Capítulo 5 5

Los días que siguieron a la agotadora prueba en la Editorial Soler se arrastraron para Clara Romero con una lentitud exasperante, casi dolorosa. Cada tic-tac del reloj en la pared de su estudio resonaba con la cadencia monótona de una gota que, incesante, perforaba una piedra.

Se había dicho a sí misma, una y otra vez, que la experiencia, más allá del resultado, ya era material valioso, una mina de oro para su novela. Pero la verdad, la cruda verdad que admitía solo en la intimidad de sus pensamientos más honestos, era que esperaba el veredicto con una mezcla de ansiedad que le revolvía el estómago y una curiosidad que la carcomía por dentro, una llama incesante.

Se encontró revisando compulsivamente los portales de noticias del sector editorial, buscando alguna mención de la Editorial Soler, de Marcos Soler. Nada. El mundo editorial madrileño seguía su curso, ajeno a su pequeña odisea personal.

Intentó retomar su manuscrito, esa novela de pasión que la había empujado a este disparate, a esta locura controlada. Las palabras seguían atascadas, bailando en su mente sin querer posarse en el papel, pero ahora la blancura de la página no le recordaba solo su propio bloqueo, sino la mirada acerada de Marcos, la montaña de contratos, el polvo en sus manos.

El jueves por la tarde, mientras intentaba concentrarse en un tedioso artículo sobre las tendencias del mercado literario pospandemia, el timbre de su apartamento la sobresaltó, haciéndola saltar del sillón. Era el cadete con un paquete de libros que había encargado.

La pequeña decepción de que no fuera la llamada esperada la golpeó con una fuerza desproporcionada. Se sentó de nuevo, los libros apilados a un lado, y cogió su propio cuaderno.

Empezó a escribir, no sobre su novela, sino sobre Marcos. Dibujos rápidos de su perfil severo, casi cincelado, de la forma en que sus ojos azules se contraían al ceño fruncido, de la tensión palpable en su cuello cuando estaba concentrado. Eran bocetos de un personaje, sí, pero también eran el reflejo de una obsesión que comenzaba a sentirse extrañamente personal, casi íntima.

El viernes por la mañana, cuando ya casi había perdido toda esperanza, convencida de que su aventura había sido un fracaso épico, el teléfono vibró en la mesita.

El nombre de Sofía García apareció en la pantalla. Clara respiró hondo, un suspiro que sonó a resignación, antes de contestar.

-¿Clara? ¿Cómo estás, alma? -la voz de Sofía, siempre enérgica, sonaba inusualmente cautelosa, un tono que Clara reconocía como preámbulo de algo importante.

-Sobreviviendo, mi vida. Y preguntándome si el universo ha conspirado para castigarme por mis pecados literarios, porque la Editorial Soler no ha dado señales de vida. Ni un mísero correo de "gracias por participar".

-Ah -Sofía soltó una risa ahogada, que sonó a una mezcla de burla y comprensión -Ya veo. ¿Estás tan... invertida en esto, entonces?

Clara se enderezó en el sillón, su cuerpo tenso.

-No estoy "invertida", Sofía. Solo tengo curiosidad. Es material, ¿recuerdas? Un jefe odioso, una prueba imposible, el colmo del drama para una escritora de romances. Necesito saber el desenlace para mi... investigación.

-Claro, claro. La "investigación". -El tono de Sofía era de pura incredulidad, pero también de una picardía que Clara conocía bien -¿Y si no te llaman? ¿Qué vas a escribir entonces? ¿La pasión de la espera? ¿La epopeya de la desesperación burocrática?

-Si no me llaman, escribiré sobre la crueldad del destino y la miopía de ciertos directores editoriales que no saben reconocer el talento oculto, el potencial inexplorado.

-Clara intentó sonar despreocupada, pero su voz traicionó un matiz de genuina frustración, de una derrota que le sabía amarga.

Sofía suspiró, un sonido que denotaba que se daba por vencida.

-Clara, ¿estás segura de que esto es solo por la novela? Suenas... como si esto fuera un desafío personal. Y algo más.

Hubo un silencio. Clara miró el cuaderno abierto en su regazo, con el rostro de Marcos apenas esbozado, su figura sombría y enigmática.

La pregunta de Sofía la había golpeado en un punto sensible, uno que llevaba tiempo evitando.

No era solo por la novela, ¿verdad? Era por la extraña fascinación que sentía por ese hombre, por el desafío que representaba, por la promesa de un algo que se escondía bajo su fachada de hielo.

-Sofía -dijo Clara, con una voz más suave de lo que esperaba, casi un susurro -Hay algo... en él. Es irritante, sí. Insoportable, a veces. Un auténtico bastardo, si soy sincera. Pero hay una especie de oscuridad en sus ojos, una soledad tan profunda que...

-¡Ajá! -exclamó Sofía, con un tono de victoria que resonó en el auricular

-¡Lo sabía! ¡Mi Clara se está enamorando del arquetipo del príncipe oscuro y atormentado! ¡Un cliché andante, pero uno que vende millones!

-¡No digas tonterías! -Clara se sonrojó, a pesar de estar sola en su departamento, la sangre subiéndole al rostro -Es solo... curiosidad de escritora. Es complejo. Y los personajes complejos son los que venden. Y él es una jodida mina de oro literaria.

-Claro que sí. Y los personajes complejos suelen tener ojos que te hacen vibrar, ¿a que sí? -Sofía se rió, su voz llena de malicia.

-No me digas que no sientes la chispa, Clara. La chispa que buscas para tu novela. La que te está quemando por dentro.

Clara no respondió. La chispa estaba allí, ardiendo. Un pequeño fuego que crecía, alimentado por cada pensamiento sobre Marcos, por cada recuerdo de su mirada. Y, para su sorpresa, no quería apagarlo.

La llamada llegó el sábado por la mañana. No fue de Marcos, ni siquiera de Sofía esta vez. Fue Doña Elena Prieto. Su voz, tan pulcra y profesional como siempre, pero con una inesperada calidez, resonó en el auricular.

-Señorita Romero, buenos días. Habla Doña Elena Prieto, de la Editorial Soler.

El corazón de Clara dio un vuelco, un golpe seco que le cortó la respiración. -Buenos días, Doña Elena.

-El señor Soler revisó su trabajo. -Elena hizo una pausa que pareció una eternidad, Clara contuvo la respiración, sintiendo la garganta seca-. Está... satisfecho.

"Satisfecho". No "impresionado", no "encantado", solo "satisfecho". Un elogio a medias, sí, pero viniendo de Marcos Soler, era una victoria contundente, un triunfo inesperado.

-Felicidades, señorita Romero. Está contratada. El lunes a las ocho en punto, la esperamos. Su puesto es de asistente personal del director.

-Gracias, Doña Elena. Estoy... muy contenta.

-La emoción la invadió, una oleada de alivio y euforia, una liberación que la hizo sentir ligera como una pluma.

-Perfecto. La veo el lunes.

Clara colgó el teléfono, una sonrisa radiante se extendió por su rostro. Lo había logrado. Había pasado la prueba del halcón. Y ahora, el juego real comenzaba.

            
            

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