Con mi título de la UNAM y mención honorífica en pedagogía escondido en un cajón, me convertí en institutriz para la opulenta familia de la Vega, sacrificando mi orgullo para salvar a mi familia de las deudas. Allí, en la fría mansión de Polanco, encontré a Valentina, una niña de diez años, etiquetada como "demonio" , pero que en realidad era un alma solitaria y maltratada, con quien forjé una inesperada alianza.
Nuestra rebelión silenciosa se convirtió en un grito cuando Valentina, embolden por mis palabras, se atrevió a desafiar la misoginia de su madre, Isabel, exigiendo un lugar en el negocio familiar. Fue entonces cuando Isabel, con una furia desmedida, me señaló y, triunfante, reveló mi secreto: "¡Es una impostora! ¡Nos mintió a todos! ¡Solo tiene la preparatoria!"
Mi verdad, mi vergüenza, fue usada como mi condena. Fui despedida al instante, mi nombre en la lista negra de toda casa de élite de la ciudad, obligada a regresar a mi humilde pueblo en Puebla. Pero el infierno no había terminado; mi propia familia, a quien intentaba salvar, me recibió como una inversión fracasada, dispuesta a venderme al mejor postor para sus propias arcas.
La humillación culminó en la fiesta de cumpleaños de mi padre, donde me ofrecían descaradamente cual ganado. ¿Era este el destino de toda mujer que se atreve a soñar más allá? ¿La recompensa por la lealtad y el sacrificio? Me había batido por otros, pero ¿por qué parecía que mi propio clan me trataba con más desprecio que cualquier extraño?
Pero del dolor y el ostracismo nació una fuerza inquebrantable. Decidí que si el mundo no me daría un espacio, lo construiría yo misma. Mis lágrimas se convirtieron en cemento y mi resentimiento en la base de un nuevo futuro. Quise saber: ¿Podría una institutriz sin empleo y una niña rebelde, unidas por la traición, construir un legado que reescribiera el destino de incontables mujeres?