sala de conferencias. Desde hace dos horas.

Valeria agarró su bolso. Caminó hasta el ascensor. Apretó el botón. Nada.

-¿Qué pasa ahora?

Se asomó por las escaleras. Oscuras. El generador de emergencia apenas mantenía la luz en los pasillos.

-Perfecto. Un encierro de película de terror.

Volvió a su escritorio. Se quitó los tacones. No había razón para sufrir de más.

Minutos después, la puerta de la sala de conferencias se abrió. Adrián apareció, con el saco en la mano y la camisa arrugada. La tormenta iluminó su cara con un relámpago.

-¿Sigue funcionando el ascensor?

-No. Bienvenido al club.

Él se acercó. Tenía el ceño fruncido, pero los ojos... los ojos eran puro fuego.

-¿Vos te quedaste por mí?

-No. Me quedé porque llueve. Y porque no tengo coche. Y porque no pienso morir electrocutada por salir a correr bajo un rayo, gracias.

Él soltó una sonrisa, apenas una curvita en la comisura.

-Te ves... distinta sin tacones.

-¿Y vos te ves igual de idiota sin luz?

Adrián se rió.

-¿Te asusta la tormenta?

-Me asustan las apuestas.

La frase flotó en el aire. Él la atrapó con la mirada.

-Valeria...

-No lo niegues. Te escuché.

-No estoy orgulloso.

-¿Y eso qué cambia?

Silencio. Solo el sonido de la lluvia golpeando los cristales.

-No puedo subir ni bajar -dijo él, finalmente-. El generador no alcanza para los ascensores.

-Supongo que te vas a quedar aquí conmigo, entonces.

-Supongo que sí.

Una hora después, los dos estaban en la oficina de Adrián. Él sentado en el sofá, ella en la alfombra, con una manta que encontraron en el gabinete de emergencia. Habían pedido comida por una app que tardó cuarenta y cinco minutos en responder. Pizza fría. Cerveza caliente.

-¿Esto es lo que comés cuando no estás jugando a ser millonario? -preguntó ella.

-Esto es lo que como cuando estoy encerrado con una mujer que me vuelve loco.

Valeria bajó la mirada.

-No empieces.

-No empecé. Ya empecé hace semanas. Vos lo sabés.

Ella se quedó en silencio. La luz parpadeó. Afuera, un trueno sonó tan fuerte que tembló el vidrio.

Ella se sobresaltó sin querer. Adrián la miró.

-¿Ahora sí te asustaste?

-Un poco.

Él se deslizó hasta quedar a su lado en la alfombra. Su pierna rozó la de ella. No se apartó.

-Tengo una pregunta.

-Dispará.

-¿En qué momento decidiste jugar tú también?

Valeria lo miró. Sus ojos se encontraron. No había más máscaras.

-Cuando me di cuenta de que podía ganarte.

-¿Y ahora?

-Ahora... no estoy tan segura de querer hacerlo.

Adrián tragó saliva. Su mano se apoyó en el suelo, a un centímetro de la de ella.

-Valeria...

-¿Sí?

-Si te beso ahora... ¿vas a huir mañana?

-Si me besás ahora... no me pienso ir.

Ese fue el punto de quiebre.

Él se inclinó. Ella cerró los ojos.

El beso no fue suave. Fue una explosión. Una mezcla de rabia, deseo, orgullo y algo que ninguno de los dos quería nombrar. Las bocas se buscaron como si hubieran estado esperando toda la vida. Las manos se aferraron a la ropa, a la piel, al momento.

Cuando se separaron, estaban jadeando.

-Mierda -dijo él.

-Sí -respondió ella.

-Esto cambia todo.

-O lo cambia todo... o no cambia nada. Depende de qué hagas mañana.

Pasaron la noche ahí. No durmiendo juntos, pero sí cerca. Él en el sofá. Ella en la alfombra. No hablaron más. Solo escucharon la tormenta hasta que se fue.

A la mañana siguiente, la luz volvió. Y con ella, la rutina.

Valeria se puso los tacones. Se acomodó el blazer.

Adrián la miró antes de que saliera de la oficina.

-¿Seguimos jugando?

-No. Creo que desde anoche... esto ya no es un juego.

Y se fue, dejándolo con las palabras en la garganta.

Día 7: Lo besé. Él me besó. No sé quién empezó. Pero sí sé una cosa: estoy jodida.

            
            

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