El Heredero de Hierro del Sol: Mi Regreso Triunfal
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Capítulo 3

La noche de la ceremonia del 'Estoque de Oro' fue un infierno.

El salón estaba lleno de las figuras más importantes del mundo taurino, periodistas, fotógrafos.

Yo estaba de pie en un rincón, vestido con un traje sencillo, mientras Mateo, el centro de atención, lucía un esmoquin deslumbrante.

Sofía estaba a su lado, radiante, presentándolo a todo el mundo como "el futuro de la tauromaquia".

Cuando llegó el momento de la entrega del premio, el presentador anunció mi nombre. Hubo un aplauso atronador.

Pero Sofía subió al escenario, tomó el micrófono y silenció a la multitud.

"Gracias a todos," dijo con una sonrisa encantadora. "Javier es un torero inmenso, pero este año, en un gesto de generosidad sin precedentes, ha decidido que el verdadero merecedor de este honor es la nueva promesa de nuestra ganadería, Mateo."

Hubo un murmullo de confusión en la sala.

"Mateo, por favor, sube a recoger tu premio," lo llamó Sofía.

Mateo subió al escenario, fingiendo humildad. Mientras tanto, Sofía me lanzó una mirada de advertencia.

El plan que habían urdido era aún más cruel de lo que imaginaba.

Cuando Mateo bajó del escenario con mi trofeo, se detuvo frente a mí.

"Oye, campeón," dijo en voz alta para que los periodistas cercanos escucharan. "Se me ha manchado un zapato. ¿Podrías limpiármelo? Como mi mozo de espadas."

La sangre me hirvió en las venas. Ser mozo de espadas, el asistente, era un papel honorable. Pero en su boca, era un insulto, una degradación.

"No soy tu mozo de espadas," respondí con los dientes apretados.

Sofía se acercó al instante, su rostro una máscara de furia.

"Javier, ¿qué estás haciendo?", siseó. "¿Quieres arruinar la noche? ¡Límpiale el zapato ahora mismo!"

Me agarró del brazo, sus uñas clavándose en mi piel.

"Hazlo," ordenó.

La humillación era tan intensa que me dejó sin aire. Los flashes de las cámaras nos cegaban.

Todos esperaban ver mi reacción.

Me agaché lentamente, el sonido de las cámaras intensificándose.

Pero justo cuando mi mano iba a tocar su zapato, Mateo tropezó hacia atrás espectacularmente, como si yo lo hubiera empujado.

Cayó al suelo, gritando de dolor.

"¡Me ha atacado! ¡Javier me ha agredido!", gritó, señalándome.

El caos estalló.

Sofía no dudó ni un segundo. Se abalanzó sobre mí.

¡PLAS!

Una bofetada resonó en el salón. Mi cabeza se giró por la fuerza del golpe.

"¡Cómo te atreves!", gritó ella, su rostro descompuesto por la rabia. "¡Pídele perdón ahora mismo!"

Me toqué la mejilla, que ardía. La miré a los ojos, y por primera vez en mucho tiempo, vio la verdad en los míos.

No había sumisión. Solo un desprecio helado.

"No," dije con calma.

Me di la vuelta y caminé hacia la salida, dejando atrás el caos, los gritos y los flashes.

Mi paciencia se había agotado.

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