/0/16502/coverbig.jpg?v=0d7c947e198a12e741e8d630ba5b2cdd)
Sus mejillas pecosas se tiñen de un rojo casi igual que su cabello. -Estoy haciendo el ridículo.
Me río entre dientes, reclinándome y apoyándome en las manos, mirando las rayas de colores que surcan el cielo. -Para nada. Creo que das la impresión de alguien que ha tenido un día muy duro.
Ladea la cabeza antes de extender la mano con la que no se limpió la nariz. -Soy Cristina .
-Wiliam . -Le doy la mano, y se me crispa la comisura de la boca al apartarse-. ¿Qué tal un día duro?
-Como no te lo creerías. -Lleva las rodillas al pecho, la tela de su vestido se tensa sobre ellas-. Se supone que debería estar en la despedida de soltera de mi mejor amiga en Mykonos ahora mismo, pero, obviamente, no estoy.
¿Cómo? ¿Te caíste o algo así?
-No, nada de eso, aunque debería estar llegando. -Cristina se pasa los dedos por el pelo antes de quitarse una goma elástica de la muñeca y recogerse los rizos-. Perdí el avión porque pensé que salía por la tarde, no por la mañana. Luego intenté coger otro. Subí a un barco y acabé aquí sin forma de llegar a Mykonos en uno o dos días. Aunque lo hiciera, se habría acabado la fiesta.
Trazo un pie por la arena, formando un pequeño montón. -Ojalá pudiera ayudarte con eso.
Si de verdad quisiera, podría. Ahora mismo, podría acompañarla al castillo y organizar que mi helicóptero la lleve a Sara .
Pero no lo haré.
Hay algo en ella que me hace querer conocerla mejor.
¿Qué clase de mujer entraría sin permiso a una playa privada y luego le contaría sus problemas a la primera persona que viera?
Cristina suspira, apretando los ojos antes de abrirlos y mirarme. -Y ese no es ni el principio de todo lo que va mal en mi vida. Es solo la guinda del pastel.
-No parece un buen pastel.
Se ríe con picardía. -He pasado los últimos años de mi vida trabajando como pastelera en un hotel de lujo, y todavía no logro desenvolverme bien en la vida. El dinero se me va demasiado rápido, los días no son lo suficientemente largos, y todos mis amigos se mudan mientras yo parezco estar en el mismo sitio sin señales de progreso.
Arqueo las cejas mientras intento saber qué decir a todo eso. -Sabes, por lo que he oído, es bastante normal sentirse así.
Sí, claro. Si tuviera veinticuatro en lugar de veintisiete. Estoy contando los días para cumplir treinta. Y parece que a los treinta, se supone que ya tienes tu vida resuelta.
Sonrío. -Soy un año mayor que tú y sé con certeza que no tengo mi vida resuelta.
De hecho, si estuviera dispuesto a decirle la verdad sobre quién soy, entonces tal vez vería que estamos en el mismo barco.
Cuanto más me acerco a los treinta, más siento que debería tener la vida resuelta.
Ahora que la corona está sobre mi cabeza, ese sentimiento sólo se ha vuelto más intenso.
Cristina suspira, metiéndose un mechón de pelo suelto detrás de la oreja. -Parece que lo tienes todo bajo control. O sea, ¿qué hay que averiguar cuando vives en una isla y disfrutas de playas como esta cada noche?
-Mucho.
Se muerde la mejilla por dentro, y se le arrugan las comisuras de los ojos. -¿No hablas mucho, verdad?
-No siempre. -Me levanto y le tiendo la mano-. Camina conmigo.
CRISTINA
No sé qué estoy haciendo mientras deslizo mi mano en la de Wiliam y le permito que me ayude a ponerme de pie.
Mientras me agacho lo suficiente para recoger mis sandalias, me pregunto si esto es lo que se siente al comienzo de una película romántica.
O tal vez esto es una película de terror, y él es el hombre que está a punto de matarme mientras el público me grita por ser tan tonto.
Wiliam me mira, su cabello oscuro cayendo sobre su frente, meciéndose con la brisa. Sus ojos oceánicos parecen mirar más allá de los muros que he construido a mi alrededor, debilitándome hasta la médula.
Se mete las manos en los bolsillos y nos guía por la orilla arenosa hasta la arena mojada del agua. -Entonces, si pudieras hacer cualquier cosa con tu vida, ¿qué sería?
