Construir La Escalera
img img Construir La Escalera img Capítulo 2
3
Capítulo 4 img
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 2

La clínica era un hotel de cinco estrellas disfrazado de hospital. Sábanas de hilo egipcio, menús a la carta y un silencio sepulcral. Valentina estaba en la suite más lujosa, sola.

Completamente sola.

Su madre, Isabel, se negó a visitarla. "Que aprenda lo que es la soledad. A ver si así valora a su familia", le oí decir a su marido por teléfono.

Su padre, Ricardo, envió flores con una tarjeta firmada por su secretaria.

El personal de la clínica la trataba con una profesionalidad distante, como si su "maldad" fuera contagiosa. Las enfermeras entraban, cumplían su trabajo y salían sin decir una palabra de más.

Yo era la única que tenía la orden de quedarse. Mi trabajo era simple: asegurarme de que comiera, tomara sus medicinas y no causara más problemas.

El primer día que pasé completo con ella, el silencio era denso. Valentina miraba por la ventana, ignorándome. El yeso en su brazo parecía un trofeo grotesco.

Consuelo me había llamado antes de que yo saliera de la mansión. "Sofía, la señora dice que le hables de la importancia de la familia. Que le digas que una buena hermana mayor se sacrifica por el menor. Que le leas la Biblia".

Me senté en una silla junto a su cama. Ella no se giró.

"Valentina", dije en voz baja.

No hubo respuesta.

"No voy a decirte que tienes que ser una buena hermana mayor", continué.

Sentí cómo su cuerpo se tensaba. Giró la cabeza lentamente, sus ojos oscuros me analizaron con una desconfianza afilada.

"Tampoco voy a leerte la Biblia", añadí.

Su expresión cambió de la desconfianza a la pura y simple confusión.

Me acerqué un poco más. "Tenías derecho a estar enojada. Esa caja de música era tuya. Y tienes derecho a defender lo que es tuyo".

Valentina parpadeó, incrédula. Abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar.

"Lo que hiciste fue una tontería", dije, con total honestidad. "Te lastimaste a ti misma. No a ellos. A ellos no les importa".

Una lágrima solitaria rodó por su mejilla. La secó con rabia con su mano sana.

"Pero entiendo por qué lo hiciste", concluí. "Cuando nadie te escucha, a veces gritar es la única opción. El problema es que tu grito solo te hirió a ti. La próxima vez, tienes que ser más fuerte. Más inteligente. Tienes que hacer que el grito les duela a ellos".

Valentina me miró fijamente, un torbellino de emociones en sus ojos infantiles. No era fascinación. Era reconocimiento. Por primera vez, alguien no la veía como un demonio, sino como una soldado en una guerra que no había elegido.

Ese día, en esa habitación de lujo que era una prisión, se forjó una alianza. Ella, la niña abandonada, y yo, la mujer que escondía su verdad para sobrevivir, encontramos un terreno común en el resentimiento y en la necesidad de luchar.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022