Aprieto los labios, escuchando el romper de las olas. -Quiero abrir mi propia panadería. Es algo en lo que llevo pensando mucho tiempo; antes de que mi abuela falleciera, le prometí que lo llevaría a cabo. Han pasado algunos años, y sigo atrapada en un trabajo que odio. Siento que la estoy decepcionando.
Puede que nos acabemos de conocer, pero por si sirve de algo, no creo que la estés decepcionando.
Hay una mirada distante en sus ojos mientras patea una pequeña concha, enviándola al agua.
¿Ha perdido a alguien?
No es el tipo de pregunta que le haría a un extraño, sin importar cuán amable y acogedor pueda parecer.
Lo último que quiero hacer es asustar a la única persona que está dispuesta a hablar conmigo en este momento.
-¿Qué estarías haciendo? , pregunté, acercándome más a él cuando las olas rompieron contra mis tobillos, enviando un chorro de agua fría por mis piernas.
Tararea. -Lo he pensado y, siendo sincero, creo que nunca he tenido una respuesta. Siempre me pareció que podía hacer lo que quisiera y todo estaría bien.
Tengo envidia. Ojalá tuviera esa libertad en mi vida. Sonrío y pateo un pequeño grupo de algas al agua cuando me roza los pies. Pensé que todo iba a salir bien, pero luego todo empezó a ir cuesta arriba. Y una vez que estás en ese punto, es difícil parar.
-¿Estás en problemas?, pregunta Wiliam con voz suave mientras me mira.
-No. Nada tan malo. -Me llevo las manos a las mejillas. Ahora mismo las siento más como tierra quemada que piel-. Tengo ahorros y un buen trabajo, pero el trabajo también es un asco. Odio que me manden y me falten al respeto por mi trabajo.
Lo entiendo. Paso la mayor parte del día en reuniones donde se supone que estoy al mando, pero todos a mi alrededor me dicen qué debería pensar o cómo debería comportarme. Es agotador.
-¿A qué te dedicas?, le pregunto. Parece demasiado pulcro para trabajar en un oficio. Tiene las manos demasiado limpias para ser mecánico, y sus antebrazos no son lo suficientemente musculosos para trabajar en la construcción. Parece el tipo de hombre que estaría en el mundo corporativo, pero es demasiado joven para un puesto alto a menos que trabaje en una startup.
William se encoge de hombros, con las manos en los bolsillos. -Relaciones humanas.
-Tiene sentido -le hago un gesto-. No tienes el aspecto de alguien que se pasa el día al sol.
-¿Acabas de decirme que parezco enfermo? dice, fingiendo estar horrorizado, llevándose la mano al pecho mientras la comisura de su boca se contrae.
Si la tierra se abriera y me tragara entera ahora mismo, moriría como una mujer feliz.
-No, ¿en serio? -gruño y miro el agua mientras se ríe-. ¿Sabes? Se me da bastante bien ponerme nerviosa. Normalmente soy capaz de mantener una conversación sin hacer el ridículo.
Él resopla. -No sé en qué mundo pareces tonta. Puede que nos acabemos de conocer, pero sé que eres una mujer competente.
Me detengo y me vuelvo hacia él, sin creerle del todo. -¿De verdad lo crees?
-Sí. -Mira el agua mientras el cielo se oscurece, con las estrellas danzando sobre las olas-. Se hace tarde. ¿Te quedas cerca?
-Sí, afortunadamente conseguí un hotel. -Se me seca la garganta.
Podría invitarlo de nuevo a la habitación. Creo que aún no he terminado de hablar con él.
Podría ser la única persona en esta isla que habla inglés con fluidez.
Pero sé que es más que eso. Hay algo en su mirada que me hace sentir como si me devolvieran la vida.
Quizás sea la brisa marina o los dos largos días de viaje, pero quiero ser otra persona por una noche. Quiero ser el tipo de mujer que invita a un atractivo desconocido a su habitación para pasar la noche.
Las palabras están en la punta de mi lengua, pero mueren en mis labios antes de que pueda forzarlas a salir.
Wiliam hace un gesto hacia adelante. -Dirige el camino. Me aseguraré de que regreses sano y salvo.
-No pensé que habría tantos delitos en un pueblo tan pequeño.
-¿Has visto mucho más allá del puerto?